CANTAR TERCERO
LA AFRENTA DE CORPES
112
Suéltase el
león del Cid. - Miedo de los infantes de Carrión. El Cid amansa al león. -
Vergüenza de los infantes
En Valencia
estaba el Cid y con él los suyos son,
y con él sus
ambos yernos, los infantes de Carrión.
Acostado en un
escaño dormía el Campeador.
Sabed la mala
sorpresa que a todos aconteció:
escapóse de su
jaula, desatándose, un león.
Al saberlo, por
la corte un grande miedo cundió.
Embrazan sus
mantos las gentes del Campeador
y rodean el
escaño donde duerme su señor.
Pero Fernando
González, un infante de Carrión,
no encontró
donde esconderse, ni sala ni torre halló;
metióse bajo el
escaño, tanto era su pavor.
El otro, Diego
González, por la puerta se salió
gritando con
grandes voces: «No volveré a ver Carrión.»
Tras la viga de
un lagar metióse con gran pavor,
de donde manto
y brial todo sucio lo sacó.
En esto
despertó el Cid, el que en buena hora nació,
viendo cercado
su escaño de su servicio mejor:
«¿Qué es esto,
decid, mesnadas? ¿Qué hacéis a mi alrededor?»
«Señor honrado,
le dicen, gran susto nos dio el león.»
Mío Cid hincó
su codo y presto se levantó,
el manto
colgando al cuello, se dirigió hacia el león.
Cuando el león
le hubo visto, intimidado quedó,
y frente al Cid
la cabeza bajando, el hocico hincó.
Mío Cid Rodrigo
Díaz por el cuello lo cogió,
y llevándolo
adiestrado en la jaula lo metió.
Por maravilla
lo tienen cuantos circunstantes son,
y se vuelven a
palacio llenos de estupefacción.
Mío Cid por sus
dos yernos preguntó y no los halló,
y a pesar de
que los llama, ninguno le respondió.
Cuando, al fin,
los encontraron, los hallaron sin color:
nunca vieron
por la corte tanta burla y diversión,
hasta que
impuso silencio a todos el Campeador.
Avergonzados
estaban los infantes de Carrión,
y resentidos
quedaron por aquello que ocurrió.
113
El rey Búcar,
de Marruecos, ataca a Valencia
Ellos estando
en tal trance, tuvieron un gran pesar:
fuerzas de
Marruecos llegan para a Valencia cercar;
sobre los
campos de Cuarte las tropas van a acampar,
cincuenta mil
tiendas grandes ya plantadas allí están:
eran fuerzas
del rey Búcar, si de él oísteis hablar .
114
Los infantes
temen la batalla. - El Cid los reprende
Ello al Cid y a
sus varones alegra de corazón,
pues les traerá
ganancias, y lo agradecen a Dios.
Mas sabed que
ello les pesa a los condes de Carrión;
que el ver
tanta tienda mora grande disgusto les dio.
Ambos hermanos
aparte así hablaron los dos:
«Calculamos la
ganancia, pero la pérdida, no;
ahora, en esta
batalla, habremos de entrar los dos;
esto está
determinado para no ver más Carrión;
viudas habrán
de quedar las hijas del Campeador.»
Aunque en
secreto lo hablaron, Muño Gustioz los oyó,
y fuese a darle
la nueva a mío Cid Campeador:
«He aquí a
vuestros yernos, que tan atrevidos son,
que por no
entrar en batalla ahora piensan en Carrión.
Marchad, pues,
a consolarlos y así os valga el Creador,
y en paz queden
y en la lucha no hayan participación.
Nosotros los
venceremos y nos valdrá el Creador.»
Mío Cid Rodrigo Díaz sonriéndose salió:
«Dios os salve,
yernos míos, los infantes de Carrión,
en brazos
tenéis mis hijas, que son blancas como el sol.
Yo sólo pienso
en batallas y vosotros en Carrión;
quedaos, pues,
en Valencia a vuestro mejor sabor,
que del enemigo
moro ya entiendo bastante yo,
y a vencerlo yo
me atrevo con la merced del Creador.»
115
Mensaje de
Búcar. - Espolonada de los cristianos. - Cobardía del infante Fernando. - (Crónica
de Veinte Reyes). - Generosidad de Pero Bermúdez
Ojalá vea la
hora en que yo pueda pagaros.»
Y el infante
con don Pero juntos se volvieron ambos.
Así lo afirma
don Pero, como lo cuenta Fernando.
Plugo esto a
mío Cid como a todos sus vasallos:
«Aun si Dios
así lo quiere y el Padre que está en lo alto,
mis dos yernos
algún día buenos serán en el campo.»
Mientras esto
va diciendo, las gentes ya van llegando,
y la hueste de
los moros va los tambores sonando;
por maravilla
lo tienen casi todos los cristianos,
que nunca lo
habían visto los últimos que llegaron.
Más que todos
maravíllanse don Diego y don Fernando,
que por su
voluntad propia no se hubieran acercado.
Oíd, pues, lo
que dijera mío Cid el bienhadado:
«Ven acá, Pero
Bermúdez, tú, mi buen sobrino caro,
cuídame bien a
don Diego y cuídame a don Fernando,
mis yernos
ambos a dos, porque yo mucho los amo,
que los moros,
si Dios quiere, no quedarán en el campo.»
116
Pero Bermúdez
se desentiende de los infantes. –Minaya
y don Jerónimo piden el primer puesto en la batalla
«Os digo yo,
mío Cid, y os pido por caridad,
que este día a
los infantes no me obliguéis a cuidar,
cuídese de
ellos quienquiera, que a mí ¡poco se me da!
