martes, 21 de febrero de 2012

Libro: Dante Alighieri (Divina Comedia) Parte 2/3 [Fuente Medieval]

CANTO XX

De nueva pena he de escribir los versos
y dar materia al vigésimo canto
de la primer canción, que es de los reos. 3
Estaba yo dispuesto totalmente
a mirar en el fondo descubierto,
que me bañaba de angustioso llanto; 6
por el redondo valle vi a unas gentes
venir, calladas y llorando, al paso
con que en el mundo van las procesiones. 9
Cuando bajé mi vista aún más a ellas,
vi que estaban torcidas por completo
desde el mentón al principio del pecho; 12
porque vuelto a la espalda estaba el rostro,
y tenían que andar hacia detrás,
pues no podían ver hacia delante. 15
Por la fuerza tal vez de perlesía 16
alguno habrá en tal forma retorcido,
mas no lo vi, ni creo esto que pase. 18
Si Dios te deja, lector, coger fruto
de tu lectura, piensa por ti mismo
si podría tener el rostro seco, 21
cuando vi ya de cerca nuestra imagen
tan torcida, que el llanto de los ojos
les bañaba las nalgas por la raja. 24
Lloraba yo, apoyado en una roca
del duro escollo, tal que dijo el guía:
«¿Es que eres tú de aquellos insensatos?, 27
vive aquí la piedad cuando está muerta:
¿Quién es más criminal de lo que es ése 29
que al designio divino se adelanta? 30
Alza tu rostro y mira a quien la tierra 31
a la vista de Tebas se tragó;
y de allí le gritaban: “Dónde caes 33
Anfiareo?, ¿por qué la guerra dejas?”
Y no dejó de rodar por el valle
hasta Minos, que a todos los agarra. 36
Mira cómo hizo pecho de su espalda:
pues mucho quiso ver hacia adelante,
mira hacia atrás y marcha reculando. 39
Mira a Tiresias, que mudó de aspecto 40
al hacerse mujer siendo varón
cambiándose los miembros uno a uno; 42
y después, golpear debía antes
las unidas serpientes, con la vara,
que sus viriles plumas recobrase. 45
Aronte es quien al vientre se le acerca, 46
que en los montes de Luni, que cultiva
el carrarés que vive allí debajo, 48
tuvo entre blancos mármoles la cueva
como mansión; donde al mirar los astros
y el mar, nada la vista le impedía. 51
Y aquella que las tetas se recubre,
que tú no ves, con trenzas desatadas,
y todo el cuerpo cubre con su pelo, 54
fue Manto, que corrió por muchas tierras; 55
y luego se afincó donde naci,
por lo que un poco quiero que me escuches: 57
Después de que su padre hubiera muerto,
y la ciudad de Baco esclavizada,
ella gran tiempo anduvo por el mundo. 60
En el norte de Italia se halla un lago,
al pie del Alpe que ciñe Alemania
sobre el Tirol, que Benago se llama. 63
Por mil fuentes, y aún más, el Apenino
ente Garda y Camónica se baña,
por el agua estancada en dicho lago. 66
En su medio hay un sitio, en que el trentino 67
pastor y el de Verona, y el de Brescia,
si ese camino hiciese, bendijera. 69
Se halla Pesquiera, arnés hermoso y fuerte, 70
frontera a bergamescos y brescianos,
en la ribera que en el sur le cerca. 72
En ese sitio se desborda todo
lo que el Benago contener no puede,
y entre verdes praderas se hace un río. 75
Tan pronto como el agua aprisa corre,
no ya Benago, mas Mencio se llama
hasta Governo, donde cae al Po. 78
Tras no mucho correr, encuentra un valle,
en el cual se dilata y empantana;
y en el estio se vuelve insalubre. 81
Pasando por allí la virgen fiera,
vio tierra en la mitad de aquel pantano,
sin cultivo y desnuda de habitantes. 84
Allí, para escapar de los humanos,
con sus siervas quedóse a hacer sus artes,
y vivió, y dejó allí su vano cuerpo. 87
Los hombres luego que vivían cerca,
se acogieron al sitio, que era fuerte,
pues el pantano aquel lo rodeaba. 90
Fundaron la ciudad sobre sus huesos;
y por quien escogió primero el sitio,
Mantua, sin otro augurio, la llamaron. 93
Sus moradores fueron abundantes,
antes que la torpeza de Casoldi, 95
de Pinamonte engaño recibiese. 96
Esto te advierto por si acaso oyeras
que se fundó de otro modo mi patria,
que a la verdad mentira alguna oculte.» 99
Y yo: «Maestro, tus razonamientos
me son tan ciertos y tan bien los creo,
que apagados carbones son los otros. 102
Mas dime, de la gente que camina,
si ves alguna digna de noticia,
pues sólo en eso mi mente se ocupa.» 105
Entonces dijo: «Aquel que desde el rostro 106
la barba ofrece por la espalda oscura,
fue, cuando Grecia falta de varones 108
tanto, que había apenas en las cunas
augur, y con Calcante dio la orden
de cortar en Aulide las amarras. 111
Se llamaba Euripilo, y así canta
algún pasaje de mi gran tragedia:
tú bien lo sabes pues la sabes toda. 114
Aquel otro en los flancos tan escaso,
Miguel Escoto fue, quien en verdad 116
de los mágicos fraudes supo el juego. 117
Mira a Guido Bonatti, mira a Asdente,
que haber tomado el cuero y el bramante
ahora querría, mas tarde se acuerda; 120
Y a las tristes que el huso abandonaron, 121
las agujas y ruecas, por ser magas
y hechiceras con hierbas y figuras. 123
Mas ahora ven, que llega ya al confín
de los dos hemisferios, y a las ondas
bajo Sevilla, Caín con las zarzas, 126
y la luna ayer noche estaba llena:
bien lo recordarás, que no fue estorbo
alguna vez en esa selva oscura.» 129
Así me hablaba, y mientras caminábamos.

CANTO XXI

Así de puente en puente, conversando
de lo que mi Comedia no se ocupa,
subimos, y al llegar hasta la cima 3
nos paramos a ver la otra hondonada
de Malasbolsas y otros llantos vanos;
y la vi tenebrosamente oscura. 6
Como en los arsenales de Venecia
bulle pez pegajosa en el invierno
al reparar sus leños averiados, 9
que navegar no pueden; y a la vez
quién hace un nuevo leño, y quién embrea
los costados a aquel que hizo más rutas; 12
quién remacha la popa y quién la proa;
hacen otros los remos y otros cuerdas;
quién repara mesanas y trinquetas; 15
asi, sin fuego, por divinas artes,
bullía abajo una espesa resina,
que la orilla impregnaba en todos lados. 18
La veía, mas no veía en ella
más que burbujas que el hervor alzaba,
todas hincharse y explotarse luego. 21
Mientras allá miraba fijamente,
el poeta, diciendo: «¡Atento, atento!»
a él me atrajo del sitio en que yo estaba. 24
Me volvi entonces como aquel que tarda
en ver aquello de que huir conviene,
y a quien de pronto le acobarda el miedo, 27
y, por mirar, no demora la marcha;
y un diablo negro vi tras de nosotros,
que por la roca corriendo venía. 30
¡Ah, qué fiera tenía su apariencia,
y parecían cuán amenazantes
sus pies ligeros, sus abiertas alas! 33
En su hombro, que era anguloso y soberbio,
cargaba un pecador por ambas ancas,
agarrando los pies por los tendones. 36
«¡Oh Malasgarras dijo
desde el puente,
os mando a un regidor de Santa Zita! 38
Ponedlo abajo, que voy a por otro 39
a esa tierra que tiene un buen surtido:
salvo Bonturo todos son venales; 41
del “ita” allí hacen “no” por el dinero.» 42
Abajo lo tiró, y por el escollo
se volvió, y nunca fue un mastín soltado
persiguiendo a un ladrón con tanta prisa. 45
Aquél se hundió, y se salía de nuevo;
mas los demonios que albergaba el puente
gritaron: «¡No está aquí la Santa Faz, 48
y no se nada aquí como en el Serquio!
así que, si no quieres nuestros garfios,
no te aparezcas sobre la resina.» 51
Con más de cien arpones le pinchaban,
dicen: «Cubierto bailar aquí debes,
tal que, si puedes, a escondidas hurtes.» 54
No de otro modo al pinche el cocinero
hace meter la carne en la caldera,
con los tridentes, para que no flote. 57
Y el buen Maestro: «Para que no sepan
que estás agua me
dijove
a esconderte
tras una roca que sirva de abrigo; 60
y por ninguna ofensa que me hagan,
debes temer, que bien conozco esto,
y otras veces me he visto en tales líos.» 63
Después pasó del puente a la otra parte;
y cuando ya alcanzó la sexta fosa;
le fue preciso un ánimo templado. 66
Con la ferocidad y con la saña
que los perros atacan al mendigo,
que de pronto se para y limosnea, 69
del puentecillo aquéllos se arrojaron,
y en contra de él volvieron los arpones;
mas él gritó: «¡Que ninguno se atreva! 72
Antes de que me pinchen los tridentes,
que se adelante alguno para oírme,
pensad bien si debéis arponearme.» 75
«¡Que vaya Malacola!» se
gritaron;
y uno salió de entre los otros quietos,
y vino hasta él diciendo: «¿De qué sirve?» 78
«Es que crees, Malacola, que me habrías
visto venir le
dijo mi maestroseguro
ya de todas vuestras armas, 81
sin el querer divino y diestro hado?
Déjame andar, que en el cielo se quiere
que el camino salvaje enseñe a otros.» 84
Su orgullo entonces fue tan abatido
que el tridente dejó caer al suelo,
y a los otros les dijo: «No tocarlo.» 87
Y el guía a mí: «Oh tú que allí te encuentras
tras las rocas del puente agazapado,
puedes venir conmigo ya seguro.» 90
Por lo que yo avancé hasta él deprisa;
y los diablos se echaron adelante,
tal que temí que el pacto no guardaran; 93
así yo vi temer a los infantes 94
yéndose, tras rendirse, de Caprona,
al verse ya entre tantos enemigos. 96
Yo me arrimé con toda mi persona
a mi guía, y los ojos no apartaba
de sus caras que no eran nada buenas. 99
Inclinaban los garfios: «¿Que le pinche
decíansequeréis,
en el trasero?»
Y respondían: «Sí, pínchale fuerte.» 102
Pero el demonio aquel que había hablado
con mi guía, volvióse raudamente,
y dijo: «Para, para, Arrancapelos.» 105
Luego nos dijo: « Más andar por este 106
escollo no se puede, pues que yace
todo despedazado el arco sexto; 108
y si queréis seguir más adelante
podéis andar aquí, por esta escarpa:
hay otro escollo cerca, que es la ruta. 111
Ayer, cinco horas más que en esta hora, 112
mil y doscientos y sesenta y seis
años hizo, que aquí se hundió el camino. 114
Hacia allá mando a alguno de los míos
para ver si se escapa alguno de esos;
id con ellos, que no han de molestaros. 117
¡Adelante Aligacho, Patasfrías, 118
él
comenzó a deciry
tú, Malchucho;
y Barbatiesa guíe la decena. 120
Vayan detrás Salido y Ponzoñoso,
jabalí Colmilludo, Arañaperros,
el Tartaja y el loco del Berrugas. 123
Mirad en torno de la pez hirviente;
éstos a salvo lleguen al escollo
que todo entero va sobre la fosa.» 126
«¡Ay maestro, qué es esto que estoy viendo!
dijevayamos
solos sin escolta,
si sabes ir, pues no la necesito. 129
Si eres tan avisado como sueles,
¿no ves cómo sus dientes les rechinan,
y su entrecejo males amenaza?» 132
Y él me dijo: «No quiero que te asustes;
déjalos que rechinen a su gusto,
pues hacen eso por los condenados.» 135
Dieron la vuelta por la orilla izquierda,
mas primero la lengua se mordieron
hacia su jefe, a manera de seña, 138
y él hizo una trompeta de su culo.

CANTO XXII

Caballeros he visto alzar el campo,
comenzar el combate, o la revista,
y alguna vez huir para salvarse; 3
en vuestra tierra he visto exploradores,
¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas, 5
hacer torneos y correr las justas, 6
ora con trompas, y ora con campanas,
con tambores, y hogueras en castillos,
con cosas propias y también ajenas; 9
mas nunca con tan rara cornamusa,
moverse caballeros ni pendones,
ni nave al ver una estrella o la tierra. 12
Caminábamos con los diez demonios,
¡fiera compaña!, mas en la taberna
con borrachos, con santos en la iglesia. 15
Mas a la pez volvía la mirada,
por ver lo que la bolsa contenía
y a la gente que adentro estaba ardiendo. 18
Cual los delfines hacen sus señales 19
con el arco del lomo al marinero,
que le preparan a que el leño salve, 21
por aliviar su pena, de este modo
enseñaban la espalda algunos de ellos,
escondiéndose en menos que hace el rayo. 24
Y como al borde del agua de un charco
hay renacuajos con el morro fuera,
con el tronco y las ancas escondidas, 27
se encontraban así los pecadores;
mas, como se acercaba Barbatiesa,
bajo el hervor volvieron a meterse. 30
Yo vi, y el corazón se me acongoja,
que uno esperaba, así como sucede 32
que una rana se queda y otra salta; 33
Y Arañaperros, que a su lado estaba,
le agarró por el pelo empegotado
y le sacó cual si fuese una nutria. 36
Ya de todos el nombre conocía,
pues lo aprendí cuando fueron nombrados,
y atento estuve cuando se llamaban. 39
«Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle
los garfios en la espalda y desollarlo»
gritaban todos juntos los malditos. 42
Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes,
saber quién es aquel desventurado,
llegado a manos de sus enemigos.» 45
Y junto a él se aproximó mi guía;
preguntó de dónde era, y él repuso:
«Fui nacido en el reino de Navarra. 48
Criado de un señor me hizo mi madre,
que me había engendrado de un bellaco,
destructor de si mismo y de sus cosas. 51
Después fui de la corte de Teobaldo: 52
allí me puse a hacer baratertas;
y en este caldo estoy rindiendo cuentas.» 54
Y Colmilludo a cuya boca asoman,
tal jabalí, un colmillo a cada lado,
le hizo sentir cómo uno descosía. 57
Cayó el ratón entre malvados gatos;
mas le agarró en sus brazos Barbatiesa,
y dijo: « Estaros quietos un momento.» 60
Y volviendo la cara a mi maestro
«Pregunta dijoaún,
si más deseas
de él saber, antes que esos lo destrocen». 63
El guía entonces: «De los otros reos,
di ahora si de algún latino sabes
que esté bajo la pez.» Y él: «Hace poco 66
a uno dejé que fue de allí vecino.
¡Si estuviese con él aún recubierto
no temería tridentes ni garras!» 69
Y el Salido: «Esperamos ya bastante»,
dijo, y cogióle el brazo con el gancho,
tal que se llevó un trozo desgarrado. 72
También quiso agarrarle Ponzoñoso
piernas abajo; mas el decurión
miró a su alrededor con mala cara. 75
Cuando estuvieron algo más calmados,
a aquel que aún contemplaba sus heridas
le preguntó mi guía sin tardanza: 78
«¿Y quién es ése a quien enhoramala
dejaste, has dicho, por salir a flote?»
Y aquél repuso: «Fue el fraile Gomita, 81
el de Gallura, vaso de mil fraudes;
que apresó a los rivales de su amo,
consiguiendo que todos lo alabasen. 84
Cogió el dinero, y soltóles de plano,
como dice; y fue en otros menesteres,
no chico, mas eximio baratero. 87
Trata con él maese Miguel Zanque 88
de Logodoro; y hablan Cerdeña
sin que sus lenguas nunca se fatiguen. 90
¡Ay de mí! ved que aquél rechina el diente:
más te diría pero tengo miedo
que a rascarme la tiña se aparezcan.» 93
Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste,
cuyos ojos herirle amenazaban,
dijo: « Hazte a un lado, pájaro malvado.» 96
«Si queréis conocerles o escucharles
volvió
a empezar el preso temerosoharé
venir toscanos o lombardos; 99
pero quietos estén los Malasgarras
para que éstos no teman su venganza,
y yo, siguiendo en este mismo sitio, 102
por uno que soy yo, haré venir siete
cuando les silbe, como acostumbramos
hacer cuando del fondo sale alguno.» 105
Malchucho en ese instante alzó el hocico,
moviendo la cabeza, y dijo: «Ved
qué malicia pensó para escaparse.» 108
Mas él, que muchos trucos conocía
respondió: «¿Malicioso soy acaso,
cuando busco a los míos más tristeza?» 111
No se aguantó Aligacho, y, al contrario
de los otros, le dijo: «Si te tiras,
yo no iré tras de ti con buen galope, 114
mas batiré sobre la pez las alas;
deja la orilla y corre tras la roca;
ya veremos si tú nos aventajas.» 117
Oh tú que lees, oirás un nuevo juego:
todos al otro lado se volvieron,
y el primero aquel que era más contrario. 120
Aprovechó su tiempo el de Navarra;
fijó la planta en tierra, y en un punto
dio un salto y se escapó de su preboste. 123
Y por esto, culpables se sintieron,
más aquel que fue causa del desastre,
que se marchó gritando: «Ya te tengo.» 126
Mas de poco valió, pues que al miedoso
no alcanzaron las alas: se hundió éste,
y aquél alzó volando arriba el pecho. 129
No de otro modo el ánade de golpe,
cuando el halcón se acerca, se sumerge,
y éste, roto y cansado, se remonta. 132
Airado Patasfrías por la broma,
volando atrás, lo cogió, deseando
que aquél huyese para armar camorra; 135
y al desaparecer el baratero,
volvió las garras a su camarada,
tal que con él se enzarzó sobre el foso. 138
Fue el otro gavilán bien amaestrado,
sujetándole bien, y ambos cayeron
en la mitad de aquel pantano hirviente. 141
Los separó el calor a toda prisa,
pero era muy difícil remontarse,
pues tenían las alas pegajosas. 144
Barbatiesa, enfadado cual los otros,
a cuatro hizo volar a la otra parte,
todos con grafios y muy prestamente. 147
Por un lado y por otro descendieron:
echaron garfios a los atrapados,
que cocidos estaban en la costra, 150
y asi enredados los abandonamos.

CANTO XXIII

Callados, solos y sin compañía
caminábamos uno tras del otro,
lo mismo que los frailes franciscanos. 3
Vuelto había a la fábula de Esopo 4
mi pensamiento la presente riña,
donde él habló del ratón y la rana, 6
porque igual que «enseguida» y «al instante»,
se parecen las dos si se compara
el principio y el fin atentamente. 9
Y, cual de un pensamiento el otro sale,
así nació de aquel otro después,
que mi primer espanto redoblaba. 12
Yo así pensaba: «Si estos por nosotros
quedan burlados con daño y con befa,
supongo que estarán muy resentidos. 15
Si sobre el mal la ira se acrecienta,
ellos vendrán detrás con más crueldad
que el can lleva una liebre con los dientes.» 18
Ya sentía erizados los cabellos
por el miedo y atrás atento estaba
cuando dije: «Maestro, si escondite 21
no encuentras enseguida, me amedrentan
los Malasgarras: vienen tras nosotros:
tanto los imagino que los siento.» 24
Y él: «Si yo fuese de azogado vidrio,
tu imagen exterior no copiaría
tan pronto en mí, cual la de dentro veo; 27
tras mi pensar el tuyo ahora venía,
con igual acto y con la misma cara,
que un único consejo hago de entrambos. 30
Si hacia el lado derecho hay una cuesta,
para poder bajar a la otra bolsa,
huiremos de la caza imaginada.» 33
Este consejo apenas proferido,
los vi venir con las alas extendidas,
no muy de lejos, para capturarnos. 36
De súbito mi guía me cogió
cual la madre que al ruido se despierta
y ve cerca de sí la llama ardiente, 39
que coge al hijo y huye y no se para,
teniendo, más que de ella, de él cuidado,
aunque tan sólo vista una camisa. 42
Y desde lo alto de la dura margen,
de espaldas resbaló por la pendiente,
que cierra la otra bolsa por un lado. 45
No corre por la aceña agua tan rauda,
para mover la rueda del molino,
cuando más a los palos se aproxima, 48
cual mi maestro por aquel barranco,
sosteniéndome encima de su pecho,
como a su hijo, y no cual compañero. 51
Y llegaron sus pies al lecho apenas
del fondo, cuando aquéllos a la cima
sobre nosotros; pero no temíamos, 54
pues la alta providencia que los quiere
hacer ministros de la quinta fosa,
poder salir de allí no les permite. 57
Allí encontramos a gente pintada 58
que alrededor marchaba a lentos pasos,
llorando fatigados y abatidos. 60
Tenían capas con capuchas bajas
hasta los ojos, hechas del tamaño
que se hacen en Cluní para los monjes: 63
por fuera son de oro y deslumbrantes,
mas por dentro de plomo, y tan pesadas
que Federico de paja las puso. 66
¡Oh eternamente fatigoso manto!
Nosotros aún seguimos por la izquierda
a su lado, escuchando el triste lloro; 69
mas cansados aquéllos por el peso,
venían tan despacio, que con nuevos
compañeros a cada paso estábamos. 72
Por lo que dije al guía: «Ve si encuentras
a quien de nombre o de hechos se conozca,
y los ojos, andando, mueve entorno.» 75
Uno entonces que oyó mi hablar toscano,
de detrás nos gritó: « Parad los pasos,
los que corréis por entre el aire oscuro. 78
Tal vez tendrás de mí lo que buscabas.»
Y el guía se volvió y me dijo: «Espera,
y luego anda conforme con sus pasos.» 81
Me detuve, y vi a dos que una gran ansia
mostraban, en el rostro, de ir conmigo,
mas la carga pesaba y el sendero. 84
Cuando estuvieron cerca, torvamente,
me remiraron sin decir palabra;
luego a sí se volvieron y decían: 87
«Ése parece vivo en la garganta;
y, si están muertos ¿por qué privilegio
van descubiertos de la gran estola?» 90
Dijéronme: «Oh Toscano, que al colegio
de los tristes hipócritas viniste,
dinos quién eres sin tener reparo.» 93
«He nacido y crecido les
repuseen
la gran villa sobre el Arno bello, 95
y con el cuerpo estoy que siempre tuve. 96
¿Quién sois vosotros, que tanto os destila
el dolor, que así veo por el rostro,
y cuál es vuestra pena que reluce?» 99
«Estas doradas capas uno
dijoson
de plomo, tan gruesas, que los pesos
hacen así chirriar a sus balanzas. 102
Frailes gozosos fuimos, boloñeses; 103
yo Catalano y éste Loderingo
llamados, y elegidos en tu tierra, 105
como suele nombrarse a un imparcial
por conservar la paz; y fuimos tales
que en torno del Gardingo aún puede verse.» 108
Yo comencé: «Oh hermanos, vuestros males »
No dije más, porque vi por el suelo
a uno crucificado con tres palos. 111
Al verme, por entero se agitaba,
soplándose en la barba con suspiros;
y el fraile Catalán que lo advirtió, 114
me dijo: «El condenado que tú miras, 115
dijo a los fariseos que era justo
ajusticiar a un hombre por el pueblo. 117
Desnudo está y clavado en el camino
como ves, y que sienta es necesario
el peso del que pasa por encima; 120
y en tal modo se encuentra aquí su suegro 121
en este foso, y los de aquel concilio
que a los judíos fue mala semilla.» 123
Vi que Virgilio entonces se asombraba 124
por quien se hallaba allí crucificado,
en el eterno exilio tan vilmente. 126
Después dirigió al fraile estas palabras:
«No os desagrade, si podéis, decirnos
si existe alguna trocha a la derecha, 129
por la cual ambos dos salir podamos,
sin obligar a los ángeles negros,
a que nos saquen de este triste foso.» 132
Repuso entonces: «Antes que lo esperes,
hay un peñasco, que de la gran roca
sale, y que cruza los terribles valles, 135
salvo aquí que está roto y no lo salva.
Subir podréis arriba por la ruina
que yace al lado y el fondo recubre.» 138
El guía inclinó un poco la cabeza:
dijo después: « Contaba mal el caso
quien a los pecadores allí ensarta.» 141
Y el fraile: « Ya en Bolonia oí contar
muchos vicios del diablo, y entre otros
que es mentiroso y padre del embuste.» 144
Rápidamente el guía se marchó,
con el rostro turbado por la ira;
y yo me separé de los cargados, 147
detrás siguiendo las queridas plantas.