Yo con los míos
quisiera en la vanguardia atacar,
y vos con los
vuestros, firmes a retaguardia quedad;
y si hubiere
algún peligro, bien me podréis ayudar.»
En esto llegó
Minaya Álvar Fáñez, para hablar:
«Oíd lo que
ahora os digo, Cid Campeador leal:
esta batalla
que empieza es el Señor quien la hará,
y vos, tan
digno, tenéis su bendición celestial.
Mandadnos,
pues, mío Cid, como quisieseis mandar,
que el deber de
cada uno cumplido habrá de quedar.
Hemos de ver
cómo Dios de ventura os colmará.»
Mío Cid dijo:
«No hay prisa, aún podemos esperar.»
El obispo don
Jerónimo, que muy bien armado va,
se detuvo ante
mío Cid, con deseos de luchar:
«Hoy os he
dicho la misa de la Santa Trinidad;
y si salí de mi
tierra y hasta aquí os vine a buscar,
es por cumplir
el deseo de algunos moros matar;
que mi
orden y mis manos así yo quisiera
honrar,
y en esta
batalla quiero ser quien empiece a atacar.
Traigo yo
pendón con corzas en mis armas por señal,
y, si pluguiera
al Señor, yo las quisiera probar
y mi corazón
así mucho habríase de holgar,
y vos, mío Cid,
podríais de mí satisfecho estar.
Si este favor
no me hacéis de aquí quisiera marchar.»
Entonces dijo
mío Cid: «Lo que vos queréis, será.
Ya se divisan
los moros, las armas podéis probar,
nosotros de
aquí veremos cómo pelea el abad.»
117
El obispo rompe
la batalla. - El Cid acomete. Invade el campamento de los moros
El obispo don
Jerónimo tomó una buena arrancada
y fue a atacar
a los moros al campamento en que estaban.
Por la suerte
que le cupo, y porque Dios le amparaba,
a los dos
primeros golpes que dio dos moros matara.
Como el astil
ha quebrado, echóle mano a la espada.
Esforzábase el
obispo, ¡Dios, y qué bien que luchaba!
Dos moros mató
con lanza y otros cinco con la espada.
Como los moros
son muchos, en derredor le cercaban,
y aunque le dan
grandes golpes, no logran quebrar sus armas.
El que en buen
hora nació sus dos ojos le clavaba,
embrazó el
escudo y luego bajó el astil de la lanza,
aguijoneó a
Babieca, el caballo que bien anda,
y fue a
atacarlos con todo su corazón y su alma.
Entre las filas
primeras el Campeador entraba,
abatió a siete
por tierra y a otros cuatro los matara.
Plugo a Dios
que la victoria fuese ese día ganada.
Mío Cid con sus
vasallos al enemigo alcanzaba;
vierais
quebrarse las cuerdas y arrancarse las estacas,
y los labrados
tendales que las tiendas sustentaban.
Los del Cid, a
los de Búcar de las tiendas los echaban.
118
Los cristianos
persiguen al enemigo. - El Cid alcanza y mata a Búcar. Gana la espada Tizón
Los arrojan de
sus tiendas y ya alcanzándolos van;
tantos brazos
con loriga vierais como caen ya,
tantas cabezas
con yelmo por todo el campo rodar,
caballos sin
caballeros ir por aquí y por allá.
Siete millas
bien cumplidas se prolongó el pelear.
Mío Cid
Campeador a Búcar llegó a alcanzar:
«Volveos acá,
rey Búcar, que venís de allende el mar,
a habéroslas
con el Cid de luenga barba, llegad,
que hemos de
besarnos ambos para pactar amistad.»
Repuso Búcar al
Cid: «Tu amistad confunda Alá.
Espada tienes
en mano y yo te veo aguijar:
lo que me hace
suponer que en mí quiéresla probar.
Mas si este
caballo mío no me llega a derribar,
conmigo no has
de juntarte hasta dentro de la mar.»
Aquí le repuso
el Cid: «Eso no será verdad.»
Buen caballo
lleva Búcar, y muy grandes saltos da,
pero Babieca,
el del Cid, alcanzándole va ya.
Mío Cid alcanzó
a Búcar a tres brazas de la mar,
alzó en alto su
Colada y tan gran golpe le da
que los
carbunclos del yelmo todos se los fue a arrancar:
cortóle el
yelmo y con él la cabeza por mitad,
hasta la misma
cintura la espada logró llegar.
Así mató el Cid
a Búcar, aquel rey de allende el mar,
por lo que ganó
a Tizón que mil marcos bien valdrá.
Venció así la
gran batalla maravillosa y campal,
honrándose así
mío Cid y a cuantos con él están.
119
Los del Cid
vuelven del alcance. - El Cid, satisfecho de sus yernos; éstos, avergonzados. -
Ganancias de la victoria
Del campo se
vuelven ya con todo lo que ganaron,
a su paso
recogiendo lo que encuentran por el campo.
A las tiendas
llegan todos, al señor acompañando,
mío Cid Rodrigo
Díaz el Campeador nombrado,
que vuelve con
sus espadas, las dos que él estima tanto.
Por la matanza
venía el Campeador cansado,
la cara trae
descubierta, con el almófar quitado,
la cofia a
medio caer sobre el pelo descansando.
De todas las
partes van acudiendo sus vasallos;
algo ha visto
mío Cid Rodrigo que le ha gustado,
alzó la vista y
quedóse fijamente contemplando
cómo llegaban
sus yernos, don Diego y don Fernando,
ambos son hijos
de aquel conde llamado Gonzalo.
Alegróse el Cid
y así sonriente, les va hablando:
«¿Sois
vosotros, yernos míos? Por hijos os cuento a ambos.
Bien sé que
estáis de luchar satisfechos y pagados;
a Carrión he de
mandar mensajeros a contarlo,
y también cómo
al rey Búcar la batalla hemos ganado.
Fío yo en
nuestro Señor y fío en todos sus santos,
que de esta
victoria todos hemos de salir pagados.»
Álvar Fáñez de
Minaya en este punto ha llegado,
el escudo lleva
al cuello todo lleno de espadazos,
las lanzadas
recibidas no le hicieron ningún daño,
porque aquellos
que lo hirieron no lograron alcanzarlo.
Por su codo
abajo, va ya la sangre chorreando
de veinte moros
o más que él había rematado:
« ¡Gracias a nuestro Señor, el Padre que está en lo
alto,
y a vos, mío
Cid de Vivar Campeador bienhadado!
Matasteis vos
al rey Búcar y la batalla ganamos.
Para vos, pues,
estos bienes, y para vuestros vasallos.
Ya vuestros
yernos, señor, su valor han demostrado,
hartos de
luchar con moros, de la batalla en el campo.»
Dijo mío Cid:
«Me place el que así se hayan portado,
si ahora son
buenos, mañana serán aún más esforzados.»
De verdad lo
dijo el Cid, mas ellos lo creen escarnio.
Todas aquellas ganancias a Valencia van
llegando,
y alegre está
mío Cid como todos sus vasallos,
que por ración
cada uno alcanzó seiscientos marcos.
Los yernos de
mío Cid la parte hubieron tomado
que les tocó
del botín y la ponen a recaudo,
pensando que ya
en sus días de nada serán menguados.
Cuando a
Valencia volvieron, de gala se ataviaron,
comieron a su
placer, lucieron pieles y mantos.
Muy contento
está mío Cid como todos sus vasallos.
120
El Cid,
satisfecho de su victoria y de sus yernos. Un gran día fue en la corte del leal
Campeador por la victoria ganada a Búcar, a quien mató.
Alzó mío Cid la
mano y la barba se cogió:
«Gracias a Cristo, decía, que es de este mundo Señor,
que lidiaran a
mi lado mis yernos ambos a dos;
buenas nuevas
mandaré de mis yernos a Carrión,
que cuenten, en
honra suya, su conducta y su valor.»
121
Reparto del
botín
Sobradas son
las ganancias que todos han alcanzado,
lo uno era de
ellos ya lo demás tiénenlo a salvo.
Mandó mío Cid
don Rodrigo de Vivar el bienhadado,
que de todo
aquel botín que en la batalla han ganado,
todos tomasen
la parte que les toca en el reparto,
y el quinto de
mío Cid no se dejase olvidado.
Todos así lo
cumplieron como habíase acordado.
La quinta de
mío Cid, eran seiscientos caballos
y acémilas de
otras clases y camellos tan sobrados,
que de tantos
como había no podían ni contarlos.
122
El Cid, en el
colmo de su gloria, medita dominar a Marruecos. –Los infantes, ricos y honrados en la corte del Cid
Todas aquestas
ganancias hizo el Cid Campeador.
« ¡Gracias a Dios de los cielos, que es de este mundo
Señor,
que si hasta
aquí vine pobre, ahora ya rico soy,
poseo tierras,
dinero, bienes de oro y honor,
y puedo contar
por yernos a los condes de Carrión;
y venzo en
cuantas batallas lucho, cual place al Señor,
y los moros y
cristianos yo les infundo pavor.
Allá en tierras
de Marruecos, donde las mezquitas son,
se teme que
alguna noche pudiera asaltarlas yo,
ellos así se lo
temen aunque no lo pienso, no:
no habré de ir
a buscarlos, porque aquí en Valencia estoy,
pero me habrán
de dar parias, con ayuda del Creador,
que me pagarán
a mí o a quien designara yo.»
Grandes son los
regocijos en Valencia la mayor
de todas las
compañías de mío Cid Campeador
por esta grande
victoria alcanzada con tesón;
grande es
también la alegría de sus dos yernos, los dos:
ganaron cinco
mil marcos de oro de gran valor;
por eso se
creen ricos los infantes de Carrión.
Ellos y otros a
la corte llegaron del Campeador
donde estaba
don jerónimo, el obispo de valor,
y aquel bueno
de Álvar Fáñez, caballero luchador,
y otros muchos
caballeros que crió el Campeador .
Cuando entraron
en la corte los infantes de Carrión,
fue a
recibirlos Minaya en nombre de su
señor:
«Venid acá, mis
cuñados , y nos daréis más honor.»
Tan pronto como
llegaron se alegró el Campeador:
«Aquí tenéis,
yernos míos, mi mujer, dama de pro,
y aquí están
también mis hijas, doña Elvira y doña Sol,
que desean
abrazaros y amaros de corazón.
¡Gracias a Santa María madre de Nuestro Señor!
Que estos
vuestros casamientos os sirven de gran honor,
y mandaré
buenas nuevas a las tierras de Carrión.»
123
Vanidad de los
infantes. - Burlas de que ellos son objeto
A estas
palabras repuso el infante don Fernando:
«Gracias a Dios Creador y a vos, Campeador honrado,
tantos bienes
poseemos que no podemos contarlos;
por vos ganamos
en honra y por vos hemos luchado,
y vencimos a
los moros y en la batalla matamos
al rey Búcar de
Marruecos, que era un traidor probado.
Pensad en lo
vuestro, Cid; lo nuestro está a buen recaudo.»
Los vasallos de
mío Cid sonríen, esto escuchando:
ellos lucharon
con furia al enemigo acosando,
mas no hallaron
en la lucha a don Diego y don Fernando.