CANTO XXIV

En ese tiempo en el que el año es joven 1
y el sol sus crines bajo Acuario templa,
y las noches se igualan con los días, 3
cuando la escarcha en tierra se asemeja
a aquella imagen de su blanca hermana,
mas poco dura el temple de su pluma; 6
el campesino falto de forraje,
se levanta y contempla la campiña
toda blanca, y el muslo se golpea, 9
vuelve a casa, y aquí y allá se duele,
tal mezquino que no sabe qué hacerse;
sale de nuevo, y cobra la esperanza, 12
viendo que al monte ya le cambió el rostro
en pocas horas, toma su cayado,
y a pacer fuera saca las ovejas. 15
De igual manera me asustó el maestro
cuando vi que su frente se turbaba,
mas pronto al mal siguió la medicina; 18
pues, al llegar al derruido puente,
el guía se volvió a mí con el rostro
dulce que vi al principio al pie del monte; 21
abrió los brazos, tras de haber tomado
una resolución, mirando antes
la ruina bien, y se acercó a empinarme. 24
Y como el que trabaja y que calcula,
que parece que todo lo prevea,
igual, encaramándome a la cima 27
de un peñasco, otra roca examinaba,
diciendo: «Agárrate luego de aquélla;
pero antes ve si puede sostenerte.» 30
No era un camino para alguien con capa,
pues apenas, él leve, yo sujeto,
podíamos subir de piedra en piedra. 33
Y si no fuese que en aquel recinto
más corto era el camino que en los otros,
no sé de él, pero yo vencido fuera. 36
Mas como hacia la boca Malasbolsas
del pozo más profundo toda pende,
la situación de cada valle hace 39
que se eleve un costado y otro baje;
y así llegamos a la punta extrema,
donde la última piedra se destaca. 42
Tan ordeñado del pulmón estaba
mi aliento en la subida, que sin fuerzas
busqué un asiento en cuanto que llegamos. 45
«Ahora es preciso que te despereces
dijo
el maestro,
pues que andando en plumas
no se consigue fama, ni entre colchas; 48
el que la vida sin ella malgasta
tal vestigio en la tierra de sí deja,
cual humo en aire o en agua la espuma. 51
Así que arriba: vence la pereza
con ánimo que vence cualquier lucha,
si con el cuerpo grave no lo impide. 54
Hay que subir una escala aún más larga; 55
haber huido de éstos no es bastante:
si me entiendes, procura que te sirva.» 57
Alcé entonces, mostrándome provisto
de un ánimo mayor del que tenía,
« Vamos dije.
Estoy fuerte y animoso.» 60
Por el derrumbe empezamos a andar,
que era escarpado y rocoso y estrecho,
y mucho más pendiente que el de antes. 63
Hablando andaba para hacerme el fuerte;
cuando una voz salió del otro foso,
que incomprensibles voces profería. 66
No le entendí, por más que sobre el lomo
ya estuviese del arco que cruzaba:
mas el que hablaba parecía airado. 69
Miraba al fondo, mas mis ojos vivos,
por lo oscuro, hasta el fondo no llegaban,
por lo que yo: «Maestro alcanza el otro 72
recinto, y descendamos por el muro;
pues, como escucho a alguno que no entiendo,
miro así al fondo y nada reconozco. 75
«Otra respuesta dijono
he de darte
más que hacerlo; pues que demanda justa
se ha de cumplir con obras, y callando.» 78
Desde lo alto del puente descendimos
donde se cruza con la octava orilla,
luego me fue la bolsa manifiesta; 81
y yo vi dentro terrible maleza
de serpientes, de especies tan distintas,
que la sangre aún me hiela el recordarlo. 84
Más no se ufane Libia con su arena; 85
que si quelidras, yáculos y faras
produce, y cancros con anfisibenas, 87
ni tantas pestilencias, ni tan malas,
mostró jamás con la Etiopía entera,
ni con aquel que está sobre el mar Rojo. 90
Entre el montón tristísimo corrían
gentes desnudas y aterrorizadas,
sin refugio esperar o heliotropía: 93
esposados con sierpes a la espalda;
les hincaban la cola y la cabeza
en los riñones, encima montadas. 96
De pronto a uno que se hallaba cerca,
se lanzó una serpiente y le mordió
donde el cuello se anuda con los hombros. 99
Ni la O tan pronto, ni la I, se escribe,
cual se encendió y ardió, y todo en cenizas
se convirtió cayendo todo entero; 102
y luego estando así deshecho en tierra
amontonóse el polvo por si solo,
y en aquel mismo se tornó de súbito. 105
Así los grandes sabios aseguran
que muere el Fénix y después renace, 107
cuando a los cinco siglos ya se acerca: 108
no pace en vida cebada ni hierba,
sólo de incienso lágrimas y amomo,
y nardo y mirra son su último nido. 111
Y como aquel que cae sin saber cómo,
porque fuerza diabólica lo tira,
o de otra opilación que liga el ánimo, 114
que levantado mira alrededor,
muy conturbado por la gran angustia
que le ha ocurrido, y suspira al mirar: 117
igual el pecador al levantarse.
¡Oh divina potencia, cuán severa,
que tales golpes das en tu venganza! 120
El guía preguntó luego quién era:
y él respondió: «Lloví de la Toscana,
no ha mucho tiempo, en este fiero abismo. 123
Vida de bestia me plació, no de hombre,
como al mulo que fui: soy Vanni Fucci 125
bestia, y Pistoya me fue buena cuadra.» 126
Y yo a mi guía: «Dile que no huya,
y pregunta qué culpa aquí le arroja;
que hombre le vi de maldad y de sangre.» 129
Y el pecador, que oyó, no se escondía,
mas volvió contra mí el ánimo y rostro,
y de triste vergüenza enrojeció; 132
y dijo: «Más me duele que me halles
en la miseria en la que me estás viendo,
que cuando fui arrancado en la otra vida. 135
Yo no puedo ocultar lo que preguntas:
aquí estoy porque fui en la sacristía
ladrón de los hermosos ornamentos, 138
y acusaron a otro hombre falsamente;
mas porque no disfrutes al mirarme,
si del lugar oscuro tal vez sales, 141
abre el oído y este anuncio escucha:
Pistoya de los negros enflaquece: 143
luego en Florencia cambian gente y modos. 144
De Val de Magra Marte manda un rayo
rodeado de turbios nubarrones;
y en agria tempestad impetuosa, 147
sobre el campo Piceno habrá un combate; 148
y de repente rasgará la niebla,
de modo que herirá a todos los blancos. 150
¡Esto te digo para hacerte daño!»

CANTO XXV

El ladrón al final de sus palabras,
alzó las manos con un par de higas, 2
gritando: «Toma, Dios, te las dedico.» 3
Desde entonces me agradan las serpientes,
pues una le envolvió entonces el cuello,
cual si dijese: «No quiero que sigas»; 6
y otra a los brazos, y le sujetó
ciñéndose a sí misma por delante.
que no pudo con ella ni moverse. 9
¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas 10
incinerarte, así que más no dures,
pues superas en mal a tus mayores! 12
En todas las regiones del infierno
no vi a Dios tan soberbio algún espíritu,
ni el que cayó de la muralla en Tebas. 15
Aquel huyó sin decir más palabra;
y vi venir a un centauro rabioso,
llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?» 18
No creo que Maremma tantas tenga,
cuantas bichas tenía por la grupa,
hasta donde comienzan nuestras formas. 21
Encima de los hombros, tras la nuca,
con las alas abiertas, un dragón
tenía; y éste quema cuanto toca. 24
Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco, 25
que, bajo el muro del monte Aventino,
hizo un lago de sangre muchas veces. 27
No va con sus hermanos por la senda,
por el hurto que fraudulento hizo
del rebaño que fue de su vecino; 30
hasta acabar sus obras tan inicuas
bajo la herculea maza, que tal vez
ciento le dio, mas no sintió el deceno.» 33
Mientras que así me hablaba, se marchó,
y a nuestros pies llegaron tres espíritus, 35
sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos, 36
hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»:
por lo cual dimos fin a nuestra charla,
y entonces nos volvimos hacia ellos. 39
Yo no les conocí, pero ocurrió,
como suele ocurrir en ocasiones,
que tuvo el uno que llamar al otro, 42
diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?»
Y yo, para que el guía se fijase,
del mentón puse el dedo a la nariz. 45
Si ahora fueras, lector, lento en creerte
lo que diré, no será nada raro,
pues yo lo vi, y apenas me lo creo. 48
A ellos tenía alzada la mirada,
y una serpiente con seis pies a uno,
se le tira, y entera se le enrosca. 51
Los pies de en medio cogiéronle el vientre,
los de delante prendieron sus brazos,
y después le mordió las dos mejillas. 54
Los delanteros lanzóle a los muslos
y le metió la cola entre los dos,
y la trabó detrás de los riñones. 57
Hiedra tan arraigada no fue nunca
a un árbol, como aquella horrible fiera
por otros miembros enroscó los suyos. 60
Se juntan luego, tal si cera ardiente
fueran, y mezclan así sus colores,
no parecían ya lo que antes eran, 63
como se extiende a causa del ardor,
por el papel, ese color oscuro,
que aún no es negro y ya deja de ser blanco. 66
Los otros dos miraban, cada cual
gritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!
¡mira que ya no sois ni dos ni uno! 69
Las dos cabezas eran ya una sola,
y mezcladas se vieron dos figuras
en una cara, donde se perdían. 72
Cuatro miembros hiciéronse dos brazos;
los muslos con las piernas, vientre y tronco
en miembros nunca vistos se tornaron. 75
Ya no existian las antiguas formas:
dos y ninguna la perversa imagen
parecía; y se fue con paso lento. 78
Como el lagarto bajo el gran azote
de la canícula, al cambiar de seto,
parece un rayo si cruza el camino; 81
tal parecía, yendo a las barrigas
de los restantes, una sierpe airada,
tal grano de pimienta negra y livida; 84
y en aquel sitio que primero toma
nuestro alimento, a uno le golpea;
luego al suelo cayó a sus pies tendida. 87
El herido miró, mas nada dijo;
antes, con los pies quietos, bostezaba,
como si fiebre o sueño le asaltase. 90
Él a la sierpe, y ella a él miraba;
él por la llaga, la otra por la boca
humeaban, el humo confundiendo. 93
Calle Lucano ahora donde habla
del mísero Sabello y de Nasidio, 95
y espere a oír aquello que describo. 96
Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa; 97
que si aquél en serpiente, en fuente a ésta
convirtió, poetizando, no le envidio; 99
que frente a frente dos naturalezas
no trasmutó, de modo que ambas formas
a cambiar dispusieran sus materias. 102
Se respondieron juntos de tal modo,
que en dos partió su cola la serpiente,
y el herido juntaba las dos hormas. 105
Las piernas con los muslos a sí mismos
tal se unieron, que a poco la juntura
de ninguna manera se veía. 108
Tomó la cola hendida la figura
que perdía aquel otro, y su pellejo
se hacía blando y el de aquélla, duro. 111
Vi los brazos entrar por las axilas,
y los pies de la fiera, que eran cortos,
tanto alargar como acortarse aquéllos. 114
Luego los pies de atrás, torcidos juntos, 115
el miembro hicieron que se oculta el hombre,
y el misero del suyo hizo dos patas. 117
Mientras el humo al uno y otro empaña
de color nuevo, y pelo hace crecer
por una parte y por la otra depila, 120
cayó el uno y el otro levantóse,
sin desviarse la mirada impía,
bajo la cual cambiaban sus hocicos. 123
El que era en pie lo trajo hacia las sienes,
y de mucha materia que allí había,
salió la oreja del carrillo liso; 126
lo que no fue detrás y se retuvo
de aquel sobrante, a la nariz dio forma,
y engrosó los dos labios, cual conviene. 129
El que yacía, el morro adelantaba,
y escondió en la cabeza las orejas,
como del caracol hacen los cuernos. 132
Y la lengua, que estaba unida y presta
para hablar antes, se partió; y la otra
partida, se cerró; y cesó ya el humo. 135
El alma que era en fiera convertida,
se echó a correr silbando por el valle,
y la otra, en pos de ella, hablando escupe. 138
Luego volvióle las espaldas nuevas,
y dijo al otro: «Quiero que ande Buso
como hice yo, reptando, su camino.» 141
Así yo vi la séptima zahúrda
mutar y trasmutar; y aquí me excuse
la novedad, si oscura fue la pluma. 144
Y sucedió que, aunque mi vista fuese
algo confusa, y encogido el ánimo,
no pudieron huir, tan a escondidas 147
que no les viese bien, Puccio Sciancato
de
los tres compañeros era el único
que no cambió de aquellos que vinieron150
era el otro a quien tú, Gaville, lloras,

CANTO XXVI

¡Goza, Florencia, ya que eres tan grande,
que por mar y por tierra bate alas,
y en el infierno se expande tu nombre! 3
Cinco nobles hallé entre los ladrones
de tus vecinos, de donde me vino
vergüenza, y para ti no mucha honra. 6
Mas si el soñar al alba es verdadero, 7
conocerás, de aquí a no mucho tiempo,
lo que Prato, no ya otras, te aborrece. 9
No fuera prematuro, si ya fuese:
¡Ojalá fuera ya, lo que ser debe!
que más me pesará, cuanto envejezco. 12
Nos marchamos de allí, y por los peldaños
que en la bajada nos sirvieron antes,
subió mi guía y tiraba de mí. 15
Y siguiendo el camino solitario,
por los picos y rocas del escollo,
sin las manos, el pie no se valía. 18
Entonces me dolió, y me duele ahora,
cuando, el recuerdo a lo que vi dirijo,
y el ingenio refreno más que nunca, 21
porque sin guía de virtud no corra;
tal que, si buena estrella, o mejor cosa,
me ha dado el bien, yo mismo no lo enturbie. 24
Cuantas el campesino que descansa
en la colina, cuando aquel que alumbra
el mundo, oculto menos tiene el rostro, 27
cuando a las moscas siguen los mosquitos,
luciérnagas contempla allá en el valle,
en el lugar tal vez que ara y vendimia; 30
toda resplandecía en llamaradas
la bolsa octava, tal como advirtiera
desde el sitio en que el fondo se veía. 33
Y como aquel que se vengó con osos, 34
vio de Elías el carro al remontarse,
y erguidos los caballos a los cielos, 36
que con los ojos seguir no podia,
ni alguna cosa ver salvo la llama,
como una nubecilla que subiese; 39
tal se mueven aquéllas por la boca
del foso, mas ninguna enseña el hurto,
y encierra un pecador cada centella. 42
Yo estaba tan absorto sobre el puente,
que si una roca no hubiese agarrado,
sin empujarme hubiérame caído. 45
Y viéndome mi guía tan atento
dijo: « Dentro del fuego están las almas,
todas se ocultan en donde se queman.» 48
«Maestro le
repuse,
al escucharte
estoy más cierto, pero ya he notado
que así fuese, y decírtelo quería: 51
¿quién viene en aquel fuego dividido,
que parece surgido de la pira
donde Eteocles fue puesto con su hermano?» 54
Me respondió: «Allí dentro se tortura
a Ulises y a Diomedes, y así juntos 56
en la venganza van como en la ira; 57
y dentro de su llama se lamenta
del caballo el ardid, que abrió la puerta
que fue gentil semilla a los romanos. 60
Se llora la traición por la que, muerta,
aún Daidamia se duele por Aquiles,
y por el Paladión se halla el castigo.» 63
«Si pueden dentro de aquellas antorchas
hablar le
dijepídote,
maestro,
y te suplico, y valga mil mi súplica, 66
que no me impidas que aguardar yo pueda
a que la llama cornuda aquí llegue;
mira cómo a ellos lleva mi deseo.» 69
Y él me repuso: «Es digno lo que pides
de mucha loa, y yo te lo concedo;
pero procura reprimir tu lengua. 72
Déjame hablar a mí, pues que comprendo
lo que quieres; ya que serán esquivos
por ser griegos, tal vez, a tus palabras.» 75
Cuando la llama hubo llegado a donde
lugar y tiempo pareció a mi guía,
yo le escuché decir de esta manera: 78
«¡Oh vosotros que sois dos en un fuego,
si os merecí, mientras que estaba vivo,
si os merecí, bien fuera poco o mucho, 81
cuando altos versos escribí en el mundo,
no os alejéis; mas que alguno me diga
dónde, por él perdido, halló la muerte.» 84
El mayor cuerno de la antigua llama
empezó a retorcerse murmurando,
tal como aquella que el viento fatiga; 87
luego la punta aquí y acá moviendo,
cual si fuese una lengua la que hablara,
fuera sacó la voz, y dijo: «Cuando 90
me separé de Circe, que sustrajóme
más de un año allí junto a Gaeta,
antes de que así Eneas la llamase, 93
ni la filial dulzura, ni el cariño
del viejo padre, ni el amor debido,
que debiera alegrar a Penélope, 96
vencer pudieron el ardor interno
que tuve yo de conocer el mundo,
y el vicio y la virtud de los humanos; 99
mas me arrojé al profundo mar abierto, 100
con un leño tan sólo, y la pequeña
tripulación que nunca me dejaba. 102
Un litoral y el otro vi hasta España,
y Marruecos, y la isla de los sardos,
y las otras que aquel mar baña en torno. 105
Viejos y tardos ya nos encontrábamos,
al arribar a aquella boca estrecha
donde Hércules plantara sus columnas, 108
para que el hombre más allá no fuera:
a mano diestra ya dejé Sevilla,
y la otra mano se quedaba Ceuta.» 111
«Oh hermanos dije,
que tras de cien mil
peligros a occidente habéis llegado,
ahora que ya es tan breve la vigilia 114
de los pocos sentidos que aún nos quedan,
negaros no queráis a la experiencia,
siguiendo al sol, del mundo inhabitado. 117
Considerar cuál es vuestra progenie:
hechos no estáis a vivir como brutos,
mas para conseguir virtud y ciencia.» 120
A mis hombres les hice tan ansiosos
del camino con esta breve arenga,
que no hubiera podido detenerlos; 123
y vuelta nuestra proa a la mañana, 124
alas locas hicimos de los remos,
inclinándose siempre hacia la izquierda. 126
Del otro polo todas las estrellas
vio ya la noche, y el nuestro tan bajo
que del suelo marino no surgía. 129
Cinco veces ardiendo y apagada
era la luz debajo de la luna,
desde que al alto paso penetramos, 132
cuando vimos una montaña, oscura
por la distancia, y pareció tan alta
cual nunca hubiera visto monte alguno. 135
Nos alegramos, mas se volvió llanto:
pues de la nueva tierra un torbellino
nació, y le golpeó la proa al leño. 138
Le hizo girar tres veces en las aguas;
a la cuarta la popa alzó a lo alto,
bajó la proa como
Aquél lo quiso141
hasta que el mar cerró sobre nosotros.

CANTO XXVII

Quieta estaba la llama ya y derecha
para no decir más, y se alejaba
con la licencia del dulce poeta, 3
cuando otra, que detrás de ella venía,
hizo volver los ojos a su punta,
porque salía de ella un son confuso. 6
Como mugía el toro siciliano 7
que primero mugió, y eso fue justo,
con el llanto de aquel que con su lima 9
lo templó, con la voz del afligido,
que, aunque estuviese forjado de bronce,
de dolor parecía traspasado; 12
así, por no existir hueco ni vía
para salir del fuego, en su lenguaje
las palabras amargas se tornaban. 15
Mas luego al encontrar ya su camino
por el extremo, con el movimiento
que la lengua le diera con su paso, 18
escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo
la voz y que has hablado cual lombardo,
diciendo: “Vete ya; más no te incito”, 21
aunque he llegado acaso un poco tarde,
no te pese el quedarte a hablar conmigo:
¡Mira que no me pesa a mí, que ardo! 24
Si tú también en este mundo ciego
has oído de aquella dulce tierra
latina, en que yo fui culpable, dime 27
si tiene la Romaña paz o guerra;
pues yo naci en los montes entre Urbino
y el yugo del que el Tiber se desata.» 30
Inclinado y atento aún me encontraba,
cuando al costado me tocó mi guía,
diciéndome: «Habla tú, que éste es latino.» 33
Yo, que tenía la respuesta pronta,
comencé a hablarle sin demora alguna:
«Oh alma que te escondes allá abajo, 36
tu Romaña no está, no estuvo nunca,
sin guerra en el afán de sus tiranos;
mas palpable ninguna dejé ahora. 39
Rávena está como está ha muchos años: 40
le los Polenta el águila allí anida,
al que a Cervia recubre con sus alas. 42
La tierra que sufrió la larga prueba 43
hizo de francos un montón sangriento,
bajo las garras verdes permanece. 45
El mastín viejo y joven de Verruchio, 46
que mala guardia dieron a Montaña,
clavan, donde solían, sus colmillos. 48
Las villas del Santerno y del Camone 49
manda el leoncito que campea en blanco,
que de verano a invierno el bando muda; 51
y aquella cuyo flanco el Savio baña, 52
como entre llano y monte se sitúa,
vive entre estado libre y tiranía. 54
Ahora quién eres, pido que me cuentes:
no seas más duro que lo fueron otros;
tu nombre así en el mundo tenga fama.» 57
Después que el fuego crepitó un momento
a su modo, movió la aguda punta
de aquí, de allí, y después lanzó este soplo: 60
«Si creyera que diese mi respuesta
a persona que al mundo regresara,
dejaría esta llama de agitarse; 63
pero, como jamás desde este fondo
nadie vivo volvió, si bien escucho,
sin temer a la infamia, te contestó: 66
Guerrero fui, y después fui cordelero,
creyendo, así ceñido, hacer enmienda,
y hubiera mi deseo realizado, 69
si a las primeras culpas, el gran Preste,
que mal haya, tornado no me hubiese;
y el cómo y el porqué, quiero que escuches: 72
Mientras que forma fui de carne y huesos
que mi madre me dio, fueron mis obras
no leoninas sino de vulpeja; 75
las acechanzas, las ocultas sendas
todas las supe, y tal llevé su arte,
que iba su fama hasta el confín del mundo. 78
Cuando vi que llegaba a aquella parte
de mi vida, en la que cualquiera debe
arriar las velas y lanzar amarras, 81
lo que antes me plació, me pesó entonces,
y arrepentido me volví y confeso,
¡ah miserable!, y me hubiera salvado. 84
El príncipe de nuevos fariseos, 85
haciendo guerra cerca de Letrán,
y no con sarracenos ni judíos, 87
que su enemigo todo era cristiano, 88
y en la toma de Acre nadie estuvo
ni comerciando en tierras del Sultán; 90
ni el sumo oficio ni las sacras órdenes
en sí guardó, ni en mí el cordón aquel
que suele hacer delgado a quien lo ciñe. 93
Pero, como a Silvestre Constantino, 94
allí en Sirati a curarle de lepra,
así como doctor me llamó éste 96
para curarle la soberbia fiebre:
pidióme mi consejo, y yo callaba,
pues sus palabras ebrias parecían. 99
Luego volvió a decir: «Tu alma no tema;
de antemano te absuelvo; enséñame
la forma de abatir a Penestrino. 102
El cielo puedo abrir y cerrar puedo,
porque son dos las llaves, como sabes,
que mi predecesor no tuvo aprecio.» 105
Los graves argumentos me punzaron
y, pues callar peor me parecia,
le dije: “Padre, ya que tú me lavas 108
de aquel pecado en el que caigo ahora,
larga promesa de cumplir escaso 110
hará que triunfes en el alto solio.” 111
Luego cuando morí, vino Francisco, 112
mas uno de los negros querubines
le dijo: “No lo lleves: no me enfades. 114
Ha de venirse con mis condenados,
puesto que dio un consejo fraudulento,
y le agarro del pelo desde entonces; 117
que a quien no se arrepiente no se absuelve,
ni se puede querer y arrepentirse,
pues la contradicción no lo consiente.” 120
¡Oh miserable, cómo me aterraba
al agarrarme diciéndome: “¿Acaso
no pensabas que lógico yo fuese?” 123
A Minos me condujo, y ocho veces
al duro lomo se ciñó la cola,
y después de morderse enfurecido, 126
dijo: “Este es reo de rabiosa llama”,
por lo cual donde ves estoy perdido
y, así vestido, andando me lamento.» 129
Cuando hubo terminado su relato,
se retiró la llama dolorida,
torciendo y debatiendo el cuerno agudo. 132
A otro lado pasamos, yo y mi guía,
por cima del escollo al otro arco
que cubre el foso, donde se castiga 135
a los que, discordiando, adquieren pena.