Por todas
aquestas burlas que les iban levantando,
y por las risas
continuas con que iban escarmentándolos,
los infantes de
Carrión se van mal aconsejando.
Retíranse a
hablar aparte, porque son dignos hermanos,
en aquello que
cavilan parte alguna no tengamos.
«Vayámonos a Carrión, que tiempo asaz aquí
estamos,
las ganancias
que tenemos habrán, tal vez, de sobrarnos,
y no podremos
gastarlas mientras tanto que vivamos..»
124
Los infantes
deciden afrentar a las hijas del Cid. - Piden al Cid sus mujeres para llevarlas
a Carrión. - El Cid accede. - Ajuar que da a sus hijas. - Los infantes
dispónense a marchar. - Las hijas despídense del padre
Pidamos
nuestras mujeres al buen Cid Campeador;
digamos que las
llevamos a las tierras de Carrión,
para enseñarles
las tierras que sus heredades son.
Saquémoslas de
Valencia del poder del Campeador,
y después, en
el camino, haremos nuestro sabor
antes de que
nos retraigan el asunto del león.
Nosotros somos
de sangre de los condes, de Carrión.
Las riquezas
que llevamos alcanzan grande valor;
vamos, pues, a
escarnecer las hijas del Campeador.»
«Con estos bienes seremos ricos por siempre
los dos,
y nos podremos
casar con hijas de emperador,
porque por
naturaleza somos condes de Carrión.
Escarneceremos
las hijas del Campeador
antes que ellos
nos retraigan la aventura del león.»
Una vez esto
acordado entre ambos, tornan los dos,
y haciendo
callar a todos, así don Fernando habló:
« ¡Dios Nuestro
Señor os valga, mío Cid Campeador!,
que plazca a
doña Jimena y primero os plazca a vos,
y a Minaya de Álvar Fáñez y a cuantos en ésta son:
entregadnos
vuestras hijas, que habemos en bendición,
porque queremos
llevarlas a las tierras de Carrión
que, cual
arras, ya les dimos, y ahora tomen posesión;
así verán
vuestras hijas las tierras que nuestras son,
y que serán de
los hijos que ellas nos den a los dos.»
No recelaba la
afrenta mío Cid Campeador:
«Os daré, pues,
a mis hijas, con alguna donación;
vosotros les
disteis villas en las tierras de Carrión,
yo por ajuar
quiero darles tres mil marcos de valor,
y mulas y
palafrenes que muy corredores son,
y caballos de
batalla para que montéis los dos,
y vestiduras de
paño, y sedas de ciclatón ;
os daré mis dos
espadas, la Colada y la Tizón,
las que más
quiero, y sabed que las gané por varón;
por hijos os
considero cuando a mis hijas os doy;
con ellas sé
que os lleváis las telas del corazón.
Que lo sepan en
Galicia, en Castilla y en León
que con
riquezas envío a mis yernos ambos dos.
A mis dos hijas
servid, que vuestras mujeres son:
y si así bien
lo cumplís, os daré un buen galardón.»
Así prometen
cumplirlo los infantes de Carrión,
y así reciben
las hijas de mío Cid Campeador,
comienzan a
recibir lo que el Cid Campeador les diera en don.
Cuando ya
hubieron tomado todo aquello que les dio,
mandaron cargar
los fardos los infantes de Carrión.
Grande animación
había en Valencia la mayor;
todos tomaban
las armas para despedir mejor
a las hijas de
mío Cid que parten para Carrión.
Ya empiezan a
cabalgar para decirles adiós.
Entonces, ambas
hermanas, doña Elvira y doña Sol,
se van a hincar
de rodillas ante el Cid Campeador:
«Merced os
pedimos, padre, así os valga el Creador,
vos nos habéis engendrado,
nuestra madre nos parió;
delante de
ambos estamos, nuestros señora y señor.
Ahora nos
enviáis a las tierras de Carrión,
y debemos
acatar aquello que mandáis vos.
Por merced
ahora os pedimos, nuestro buen padre y señor,
que mandéis
vuestras noticias a las tierras de Carrión.»
Abrazólas mío
Cid y besólas a las dos.
125
Jimena despide
a sus hijas. - El Cid cabalga para despedir a los viajeros. –Agüeros malos
Los abrazos que
dio el padre, la madre doble los daba:
« ¡Id, hijas
mías, les dice, y que el Creador os valga!
que de mí y de
vuestro padre el amor os acompaña.
Id a Carrión
para entrar en posesión de las arras pues,
como yo pienso,
os tengo, hijas, por muy bien casadas.»
A su padre y a
su madre ellas las manos besaban,
y ambos dan a
sus dos hijas su bendición y su gracia.
Ya mío Cid y
los suyos comienzan la cabalgada,
con magníficos
vestidos, con caballos, y con armas.
Los infantes de
Carrión dejan Valencia la clara,
de las damas se
despiden y de quien las acompañan.
Por la huerta
de Valencia salen jugando las armas;
alegre va mío
Cid con los que le acompañaban.
Pero los
agüeros dicen al que bien ciñe la espada,
que estos
dobles casamientos no habían de ser sin tacha.
Mas no puede
arrepentirse, que las dos ya están casadas.
126
El Cid envía con
sus hijas a Félez Muñoz. - Último adiós. - El Cid torna a Valencia. - Los
viajeros llegan a Molina. - Abengalbón los acompaña a Medina. - Los infantes
piensan matar a Abengalbón
«¿Dónde estás,
sobrino mío, dónde estás, Félez Muñoz?,
que eres primo
de mis hijas de alma y de corazón.
Yo te mando
acompañarlas hasta dentro de Carrión,
para ver las
heredades que a mis hijas dadas son,
y con todas
estas nuevas vendrás al Campeador.»