CANTO XXVIII

Aun si en prosa lo hiciese, ¿quién podría
de tanta sangre y plagas como vi
hablar, aunque contase mochas veces? 3
En verdad toda lengua fuera escasa
porque nuestro lenguaje y nuestra mente
no tienen juicio para abarcar tanto. 6
Aunque reuniesen a todo aquel gentío 7
que allí sobre la tierra infortunada
de Apulia, foe de su sangre doliente 9
por los troyanos y la larga guerra
que tan grande despojo hizo de anillos,
cual Livio escribe, y nunca se equivoca; 12
y quien sufrió los daños de los golpes
por oponerse a Roberto Guiscardo;
y la otra cuyos huesos aún se encuentran 15
en Caperano, donde fue traidor 16
todo el pullés; y la de Tegliacozzo,
que venció desarmado el viejo Alardo, 18
y cuál cortado y cuál roto su miembro
mostrase, vanamente imitaría
de la novena bolsa el modo inmundo. 21
Una cuba, que duela o fondo pierde,
como a uno yo vi, no se vacía,
de la barbilla abierto al bajo vientre; 24
por las piernas las tripas le colgaban,
vela la asadura, el triste saco
que hace mierda de todo lo que engulle. 27
Mientras que en verlo todo me ocupaba,
me miró y con la mano se abrió el pecho
diciendo: «¡Mira cómo me desgarro! 30
imira qué tan maltrecho está Mahoma! 31
Delante de mí Alí llorando marcha, 32
rota la cara del cuello al copete. 33
Todos los otros que tú ves aquí,
sembradores de escándalo y de cisma
vivos fueron, y así son desgarrados. 36
Hay detrás un demonio que nos abre,
tan crudamente, al tajo de la espada,
cada cual de esta fila sometiendo, 39
cuando la vuelta damos al camino;
porque nuestras heridas se nos cierran
antes que otros delante de él se pongan. 42
Mas ¿quién eres, que husmeas en la roca,
tal vez por retrasar ir a la pena,
con que son castigadas tus acciones?» 45
«Ni le alcanza aún la muerte, ni el castigo
respondió
mi maestrole
atormenta;
mas, por darle conocimiento pleno, 48
yo, que estoy muerto, debo conducirlo
por el infierno abajo vuelta a vuelta:
y esto es tan cierto como que te hablo.» 51
Mas de cien hubo que, cuando lo oyeron,
en el foso a mirarme se pararon
llenos de asombro, olvidando el martirio. 54
« Pues bien, di a Fray Dolcín que se abastezca,
tú que tal vez verás el sol en breve, 56
si es que no quiere aquí seguirme pronto, 57
tanto, que, rodeado por la nieve,
no deje la victoria al de Novara, 59
que no sería fácil de otro modo.» 60
Después de alzar un pie para girarse,
estas palabras díjome Mahoma;
luego al marcharse lo fijó en la tierra. 63
Otro, con la garganta perforada,
cortada la nariz hasta las cejas,
que una oreja tenía solamente, 66
con los otros quedó, maravillado,
y antes que los demás, abrió el gaznate,
que era por fuera rojo por completo; 69
y dijo: «Oh tú a quien culpa no condena
y a quien yo he visto en la tierra latina,
si mucha semejanza no me engaña, 72
acuérdate de Pier de Medicina, 73
si es que vuelves a ver el dulce llano,
que de Vercelli a Marcabó desciende. 75
Y haz saber a los dos grandes de Fano, 76
a maese Guido y a maese Angiolello,
que, si no es vana aquí la profecía, 78
arrojados serán de su bajel,
y agarrotados cerca de Cattolica,
por traición de tirano fementido. 81
Entre la isla de Chipre y de Mallorca
no vio nunca Neptuno tal engaño,
no de piratas, no de gente argólica. 84
Aquel traidor que ve con sólo uno,
y manda en el país que uno a mi lado
quisiera estar ayuno de haber visto, 87
ha de hacerles venir a una entrevista;
luego hará tal, que al viento de Focara
no necesitarán preces ni votos.» 90
Y yo le dije: «Muéstrame y declara,
si quieres que yo lleve tus noticias,
quién es el de visita tan amarga.» 93
Puso entonces la mano en la mejilla
de un compañero, y abrióle la boca,
gritando: «Es éste, pero ya no habla; 96
éste, exiliado, sembraba la duda, 97
diciendo a César que el que está ya listo
siempre con daño el esperar soporta.» 99
¡Oh cuán acobardado parecía,
con la lengua cortada en la garganta,
Curión que en el hablar fue tan osado! 102
Y uno, con una y otra mano mochas,
que alzaba al aire oscuro los muñones,
tal que la sangre le ensuciaba el rostro, 105
gritó: «Te acordarás también del Mosca, 106
que dijo: “Lo empezado fin requiere”,
que fue mala simiente a los toscanos.» 108
Y yo le dije: «Y muerte de tu raza.» 109
Y él, dolor a dolor acumulado,
se fue como persona triste y loca. 111
Mas yo quedé para mirar el grupo,
y vi una cosa que me diera miedo,
sin más pruebas, contarla solamente, 114
si no me asegurase la conciencia,
esa amiga que al hombre fortifica
en la confianza de sentirse pura. 117
Yo vi de cierto, y parece que aún vea,
un busto sin cabeza andar lo mismo
que iban los otros del rebaño triste; 120
la testa trunca agarraba del pelo,
cual un farol llevándola en la mano;
y nos miraba, y «¡Ay de mí!» decía. 123
De sí se hacía a sí mismo lucerna,
y había dos en uno y uno en dos:
cómo es posible sabe Quien tal manda. 126
Cuando llegado hubo al pie del puente,
alzó el brazo con toda la cabeza,
para decir de cerca sus palabras, 129
que fueron: «Mira mi pena tan cruda
tú que, inspirando vas viendo a los muertos;
mira si alguna hay grande como es ésta. 132
Y para que de mí noticia lleves
sabrás que soy Bertrand de Born, aquel 134
que diera al joven rey malos consejos. 135
Yo hice al padre y al hijo enemistarse:
Aquitael no hizo más de Absalón 137
y de David con perversas punzadas: 138
Y como gente unida así he partido,
partido llevo mi cerebro, ¡ay triste!,
de su principio que está en este tronco. 141
Y en mí se cumple la contrapartida.»

CANTO XXIX

La mucha gente y las diversas plagas,
tanto habian mis ojos embriagado,
que quedarse llorando deseaban; 3
mas Virgilio me dijo: «¿En qué te fijas?
¿Por qué tu vista se detiene ahora
tras de las tristes sombras mutiladas? 6
Tú no lo hiciste así en las otras bolsas;
piensa, si enumerarlas crees posible,
que millas veintidós el valle abarca. 9
Y bajo nuestros pies ya está la luna:
Del tiempo concedido queda poco,
y aún nos falta por ver lo que no has visto.» 12
«Si tú hubieras sabido le
repusela
razón por la cual miraba, acaso
me hubieses permitido detenerme.» 15
Ya se marchaba, y yo detrás de él,
mi guía, respondiendo a su pregunta
y añadiéndole: «Dentro de la cueva, 18
donde los ojos tan atento puse,
creo que un alma de mi sangre llora
la culpa que tan caro allí se paga.» 21
Dijo el maestro entonces: «No entretengas
de aquí adelante en ello el pensamiento:
piensa otra cosa, y él allá se quede; 24
que yo le he visto al pie del puentecillo
señalarte, con dedo amenazante,
y llamarlo escuché Geri del Bello. 27
Tan distraído tú estabas entonces
con el que tuvo Altaforte a su mando, 29
que se fue porque tú no le atendías.» 30
«Oh guía mío, la violenta muerte
que aún no le ha vengado yo
repuseninguno
que comparta su vergüenza, 33
hácele desdeñoso; y sin hablarme
se ha marchado, del modo que imagino;
con él por esto he sido más piadoso.» 36
Conversamos así hasta el primer sitio
que desde el risco el otro valle muestra,
si hubiese allí más luz, todo hasta el fondo. 39
Cuando estuvimos ya en el postrer claustro
de Malasbolsas, y que sus profesos
a nuestra vista aparecer podían, 42
lamentos saeteáronme diversos,
que herrados de piedad dardos tenían;
y me tapé por ello los oídos. 45
Como el dolor, si con los hospitales
de Valdiquiana entre junio y septiembre,
los males de Maremma y de Cerdeña, 48
en una fosa juntos estuvieran,
tal era aquí; y tal hedor desprendía,
como suele venir de miembros muertos. 51
Descendimos por la última ribera
del largo escollo, a la siniestra mano;
y entonces pude ver más claramente 54
allí hacia el fondo, donde la ministra
del alto Sir, infafble justicia,
castiga al falseador que aquí condena. 57
Yo no creo que ver mayor tristeza
en Egina pudiera el pueblo enfermo, 59
cuando se llenó el aire de ponzoña, 60
pues, hasta el gusanillo, perecieron
los animales; y la antigua gente,
según que los poeta aseguran, 63
se engendró de la estirpe de la hormiga;
como era viendo por el valle oscuro
languidecer las almas a montones. 66
Cuál sobre el vientre y cuál sobre la espalda,
yacía uno del otro, y como a gatas,
por el triste sendero caminaban. 69
Muy lentamente, sin hablar, marchábamos,
mirando y escuchando a los enfermos,
que levantar sus cuerpos no podían. 72
Vi sentados a dos que se apoyaban, 73
como al cocer se apoyan teja y teja,
de la cabeza al pie llenos de pústulas. 75
Y nunca vi moviendo la almohaza
a muchacho esperado por su amo,
ni a aquel que con desgana está aún en vela, 78
como éstos se mordían con las uñas
a ellos mismos a causa de la saña
del gran picor, que no tiene remedio; 81
y arrancaban la sarna con las uñas,
como escamas de meros el cuchillo,
o de otro pez que las tenga más grandes. 84
«Oh tú que con los dedos te desuellas
se
dirigió mi guía a uno de aquéllosy
que a veces tenazas de ellos haces, 87
dime si algún latino hay entre éstos
que están aquí, así te duren las uñas
eternamente para esta tarea.» 90
«Latinos somos quienes tan gastados
aquí nos ves llorando
uno repuso;
¿y quién tú, que preguntas por nosotros?» 93
Y el guía dijo: «Soy uno que baja
con este vivo aquí, de grada en grada,
y enseñarle el infierno yo pretendo.» 96
Entonces se rompió el común apoyo;
y temblando los dos a mí vinieron
con otros que lo oyeron de pasada. 99
El buen maestro a mí se volvió entonces,
diciendo: «Diles todo lo que quieras»;
y yo empecé, pues que él así quería: 102
«Así vuestra memoria no se borre
de las humanas mentes en el mundo,
mas que perviva bajo muchos soles, 105
decidme quiénes sois y de qué gente:
vuestra asquerosa y fastidiosa pena
el confesarlo espanto no os produzca.» 108
«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena 109
repuso
unopúsome
en el fuego,
pero no me condena aquella muerte. 111
Verdad es que le dije bromeando:
“Yo sabré alzarme en vuelo por el aire”
y aquél, que era curioso a insensato, 114
quiso que le enseñase el arte; y sólo
porque no le hice Dédalo, me hizo
arder así como lo hizo su hijo. 117
Mas en la última bolsa de las diez,
por la alquimia que yo en el mundo usaba,
me echó Minos, que nunca se equivoca.» 120
Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca
gente tan vana como la sienesa?
cierto, ni la francesa llega a tanto.» 123
Como el otro leproso me escuchara,
repuso a mis palabras: «Quita a Stricca, 125
que supo hacer tan moderados gastos; 126
y a Niccolò, que el uso dispendioso
del clavo descubrió antes que ninguno,
en el huerto en que tal simiento crece; 129
y quita la pandilla en que ha gastado
Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,
y el Abbagliato ha perdido su juicio. 132
Mas por que sepas quién es quien te sigue
contra el sienés, en mí la vista fija,
que mi semblante habrá de responderte: 135
verás que soy la sombra de Capoccio, 136
que falseé metales con la alquimia;
y debes recordar, si bien te miro, 138
que por naturaleza fui una mona.»

CANTO XXX

Cuando Juno por causa de Semele 1
odio tenia a la estirpe tebana,
como lo demostró en tantos momentos, 3
Atamante volvióse tan demente, 4
que, viendo a su mujer con los dos hijos
que en cada mano a uno conducía, 6
gritó: «¡Tendamos redes, y atrapemos
a la leona al pasar y a los leoncitos!»;
y luego con sus garras despiadadas. 9
agarró al que Learco se llamaba,
le volteó y le dio contra una piedra;
y ella se ahogó cargada con el otro. 12
Y cuando la fortuna echó por tierra 13
la soberbia de Troya tan altiva,
tal que el rey junto al reino fue abatido, 15
Hécuba triste, mísera y cautiva,
luego de ver a Polixena muerta,
y a Polidoro allí, junto a la orilla 18
del mar, pudo advertir con tanta pena,
desgarrada ladró tal como un perro;
tanto el dolor su mente trastornaba. 21
Mas ni de Tebas furias ni troyanas
se vieron nunca en nadie tan crueles,
ni a las bestias hiriendo, ni a los hombres, 24
cuanto en dos almas pálidas, desnudas,
que mordiendo corrían, vi, del modo
que el cerdo cuando deja la pocilga. 27
Una cogió a Capocchio, y en el nudo
del cuello le mordió, y al empujarle,
le hizo arañar el suelo con el vientre. 30
Y el aretino, que quedó temblando,
me dijo: « El loco aquel es Gianni Schichi, 32
que rabioso a los otros así ataca.» 33
«Oh le
dijeasí
el otro no te hinque
los dientes en la espalda, no te importe
el decirme quién es antes que escape.» 36
Y él me repuso: «El alma antigua es ésa
de la perversa Mirra, que del padre 38
lejos del recto amor, se hizo querida. 39
El pecar con aquél consiguió ésta
falsificándose en forma de otra,
igual que osó aquel otro que se marcha, 42
por ganarse a la reina de las yeguas,
falsificar en sí a Buoso Donati, 44
testando y dando norma al testamente.» 45
Y cuando ya se fueron los rabiosos,
sobre los cuales puse yo la vista,
la volví por mirar a otros malditos. 48
Vi a uno que un laúd parecería
si le hubieran cortado por las ingles
del sitio donde el hombre se bifurca. 51
La grave hidropesía, que deforma
los miembros con humores retenidos,
no casado la cara con el vientre, 54
le obliga a que los labios tenga abiertos,
tal como a causa de la sed el hético,
que uno al mentón, y el otro lleva arriba. 57
«Ah vosotros que andáis sin pena alguna,
y yo no sé por qué, en el mundo bajo
él
nos dijo,
mirad y estad atentos 60
a la miseria de maese Adamo: 61
mientras viví yo tuve cuanto quise,
y una gota de agua, ¡ay triste!, ansío. 63
Los arroyuelos que en las verdes lomas
de Casentino bajan hasta el Arno,
y hacen sus cauces fríos y apacibles, 66
siempre tengo delante, y no es en vano;
porque su imagen aún más me reseca
que el mal con que mi rostro se descarna. 69
La rígida justicia que me hiere
se sirve del lugar en que pequé
para que ponga en fuga más suspiros. 72
Está Romena allí, donde hice falsa
la aleación sigilada del Bautista,
por lo que el cuerpo quemado dejé. 75
Pero si viese aquí el ánima triste
de Guido o de Alejandro o de su hermano, 77
Fuente Branda, por verlos, no cambiase. 78
Una ya dentro está, si las rabiosas
sombras que van en torno no se engañan,
¿mas de qué sirve a mis miembros ligados? 81
Si acaso fuese al menos tan ligero
que anduviese en un siglo una pulgada,
en el camino ya me habría puesto, 84
buscándole entre aquella gente infame,
aunque once millas abarque esta fosa,
y no menos de media de través. 87
Por aquellos me encuentro en tal familia:
pues me indujeron a acuñar florines
con tres quilates de oro solamente.» 90
Y yo dije: «¿Quién son los dos mezquinos
que humean, cual las manos en invierno,
apretados yaciendo a tu derecha?» 93
«Aquí los encontré, y no se han movido
me
repusoal
llover yo en este abismo 97
ni eternamente creo que se muevan. 96
Una es la falsa que acusó a José;
otro el falso Sinón, griego de Troya: 98
por una fiebre aguda tanto hieden.» 99
Y uno de aquéllos, lleno de fastidio
tal vez de ser nombrados con desprecio,
le dio en la dura panza con el puño. 102
Ésta sonó cual si fuese un tambor;
y maese Adamo le pegó en la cara
con su brazo que no era menos duro, 105
diciéndole: «Aunque no pueda moverme,
porque pesados son mis miembros, suelto
para tal menester tengo mi brazo.» 108
Y aquél le respondió: « Al encaminarte
al fuego, tan veloz no lo tuviste:
pero sí, y más, cuando falsificabas.» 111
Y el hidrópico dijo: «Eso es bien cierto;
mas tan veraz testimonio no diste
al requerirte la verdad en Troya.» 114
«Si yo hablé en falso, el cuño falseaste
dijo
Sinóny
aquí estoy por un yerro,
y tú por más que algún otro demonio.» 117
«Acuérdate, perjuro, del caballo
repuso
aquel de la barriga hinchada;
y que el mundo lo sepa y lo castigue.» 120
«Y te castigue a ti la sed que agrieta
dijo
el griegola
lengua, el agua inmunda
que al vientre le hace valla ante tus ojos.» 123
Y el monedero dilo: «Así se abra
la boca por tu mal, como acostumbra;
que si sed tengo y me hincha el humor, 126
te duele la cabeza y tienes fiebre;
y a lamer el espejo de Narciso, 128
te invitarían muy pocas palabras.» 129
Yo me estaba muy quieto para oírles
cuando el maestro dijo: «¡Vamos, mira!
no comprendo qué te hace tanta gracia.» 132
Al oír que me hablaba con enojo,
hacia él me volví con tal vergüenza,
que todavía gira en mi memoria. 135
Como ocurre a quien sueña su desgracia,
que soñando aún desea que sea un sueño,
tal como es, como si no lo fuese, 138
así yo estaba, sin poder hablar,
deseando escusarme, y escusábame
sin embargo, y no pensaba hacerlo. 141
«Falta mayor menor vergüenza lava
dijo
el maestro,
que ha sido la tuya;
así es que ya descarga tu tristeza. 144
Y piensa que estaré siempre a tu lado,
si es que otra vez te lleva la fortuna
donde haya gente en pleitos semejantes: 147
pues el querer oír eso es vil deseo.»