Félez Muñoz le
responde: «Me place de corazón.»
Luego, Minaya Álvar Fáñez a mío Cid así habló:
«Volvámonos mío
Cid, a Valencia la mayor;
que si a Dios
bien le pluguiese, nuestro Padre Creador,
ya habremos de
ir a verlas a las tierras de Carrión.»
«A Dios os encomendamos, doña Elvira y doña
Sol,
y tales cosas
haced que nos den satisfacción.»
Y respondieron
los yernos: «Así nos lo mande Dios.»
Muy grandes
fueron los duelos por esta separación.
El padre con
las dos hijas lloraba de corazón,
los caballeros
igual hacían, con emoción.
«Oye, sobrino
querido, tú, mi buen Félez Muñoz,
por Molina
habéis de ir a descansar, mándoos yo,
y saludad a mi
amigo el buen moro Abengalbón;
que reciba a
mis dos yernos como él pudiere mejor;
dile que envío
mis hijas a las tierras de Carrión
y de lo que
necesiten que les sirva a su sabor:
y luego las
acompañe a Medina, por favor.
Por cuanto
hiciera con ellas le daré buen galardón.»
Como la uña de
la carne así separados son.
Ya se volvió
hacia Valencia el que en buen hora nació
y parten hacia
Castilla los infantes de Carrión;
en llegando a
Albarracín el cortejo descansó,
y aguijando a
sus caballos los infantes de Carrión,
hélos en Molina
ya con el moro Abengalbón.
El moro, cuando
lo supo, se alegró de corazón;
y con alborozo
grande a recibirlos salió,
y al gusto de
todos ellos ¡Dios, y qué bien les sirvió!
A la mañana
siguiente el buen moro cabalgó
con doscientos
caballeros que a despedirles mandó;
van a atravesar
los montes, los que llaman de Luzón,
torciendo por
Arbujuelo para llegar al jalón,
donde dicen
Ansarera, y allí acamparon mejor.
A las hijas del
mío Cid sus dones el moro dio
y sendos
caballos buenos a los condes de Carrión;
todo esto lo
hizo el moro por el Cid Campeador.
Cuando vieron
las riquezas que aquel moro les mostró,
empiezan los
dos hermanos a maquinar su traición:
«Ya que vamos a
dejar las hijas del Campeador,
si pudiéramos
matar a este moro Abengalbón,
cuantas
riquezas él tiene serían para los dos.
Tan a salvo las
tendríamos como aquello de Carrión;
y no tendría
derecho sobre ello el Campeador.»
Cuando la
traición preparan los infantes de Carrión,
un moro que
conocía la lengua los escuchó;
y sin guardar
el secreto fue a decir a Abengalbón:
«Alcaide,
guárdate de éstos, porque eres tú mi señor:
que tu muerte
oí tramar a los condes de Carrión.»
127
Abengalbón se
despide amenazando a los infantes
Aquel moro
Abengalbón era un moro leal;
con los
doscientos que tiene iba cabalgando ya;
mientras
jugaban las armas, hacia los infantes va,
y esto que el
moro les dice mucho les ha de pesar:
«Si estas cosas
yo no hiciera por mío Cid de Vivar,
tal cosa habría
de haceros que al mundo diese que hablar:
devolvería las
hijas al Campeador leal,
y vosotros en
Carrión ya no entraríais jamás.»
128
El moro se
torna a Molina, presintiendo la desgracia de las hijas del Cid. - Los viajeros
entran en el reino de Castilla. - Duermen en el Robledo de Corpes. - A la
mañana quédanse solos los infantes con sus mujeres y se preparan a
maltratarlas. - Ruegos inútiles de doña Sol. –Crueldad de los infantes
«Decidme, pues,
¿qué os he hecho, caballeros de Carrión?
Yo, sirviéndoos,
y vosotros, tramando mi perdición.
Aquí me voy de
vosotros, que sois gente de traición.
Me iré con
vuestro permiso, doña Elvira y doña Sol;
poco me importa
el renombre que tienen los de Carrión,
Dios lo quiera
y él lo mande, que del mundo es el Señor,
que este
casamiento sea grato al Cid Campeador.»
Esto les ha
dicho, y luego el buen moro se volvió;
jugando las
armas iba al cruzar por el jalón,
y lleno de buen
sentido, a Molina se tornó.
Ya salían de
Ansarera los infantes de Carrión,
caminan de día
y de noche, sin reposar nunca, no;
a la izquierda
queda Atienza que es fortísimo peñón;
la sierra de
Miedes pasan, detrás de ellos se quedó,
y ya por los
Montes Claros aguijan el espolón;
dejando a la
izquierda Griza la que Alamos pobló,
allí donde
están las cuevas en las que a Elfa encerró;
San Esteban de
Gormaz a la diestra se quedó.
En el Robledo
de Corpes entraban los de Carrión:
las ramas tocan
las nubes, los montes muy altos son
y muchas fieras
feroces rondaban alrededor.
En aquel vergel
se oía de la fuente el surtidor,
y allí
ordenaron clavar las tiendas los de Carrión;
todos cuantos
juntos van allí acamparon mejor.
Con sus mujeres
en brazos les demostraron amor.
¡Pero qué mal
lo cumplieron en cuanto apuntara el sol!
Mandan cargar
las acémilas con su riqueza mayor,
como recoger la
tienda que en la noche les cubrió,
y enviaron los
criados delante, pues ellos dos
quieren
quedarse detrás. Los infantes de Carrión
ordenan que
nadie quede atrás, mujer ni varón,
sino sólo sus
esposas doña Elvira y doña Sol:
porque
solazarse quieren con ellas a su sabor.