CANTO XXXI

La misma lengua me mordió primero,
haciéndome teñir las dos mejillas,
y después me aplicó la medicina: 3
así escuché que solía la lanza 4
de Aquiles y su padre ser causante
primero de dolor, después de alivio, 6
Dimos la espalda a aquel mísero valle
por la ribera que en torno le ciñe,
y sin ninguna charla lo cruzamos. 9
No era allí ni de día ni de noche,
y poco penetraba con la vista;
pero escuché sonar un alto cuerno, 12
tanto que habría a los truenos callado,
y que hacia él su camino siguiendo,
me dirigió la vista sólo a un punto. 15
Tras la derrota dolorosa, cuando 16
Carlomagno perdió la santa gesta,
Orlando no tocó con tanta furia. 18
A poco de volver allí mi rostro,
muchas torres muy altas creí ver;
y yo: «Maestro, di, ¿qué muro es éste?» 21
Y él a mí: «Como cruzas las tinieblas
demasiado a lo lejos, te sucede
que en el imaginar estás errado. 24
Bien lo verás, si llegas a su vera,
cuánto el seso de lejos se confunde;
así que marcha un poco más aprisa.» 27
Y con cariño cogióme la mano,
y dijo: «Antes que hayamos avanzado,
para que menos raro te parezca, 30
sabe que no son torres, mas gigantes, 31
y en el pozo al que cerca esta ribera
están metidos, del ombligo abajo.» 33
Como al irse la niebla disipando,
la vista reconoce poco a poco
lo que esconde el vapor que arrastra el aire, 36
así horadando el aura espesa y negra,
más y más acercándonos al borde,
se iba el error y el miedo me crecía; 39
pues como sobre la redonda cerca
Monterregión de torres se corona, 41
así aquel margen que el pozo circunda 42
con la mitad del cuerpo torreaban
los horribles gigantes, que amenaza 44
aún desde el cielo Júpiter tronando. 45
Y yo miraba ya de alguno el rostro,
la espalda, el pecho y gran parte del vientre,
y los brazos cayendo a los costados. 47
Cuando dejó de hacer Naturaleza
aquellos animales, muy bien hizo,
porque tales ayudas quitó a Marte; 51
Y si ella de elefantes y ballenas
no se arrepiente, quien atento mira,
más justa y más discreta ha de tenerla; 54
pues donde el argumento de la mente
al mal querer se junta y a la fuerza,
el hombre no podría defenderse. 57
Su cara parecía larga y gruesa
como la Piña de San Pedro, en Roma, 59
y en esta proporción los otros huesos; 60
y así la orilla, que les ocultaba
del medio abajo, les mostraba tanto
de arriba, que alcanzar su cabellera 63
tres frisones en vano pretendiesen;
pues treinta grandes palmos les veía
de abajo al sitio en que se anuda el manto. 66
«Raphel may amech zabi almi», 67
a gritar empezó la fiera boca,
a quien más dulces salmos no convienen. 69
Y mi guía hacia él: « ¡Alma insensata,
coge tu cuerno, y desfoga con él
cuanta ira o pasión así te agita! 72
Mirate al cuello, y hallarás la soga
que amarrado lo tiene, alma turbada,
mira cómo tu enorme pecho aprieta.» 75
Después me dijo: «A sí mismo se acusa.
Este es Nembrot, por cuya mala idea
sólo un lenguaje no existe en el mundo. 78
Dejémosle, y no hablemos vanamente,
porque así es para él cualquier lenguaje,
cual para otros el suyo: nadie entiende.» 81
Seguimos el viaje caminando
a la izquierda, y a un tiro de ballesta,
otro encontramos más feroz y grande. 84
Para ceñirlo quién fuera el maestro,
decir no sé, pero tenía atados
delante el otro, atrás el brazo diestro, 87
una cadena que le rodeaba
del cuello a abajo, y por lo descubierto
le daba vueltas hasta cinco veces. 90
«Este soberbio quiso demostrar 91
contra el supremo Jove su potencia
dijo
mi guíay
esto ha merecido. 93
Se llama Efialte; y su intentona hizo
al dar miedo a los dioses los gigantes:
los brazos que movió, ya más no mueve.» 96
Y le dije: «Quisiera, si es posible,
que del desmesurado Briareo 98
puedan tener mis ojos experiencia.» 99
Y él me repuso: «A Anteo ya verás 100
cerca de aquí, que habla y está libre,
que nos pondrá en el fondo del infierno. 102
Aquel que quieres ver, está muy lejos,
y está amarrado y puesto de igual modo,
salvo que aún más feroz el rostro tiene.» 105
No hubo nunca tan fuerte terremoto,
que moviese una torre con tal fuerza,
como Efialte fue pronto en revolverse. 108
Más que nunca temí la muerte entonces,
y el miedo solamente bastaría
aunque no hubiese visto las cadenas. 111
Seguimos caminando hacia adelante
y llegamos a Anteo: cinco alas
salían de la fosa, sin cabeza. 114
«Oh tú que en el afortunado valle 115
que heredero a Escipión de gloria hizo,
al escapar Aníbal con los suyos, 117
mil leones cazaste por botín,
y que si hubieses ido a la alta lucha
de tus hermanos, hay quien ha pensado 120
que vencieran los hijos de la Tierra;
bájanos, sin por ello despreciarnos,
donde al Cocito encierra la friura. 123
A Ticio y a Tifeo no nos mandes; 124
éste te puede dar lo que deseas; 125
inclínate, y no tuerzas el semblante. 126
Aún puede darte fama allá en el mundo,
pues que está vivo y larga vida espera,
si la Gracia a destiempo no le llama.» 129
Así dijo el maestro; y él deprisa
tendió la mano, y agarró a mi guía,
con la que a Hércules diera el fuerte abrazo. 132
Virgilio, cuando se sintió cogido,
me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»;
luego hizo tal que un haz éramos ambos. 135
Cual parece al mirar la Garisenda 136
donde se inclina, cuando va una nube
sobre ella, que se venga toda abajo; 138
tal parecióme Anteo al observarle
y ver que se inclinaba, y fue en tal hora
que hubiera preferido otro camino. 141
Mas levemente al fondo que se traga 142
a Lucifer con Judas, nos condujo;
y así inclinado no hizo más demora, 144
y se alzó como el mástil en la nave.

CANTO XXXII

Si rimas broncas y ásperas tuviese, 1
como merecerfa el agujero
sobre el que apoyan las restantes rocas 3
exprimiría el jugo de mi tema
más plenamente; mas como no tengo,
no sin miedo a contarlo me dispongo; 6
que no es empresa de tomar a juego
de todo el orbe describir el fondo,
ni de lengua que diga «mama» o «papa». 9
Mas a mi verso ayuden las mujeres 10
que a Anfión a cerrar Tebas ayudaron,
y del hecho el decir no sea diverso. 12
¡Oh sobre todas mal creada plebe,
que el sitio ocupas del que hablar es duro,
mejor serla ser cabras u ovejas! 15
Cuando estuvimos ya en el negro pozo, 16
de los pies del gigante aún más abajo,
y yo miraba aún la alta muralla, 18
oí decirme: «Mira dónde pisas:
anda sin dar patadas a la triste
cabeza de mi hermano desdichado.» 21
Por lo cual me volví, y vi por delante
y a mis plantas un lago que, del hielo,
de vidrio, y no de agua, tiene el rostro. 24
A su corriente no hace tan espeso
velo, en Austria, el Danubio en el invierno,
ni bajo el frío cielo allá el Tanais, 27
como era allí; porque si el Pietrapana 28
o el Tambernic, encima le cayese, 29
ni «crac» hubiese hecho por el golpe. 30
Y tal como croando está la rana,
fuera del agua el morro, cuando sueña
con frecuencia espigar la campesina, 33
lívidas, hasta el sitio en que aparece 34
la vergüenza, en el hielo había sombras,
castañeteando el diente cual cigüeñas. 36
Hacia abajo sus rostros se volvían:
el frío con la boca, y con los ojos
el triste corazón testimoniaban. 39
Después de haber ya visto un poco en torno, 40
miré, a mis pies, a dos tan estrechados,
que mezclados tenían sus cabellos. 42
«Decidme, los que así apretáis los pechos
les
dije¿
Quiénes sois?» Y el cuello irguieron;
y al alzar la cabeza, chorrearon 45
sus ojos, que antes eran sólo blandos
por dentro, hasta los labios, y ató el hielo
las lágrimas entre ellos, encerrándolos. 48
Leño con leño grapa nunca une
tan fuerte; por lo que, como dos chivos,
los dos se golpearon iracundos. 51
Y uno, que sin orejas se encontraba
por la friura, con el rostro gacho,
dijo: «¿Por qué nos miras de ese modo? 54
Si saber quieres quién son estos dos,
el valle en que el Bisenzo se derrama
fue de Alberto, su padre, y de estos hijos. 57
De igual cuerpo salieron; y en Caína
podrás buscar, y no encontrarás sombra
más digna de estar puesta en este hielo; 60
no aquel a quien rompiera pecho y sombra, 61
por la mano de Arturo, un solo golpe;
no Focaccia; y no éste, que me tapa 63
con la cabeza y no me deja ver,
y fue llamado Sassol Mascheroni: 65
si eres toscano bien sabrás quién fue. 66
Y porque en más sermones no me metas,
sabe que fui Camincion dei Pazzi; 68
y espero que Carlino me haga bueno.» 69
Luego yo vi mil rostros por el frío 70
amoratados, y terror me viene,
y siempre me vendrá de aquellos hielos. 72
Y mientras que hacia el centro caminábamos,
en el que toda gravedad se aúna,
y yo en la eterna lobreguez temblaba, 75
si el azar o el destino o Dios lo quiso,
no sé; mas paseando entre cabezas,
golpeé con el pie el rostro de una. 78
Llorando me gritó: «¿Por qué me pisas?
Si a aumentar tú no vienes la venganza
de Monteaperti, ¿por qué me molestas?» 81
Y yo: «Maestro mío, espera un poco
pues quiero que me saque éste de dudas;
y luego me darás, si quieres, prisa.» 84
El guía se detuvo y dije a aquel
que blasfemaba aún muy duramente:
« ¿Quién eres tú que así reprendes a otros?» 87
«Y tú ¿quién eres que por la Antenora
vas golpeando respondiólos
rostros,
de tal forma que, aun vivo, mucho fuera?» 90
«Yo estoy vivo, y acaso te convenga
fue
mi respuesta,
si es que quieres fama,
que yo ponga tu nombre entre los otros.» 93
Y él a mí: «Lo contrario desearía;
márchate ya de aquí y no me molestes,
que halagar sabes mal en esta gruta.» 96
Entonces le cogí por el cogote,
y dije: «Deberás decir tu nombre,
o quedarte sin pelo aquí debajo.» 99
Por lo que dijo: «Aunque me descabelles,
no te diré quién soy, ni he de decirlo,
aunque mil veces golpees mi cabeza.» 102
Ya enroscados tenía sus cabellos,
y ya más de un mechón le había arrancado,
mientras ladraba con la vista gacha, 105
cuando otro le gritó: «¿Qué tienes, Bocca?
¿No te basta sonar con las quijadas,
sino que ladras? ¿quién te da tormento?» 108
«Ahora le
dije yono
quiero oírte,
oh malvado traidor: que en tu deshonra,
he de llevar de ti veraces nuevas.» 111
«Vete repusoy
di lo que te plazca,
pero no calles, si de aquí salieras,
de quien tuvo la lengua tan ligera. 114
Él llora aquí el dinero del francés: 115
“Yo vi podrás
decira
aquel de Duera,
donde frescos están los pecadores.” 117
Si fuera preguntado “¿y esos otros?”,
tienes al lado a aquel de Beccaría, 119
del cual segó Florencia la garganta. 120
Gianni de Soldanier creo que está 121
allá con Ganelón y Teobaldelo, 122
que abrió Faenza mientras que dormía.» 123
Nos habíamos de éstos alejado,
cuando vi a dos helados en un hoyo,
y una cabeza de otra era sombrero; 126
y como el pan con hambre se devora,
así el de arriba le mordía al otro
donde se juntan nuca con cerebro. 129
No de otra forma Tideo roía
la sien a Menalipo por despecho, 131
que aquél el cráneo y las restantes cosas. 132
«Oh tú, que muestras por tan brutal signo
un odio tal por quien así devoras,
dime el porqué le
dijede
ese trato, 135
que si tú con razón te quejas de él,
sabiendo quiénes sois, y su pecado,
aún en el mundo pueda yo vengarte, 138
si no se seca aquella con la que hablo.»