Todos se han
ido, tan sólo ellos cuatro solos son,
pues tanto mal
meditaron los infantes de Carrión:
«Bien podéis
creerlo, dicen, doña Elvira y doña Sol,
aquí seréis
ultrajadas en estos montes las dos.
Hoy nos iremos
nosotros y os dejaremos a vos;
y no tendréis
parte alguna en las tierras de Carrión.
Estas noticias
irán hasta el Cid Campeador,
y quedaremos
vengados por aquello del león.»
Allí, a las dos
van quitando el manto y el pellizón
hasta dejarlas
a cuerpo, en camisa y ciclatón.
Espuelas tienen
calzadas los traidores de Carrión,
y las cinchas
en la mano, que duras y fuertes son.
Cuando esto
vieron las damas, así exclamó doña Sol:
« ¡Don Diego y
don Fernando, os lo rogamos por Dios;
sendas espadas
tenéis, fuertes y cortantes son,
de nombre las
dos espadas tienen Colada y Tizón;
con ellas
nuestras cabezas cortad a nosotras dos.
Los moros y los
cristianos censurarán esta acción;
que esto que
ahora nos hacéis, no lo merecemos, no.
Estas ruines
acciones no hagáis en nosotras dos;
si fuésemos
azotadas os envileciera a vos;
y en las vistas
y en la corte os exigirán razón.»
Mucho rogaban
las damas, mas de nada les sirvió.
Entonces las
comenzaron a azotar los de Carrión,
con las cinchas
corredizas, golpeando a su sabor,
con las
espuelas agudas donde les da más dolor,
rompiéndoles
las camisas y las carnes a las dos:
limpia salía la
sangre sobre el roto ciclatón.
Y ellas la
sienten hervir dentro de su corazón,
¡Qué gran
ventura sería, si pluguiese al Creador,
que asomarse ahora
pudiera mío Cid Campeador!
Tanto así las
azotaron que desfallecidas son,
con las camisas
manchadas por la sangre que manó.
Cansados
estaban ya de azotarlas ellos dos,
esforzándose
por ver quién golpeaba mejor.
Ya no podían
hablar doña Elvira y doña Sol,
y en el Robledo
de Corpes quedan por muertas las dos.
129
Los infantes
abandonan a sus mujeres.
Lleváronseles
los mantos, también las pieles armiñas,
dejándolas
desmayadas, en briales y en camisas,
a las aves de
los montes y a las bestias más malignas.
Por muertas se
las dejaron sabed, pero no por vivas .
¡Oh, qué gran
ventura fuera si ahora asomase Ruy Díaz!
130
Los infantes se
alaban de su cobardía
Los infantes de
Carrión por muertas se las dejaron,
tal que la una
a la otra no podían darse amparo.
Por los montes
donde iban, íbanse ellos alabando:
«Ya de nuestros
casamientos ahora quedamos vengados.
Ni aun por
barraganas las hubimos de haber tomado,
cuando para
esposas nuestras no eran de linaje dato.
La deshonra del
león, con ésta habemos vengado.»
131
Félez Muñoz
sospecha de los infantes. - Vuelve atrás en busca de las hijas del Cid. - Las
reanima y las lleva en su caballo a San Esteban de Gormaz. - Llega al Cid la
noticia de su deshonra. - Minaya va
a San Esteban a recoger las dueñas. - Entrevista de Minaya
con sus primas
Alabándose se
iban los infantes de Carrión.
Mientras, yo
quiero contaros de aquel buen Félez Muñoz
que era sobrino
querido de mío Cid Campeador:
le mandaron ir
delante, pero no fue a su sabor.
Mientras el
camino hacían le dio un vuelco el corazón,
y de cuantos
con él iban de todos se separó,
y en la
espesura de un monte Félez Muñoz se metió
para de allí
ver llegar sus primas ambas a dos,
o averiguar lo
que hicieran con ellas los de Carrión.
Vio, al fin,
cómo se acercaban y oyó su conversación;
ellos no le
descubrieron ni de él tuvieron noción;
si a
descubrirle llegaran no escapara vivo, no.
Pasaban ya los
infantes, aguijando su espolón.
Por el rastro
que dejaron se volvió Félez Muñoz,
hasta encontrar
a sus primas, desfallecidas las dos.
Llamándolas: «
¡Primas, primas! » En seguida se apeó,
ató el caballo
en un tronco y hacia ellas se dirigió:
« ¡Ah, mis
primas, primas mías, doña Elvira y doña Sol,
mala proeza os
hicieron los infantes de Carrión!
¡Dios quiera
que de esto tengan ellos su mal galardón! »
Las va
volviendo con mucha solicitud a las dos;
tan traspuestas
se encontraban que no tenían ni voz.
Partiéndosele
las telas de dentro del corazón,
llamábalas: «
¡Primas, primas, doña Elvira y doña Sol!
¡Despertad,
primas queridas, por amor del Creador,
mientras que de
día sea, porque, si declina el sol,
pueden comeros
las fieras que hay por este alrededor!
Poco a poco se
recobran doña Elvira y doña Sol,
y así que
abrieron los ojos vieron a Félez Muñoz.
« ¡Esforzaos,
primas mías, por amor del Creador,
porque si me
echan de menos, los infantes de Carrión,
me buscarán con
gran prisa, sospechando donde estoy.
Si el Señor no
nos socorre aquí morirémonos.»
Con tristeza y
desaliento así hablaba doña Sol:
«Así os lo
agradezca, primo, nuestro padre el Campeador;
dadnos agua
deseguida y así os valga el Creador.»