CANTO XXXIII

De la feroz comida alzó la boca
el pecador, limpiándola en los pelos
de la cabeza que detrás roía. 3
Luego empezó: «Tú quieres que renueve
el amargo dolor que me atenaza
sólo al pensarlo, antes que de ello hable. 6
Mas si han de ser simiente mis palabras
que dé frutos de infamia a este traidor
que muerdo, al par verás que lloro y hablo. 9
Ignoro yo quién seas y en qué forma
has llegado hasta aquí, mas de Florencia
de verdad me pareces al oírte. 12
Debes saber que fui el conde Ugolino 13
y este ha sido Ruggieri, el arzobispo; 14
por qué soy tal vecino he de contarte. 15
Que a causa de sus malos pensamientos,
y fiándome de él fui puesto preso
y luego muerto, no hay que relatarlo; 18
mas lo que haber oído no pudiste,
quiero decir, lo cruel que fue mi muerte,
escucharás: sabrás si me ha ofendido. 21
Un pequeño agujero de «la Muda» 22
que por mí ya se llama «La del Hambre»,
y que conviene que a otros aún encierre, 24
enseñado me había por su hueco
muchas lunas, cuando un mal sueño tuve
que me rasgó los velos del futuro. 27
Éste me apareció señor y dueño,
a la caza del lobo y los lobeznos 29
en el monte que a Pisa oculta Lucca. 30
Con perros flacos, sabios y amaestrados,
los Gualandis, Lanfrancos y Sismondis 32
al frente se encontraban bien dispuestos. 33
Tras de corta carrera vi rendidos
a los hijos y al padre, y con colmillos
agudos vi morderles los costados. 36
Cuando me desperté antes de la aurora,
llorar sentí en el sueño a mis hijitos
que estaban junto a mí, pidiendo pan. 39
Muy cruel serás si no te dueles de esto,
pensando lo que en mi alma se anunciaba:
y si no lloras, ¿de qué llorar sueles? 42
Se despertaron, y llegó la hora
en que solían darnos la comida,
y por su sueño cada cual dudaba. 45
Y oí clavar la entrada desde abajo
de la espantosa torre; y yo miraba
la cara a mis hijitos sin moverme. 48
Yo no lloraba, tan de piedra era;
lloraban ellos; y Anselmuccio dijo: 50
«Cómo nos miras, padre, ¿qué te pasa?» 51
Pero yo no lloré ni le repuse
en todo el día ni al llegar la noche,
hasta que un nuevo sol salía a mundo. 54
Como un pequeño rayo penetrase
en la penosa cárcel, y mirara
en cuatro rostros mi apariencia misma, 57
ambas manos de pena me mordía;
y al pensar que lo hacía yo por ganas
de comer, bruscamente levantaron, 60
diciendo: « Padre, menos nos doliera
si comes de nosotros; pues vestiste
estas míseras carnes, las despoja.» 63
Por más no entristecerlos me calmaba;
ese día y al otro nada hablamos:
Ay, dura tierra, ¿por qué no te abriste? 66
Cuando hubieron pasado cuatro días,
Gaddo se me arrojó a los pies tendido, 68
diciendo: «Padre, ¿por qué no me ayudas?» 69
Allí murió: y como me estás viendo,
vi morir a los tres uno por uno
al quinto y sexto día; y yo me daba 72
ya ciego, a andar a tientas sobre ellos.
Dos días les llamé aunque estaban muertos:
después más que el dolor pudo el ayuno.» 75
Cuando esto dijo, con torcidos ojos
volvió a morder la mísera cabeza,
y los huesos tan fuerte como un perro. 78
¡Ah Pisa, vituperio de las gentes
del hermoso país donde el «sí» suena!,
pues tardos al castigo tus vecinos, 81
muévanse la Gorgona y la Capraia, 82
y hagan presas allí en la hoz del Arno,
para anegar en ti a toda persona; 84
pues si al conde Ugolino se acusaba
por la traición que hizo a tus castillos,
no debiste a los hijos dar tormento. 87
Inocentes hacía la edad nueva,
nueva Tebas, a Uguiccion y al Brigada 89
y a los otros que el canto ya ha nombrado.» 90
A otro lado pasamos, y a otra gente 91
envolvía la helada con crudeza,
y no cabeza abajo sino arriba. 93
El llanto mismo el lloro no permite,
y la pena que encuentra el ojo lleno,
vuelve hacia atras, la angustia acrecentando; 96
pues hacen muro las primeras lágrimas,
y así como viseras cristalinas,
llenan bajo las cejas todo el vaso. 99
Y sucedió que, aun como encallecido
por el gran frío cualquier sentimiento
hubiera abandonado ya mi rostro, 102
me parecía ya sentir un viento,
por lo que yo: «Maestro, ¿quién lo hace?,
¿No están extintos todos los vapores?» 105
Y él me repuso: «En breve será cuando
a esto darán tus ojos la respuesta,
viendo la causa que este soplo envía.» 108
Y un triste de esos de la fría costra
gritó: «Ah vosotras, almas tan crueles,
que el último lugar os ha tocado, 111
del rostro levantar mis duros velos,
que el dolor que me oprime expulsar pueda,
un poco antes que el llanto se congele.» 114
Y le dije: «Si quieres que te ayude,
dime quién eres, y si no te libro,
merezca yo ir al fondo de este hielo.» 117
Me respondió: «Yo soy fray Alberigo; 118
soy aquel de la fruta del mal huerto,
que por el higo el dátil he cambiado.» 120
«Oh, ¿ya estás muerto díjele
yoentonces?
Y él repuso: «De cómo esté mi cuerpo
en el mundo, no tengo ciencia alguna. 123
Tal ventaja tiene esta Tolomea,
que muchas veces caen aquí las almas 125
antes de que sus dedos mueva Atropos; 126
y para que de grado tú me quites
las lágrimas vidriadosas de mi rostro,
sabe que luego que el alma traiciona, 129
como yo hiciera, el cuerpo le es quitado
por un demonio que después la rige,
hasta que el tiempo suyo todo acabe. 132
Ella cae en cisterna semejante;
y es posible que arriba esté aún el cuerpo
de la sombra que aquí detrás inverna. 135
Tú lo debes saber, si ahora has venido: 136
que es Branca Doria, y ya han pasado muchos
años desde que fuera aquí encerrado.» 138
«Creo le
dije yoque
tú me engañas;
Branca Doria no ha muerto todavía,
y come y bebe y duerme y paños viste.» 141
«Al pozo él
respondióde
Malasgarras,
donde la pez rebulle pegajosa,
aún no había caído Miguel Zanque, 144
cuando éste le dejó al diablo un sitio
en su cuerpo, y el de un pariente suyo 146
que la traición junto con él hiciera. 147
Mas extiende por fin aquí la mano;
abre mis ojos.» Y no los abrí; 149
y cortesia fue el villano serle. 150
¡Ah genoveses, hombres tan distantes
de todo bien, de toda lacra llenos!,
¿por qué no sois del mundo desterrados? 153
Porque con la peor alma de Romaña 154
hallé a uno de vosotros, por sus obras
su espiritu bañando en el Cocito, 156
y aún en la tierra vivo con el cuerpo.

CANTO XXXIV

«Vexilla regis prodeunt inferni 1
contra nosotros, mira, pues, delante
dijo
el maestroa
ver si los distingues.» 3
Como cuando una espesa niebla baja,
o se oscurece ya nuestro hemisferio,
girando lejos vemos un molino, 6
una máquina tal creí ver entonces;
luego, por aquel viento, busqué abrigo
tras de mi guía, pues no hallé otra gruta. 9
Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,
donde todas las sombras se cubrían, 11
traspareciendo como paja en vidrio: 12
Unas yacen; y están erguidas otras,
con la cabeza aquella o con las plantas;
otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve. 15
Cuando avanzamos ya lo suficiente,
que a mi maestro le plació mostrarme
la criatura que tuvo hermosa cara, 18
se me puso delante y me detuvo,
«Mira a Dite diciendo,
y mira el sitio 20
donde tendrás que armarte de valor.» 21
De cómo me quedé helado y atónito,
no lo inquieras, lector, que no lo escribo,
porque cualquier hablar poco sería. 24
Yo no morí, mas vivo no quedé:
piensa por ti, si algún ingenio tienes,
cual me puse, privado de ambas cosas. 27
El monarca del doloroso reino,
del hielo aquel sacaba el pecho afuera;
y más con un gigante me comparo, 30
que los gigantes con sus brazos hacen:
mira pues cuánto debe ser el todo
que a semejante parte corresponde. 33
Si igual de bello fue como ahora es feo,
y contra su hacedor alzó los ojos,
con razón de él nos viene cualquier luto. 36
¡Qué asombro tan enorme me produjo 37
cuando vi su cabeza con tres caras!
Una delante, que era toda roja: 39
las otras eran dos, a aquella unidas
por encima del uno y otro hombro,
y uníanse en el sitio de la cresta; 42
entre amarilla y blanca la derecha
parecia; y la izquierda era tal los que
vienen de allí donde el Nilo discurre. 45
Bajo las tres salía un gran par de alas,
tal como convenía a tanto pájaro:
velas de barco no vi nunca iguales. 48
No eran plumosas, sino de murciélago
su aspecto; y de tal forma aleteaban,
que tres vientos de aquello se movían: 51
por éstos congelábase el Cocito;
con seis ojos lloraba, y por tres barbas
corría el llanto y baba sanguinosa. 54
En cada boca hería con los dientes
a un pecador, como una agramadera, 56
tal que a los tres atormentaba a un tiempo. 57
Al de delante, el morder no era nada
comparado a la espalda, que a zarpazos
toda la piel habíale arrancado. 60
«Aquella alma que allí más pena sufre
dijo
el maestroes
Judas Iscariote,
con la cabeza dentro y piernas fuera. 63
De los que la cabeza afuera tienen,
quien de las negras fauces cuelga es Bruto:
¡
mirale retorcerse! ¡y nada dice!66
Casio es el otro, de aspecto membrudo.
Mas retorna la noche, y ya es la hora
de partir, porque todo ya hemos visto.» 69
Como él lo quiso, al cuello le abracé;
y escogió el tiempo y el lugar preciso,
y, al estar ya las alas bien abiertas, 72
se sujetó de los peludos flancos:
y descendió después de pelo en pelo,
entre pelambre hirsuta y costra helada. 75
Cuando nos encontramos donde el muslo 76
se ensancha y hace gruesas las caderas,
el guía, con fatiga y con angustia, 78
la cabeza volvió hacia los zancajos,
y al pelo se agarró como quien sube,
tal que al infierno yo creí volver. 81
«Cógete bien, ya que por esta escala
dijo
el maestro exhausto y jadeante
es preciso escapar de tantos males.» 84
Luego salió por el hueco de un risco,
y junto a éste me dejó sentado;
y puso junto a mí su pie prudente. 87
Yo alcé los ojos, y pensé mirar
a Lucifer igual que lo dejamos,
y le vi con las piernas para arriba; 90
y si desconcertado me vi entonces,
el vulgo es quien lo piensa, pues no entiende
cuál es el trago que pasado había. 93
«Ponte de pie me
dijo mi maestro:
la ruta es larga y el camino es malo,
y el sol ya cae al medio de la tercia.» 96
No era el lugar donde nos encontrábamos
pasillo de palacio, mas caverna
que poca luz y mal suelo tenía. 99
«Antes que del abismo yo me aparte,
maestro dije
cuando estuve en pie,
por sacarme de error háblame un poco: 102
¿Dónde está el hielo?, ¿y cómo éste se encuentra
tan boca abajo, y en tan poco tiempo,
de noche a día el sol ha caminado?» 105
Y él me repuso: « Piensas todavía
que estás allí en el centro, en que agarré
el pelo del gusano que perfora 108
el mundo: allí estuviste en la bajada;
cuando yo me volví, cruzaste el punto
en que converge el peso de ambas partes: 111
y has alcanzado ya el otro hemisferio
que es contrario de aquel que la gran seca 113
recubre, en cuya cima consumido 114
fue el hombre que nació y vivió sin culpa;
tienes los pies sobre la breve esfera
que a la Judea forma la otra cara. 117
Aquí es mañana, cuando allí es de noche:
y aquél, que fue escalera con su pelo,
aún se encuentra plantado igual que antes. 120
Del cielo se arrojó por esta parte; 121
y la tierra que aquí antes se extendía,
por miedo a él, del mar hizo su velo, 123
y al hemisferio nuestro vino; y puede
que por huir dejara este vacío
eso que allí se ve, y arriba se alza.» 126
Un lugar hay de Belcebú alejado
tanto cuanto la cárcava se alarga,
que el sonido denota, y no la vista, 129
de un arroyuelo que hasta allí desciende 130
por el hueco de un risco, al que perfora
su curso retorcido y sin pendiente. 132
Mi guía y yo por esa oculta senda
fuimos para volver al claro mundo;
y sin preocupación de descansar, 135
subimos, él primero y yo después,
hasta que nos dejó mirar el cielo
un agujero, por el cual salimos 138
a contemplar de nuevo las estrellas. 139

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