Con un sombrero
que tiene aquel buen Félez Muñoz,
y que era nuevo
y reciente, que de Valencia sacó,
cogió cuanta
agua pudiera y a sus primas la llevó;
como están muy
laceradas, a ambas el agua sació.
Tanto les dice
el buen Félez, que calmarlas consiguió.
Las va
consolando y las infunde nuevo valor
hasta que con
sus palabras recobrar pudo a las dos,
y, de prisa, en
el caballo que llevaba las montó,
y con el manto
que usaba a las dos primas cubrió;
tomó el caballo
por las riendas y de allí partió.
Los tres solos
caminaban del bosque en el espesor,
y al amanecer
lograron salir al tiempo que el sol;
hasta las aguas
del Duero ellos arribados son,
la torre de
doña Urraca de posada les sirvió.
Y a San Esteban
se fue aquel buen Félez Muñoz,
donde encontró
a Diego Téllez, el que a Minaya
sirvió;
cuando se lo
oyó contar, de corazón le pesó;
tomó bestias y
vestidos, dignos de damas de honor
y se fue a
recibir a doña Elvira y doña Sol,
a sus dos primas
queridas que en San Esteban dejó,
y allí todo
cuanto pudo las sirvió de lo mejor.
Los de San
Esteban que siempre mesurados son,
tan pronto
aquesto supieron, les pesó de corazón;
y a las hijas
de mío Cid dan tributo de enfurción .
Allí se
quedaron ellas hasta que curadas son.
Mientras,
siguen alabándose los infantes de Carrión.
Por todas
aquellas tierras las nuevas sabidas son;
y al buen rey
Alfonso VI de corazón le pesó.
Van estas malas
noticias a Valencia la mayor;
cuando todo se
lo cuenta a mío Cid Campeador,
un gran rato
quedó mudo, pensó mucho y meditó,
y alzando su
mano diestra su larga barba cogió:
« ¡Gracias a Cristo Jesús,
que del mundo es el Señor,
cuanto tal
honra me hicieron los infantes de
Carrión,
por esta barba
bellida que nadie jamás mesó,
no han de
lograr deshonrarme los infantes de Carrión;
que a mis
hijas, algún día bien las he de casar yo! »
Mucho pesó a
mío Cid y a su corte le pesó,
y hubo de
sentirlo Álvar Fáñez con el corazón.
Cabalgó Minaya y Pero Bermúdez cabalgó
también Martín
Antolínez, aquel burgalés de pro,
con doscientos
caballeros que mandó el Campeador,
diciéndoles que
marcharan de día y noche y que no
retornaran sin
sus hijas a Valencia la mayor.
No demoraron
cumplir el mandato del señor,
y de prisa
cabalgaron de día y noche, en veloz
carrera hasta
que en Gormaz, que es un castillo mayor,
por aquella
noche hallaron hospedaje acogedor.
Al cercano San
Esteban pronto el aviso llegó
de que venía Minaya a recoger a las dos.
Los hombres de
San Esteban, a modo de hombres de pro,
recibieron a Minaya y a cuantos con él ya son
y ofrecieron a
Minaya el tributo de enfurción;
él no lo quiso
tomar, mas mucho lo agradeció:
«Gracias, varones de San Esteban, prudentes sois,
por la honra
que nos disteis en lo que nos sucedió,
mucho os lo ha
de agradecer allá el Cid Campeador;
y en su nombre,
en este día, aquí os lo agradezco yo.
¡Ojalá Dios de
los cielos, por ello os dé galardón! »
Todos se lo
agradecieron llenos de satisfacción,
y a descansar
esa noche todo el mundo se marchó.
Y Minaya se fue a ver a sus primas, donde son,
y en él clavan
sus miradas doña Elvira y doña Sol:
« ¡Os
agradecemos esto cual si viésemos a Dios;
y vos a Él
agradecedle que estemos vivas las dos!
En los días ya
tranquilos, en Valencia la mayor,
las dos hemos
de contaros allí todo este rencor.»
132
Minaya y sus primas parten de San Esteban. - El Cid
sale a recibirlos
Álvar Fáñez y
las damas no cesaban de llorar,
igual que Pero
Bermúdez, que hablándoles así va:
«Doña Elvira y
doña Sol, no tengáis cuidado ya,
porque estáis sanas
y vivas y no tenéis ningún mal.
Si buena boda
perdisteis, mejor las podréis hallar .
¡Aún hemos de
ver el día en que os podamos vengar! »
Allí esa noche
reposan y más alegres están.
A la mañana
siguiente comienzan a cabalgar.
Los de San
Esteban salen y despidiéndoles van,
y hasta el Río
del Amor su compañía les dan,
desde allí se
despidieron y comienzan a tornar,
y Minaya, con las damas, hacia delante se van.
Cruzaron por
Alcoceba, dejan a un lado Gormaz,
donde dicen
Vadorrey, por allí van a pasar,
hasta el pueblo
de Berlanga, donde van a descansar.
A la mañana
siguiente emprenden el caminar,
hasta llegar a
Medina donde se van a albergar,
y de Medina a
Molina en otro día se van,
donde el moro
Abengalbón mucho se alegró en verdad,
y a recibirlas
saliera de muy buena voluntad,
y por afecto a
mío Cid muy buena cena les da.
Desde aquí,
hacia Valencia directamente se van.
Al que en buena
hora nació el mensaje llegó ya;
monta aprisa en
su caballo y a recibirlas se va,
de la alegría
que tiene las armas quiere jugar.
Mío Cid
Campeador a sus hijas va a abrazar,
besándolas a
las dos, así les va a preguntar:
«¿Venís, hijas
mías? ¡Dios os quiera librar de mal!
Yo acepté ese
casamiento, por no atreverme a opinar.
¡Plegue a
nuestro Creador que allá sobre el cielo está,
que os vea
mejor casadas en el tiempo que vendrá!
¡De mis yernos
de Carrión Dios concédame vengar! »
Las hijas al
Cid, su padre, vanle la mano a besar.
Luego, jugando
las armas, entraron en la ciudad,
doña Jimena, la
madre, ¡Dios, cuánto pudo gozar!
El que en buena
hora nació no lo quiso retardar,
y habló con
todos los suyos y les dijo en puridad
que al rey
Alfonso, en Castilla, un mensaje va a enviar.
133
El Cid envía a
Muño Gustioz que pida al rey justicia. - Muño halla al rey en Sahagún, y le
expone su mensaje. - El rey promete reparación
«¿Dónde estás,
Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro?
¡En buen hora
te crié en mi corte con honor!
Lleva el
mensaje a Castilla a su rey, que es mi señor,
por mí bésale
la mano con alma y de corazón
(como que soy
su vasallo y él mi natural señor),
del deshonor
que me han hecho los infantes de Carrión,
que se duela el
justo rey con alma y de corazón.
Él es quien
casó a mis hijas, que no se las diera yo;
ahora las
abandonaron cubiertas de deshonor,
y si la
deshonra ésta ha de caer sobre nos,
la poca o la
mucha culpa sepa que es de mi señor.
Mis bienes se
me han llevado, que tan abundantes son,
eso me puede
pesar con el otro deshonor.
Citémosles a
las vistas o a cortes, y tenga, yo
derecho para
exigir a los condes de Carrión,
que el rencor
que tengo es grande dentro de mi corazón.»
Muño Gustioz,
muy de prisa, hacia Castilla marchó;
con él van dos
caballeros que sírvenle a su sabor,
y, con ellos,
escuderos y criados varios son.
Salen de
Valencia y andan cuanto pueden, con tesón,
sin descansar
ni de día ni de noche en un mesón.
Al rey don
Alfonso VI allá en Sahagún lo encontró.
Él es el rey de
Castilla y es también rey de León
y extiende de
las Asturias, donde está San Salvador ,
hasta Santiago
su reino, que de todo esto es señor,
todos los
condes gallegos le tienen como señor.
Y cuando Muño
Gustioz del caballo se apeó,
encomendóse a
los santos y le rogó al Creador,
y al palacio,
donde está la corte, se dirigió;
con él los dos
caballeros que le tienen por señor.
Así tan pronto
que entraron en la corte, el rey los vio
y en seguida
don Alfonso conoció a Muño Gustioz;
levantóse el
rey entonces y muy bien lo recibió.
Delante del
soberano sus dos rodillas hincó
Muño Gustioz
que, sumiso, de Alfonso los pies besó:
« ¡Merced, rey
de tantos reinos que os aclaman por señor
por mí, los
pies y las manos os besa el Campeador;
él es un
vasallo vuestro y de él vos sois el señor.
Casasteis vos a
sus hijas con infantes de Carrión,
¡encumbrado
casamiento, porque lo quisisteis vos!
Ya vos conocéis
la honra que el casamiento aumentó,
y cómo nos
deshonraron los infantes de Carrión;
maltrataron a
las hijas de mío Cid Campeador;
azotadas y
desnudas, para afrentarlas mejor,
y en el Robledo
de Corpes las dejaron a las dos
a las aves de
los montes, de las bestias al furor.
He a sus hijas
ultrajadas en Valencia la mayor
y por eso os
pide, rey, como vasallo a señor,
que a las
vistas hagáis ir a los condes de Carrión:
tiénese él por
deshonrado, mas vuestra afrenta es mayor,
y aunque mucho
os pese, rey, ahora ya sois sabedor;
que tenga mío
Cid derecho contra infantes de Carrión.»
El rey, durante
un gran rato calló, y luego meditó:
«Te digo que,
de verdad, me pesa de corazón
y verdad dices
en esto, Muño Gustioz, que fui yo
el que casó
aquellas hijas con infantes de Carrión;
mas hícelo para
bien, para que fuese en su pro.
¡Ojalá que el
casamiento no estuviese hecho hoy!
A mí, tanto
como al Cid, me pesa de corazón.
Quiero ayudarle
en derecho, y así me salve el Señor.
Lo que no
pensaba hacer jamás, en esta cuestión,
enviaré a mis
heraldos a que lancen el pregón
para convocar a
cortes en Toledo, donde yo,
con los condes
e infanzones y caballeros de pro,
mandaré que
allí concurran los infantes de Carrión
para obligarse
en derecho con el Cid Campeador,
y que no queden
rencores pudiéndolo evitar yo.»
134
El rey convoca
cortes en Toledo
«Decidle al
Campeador, mío Cid el bienhadado,
que de aquí a
siete semanas se prepare con vasallos
para venir a
Toledo; esto le doy yo de plazo.
Por afecto a
mío Cid aquestas cortes yo hago.
Saludádmelos a
todos, no tengáis ningún cuidado,
y de esto que
os ha ocurrido pronto habréis de ser vengados.»
Muño Gustioz
despidióse, y a mío Cid se ha tornado.
Así como el rey
lo dijo, así quiso realizarlo:
no lo detiene
por nada don Alfonso el Castellano,
y envía sus
reales cartas hasta León y Santiago,
también a los
portugueses y a todos los galicianos,
y a los de
Carrión y a todos los varones castellanos,
que cortes hará
en Toledo como tenía mandado,
y que, tras
siete semanas, allí se fuesen juntando;
el que no fuese
a la corte, no se tenga por vasallo.
Por las tierras
de su reino así lo van pregonando,
y nadie habrá
de faltar a lo que el rey ha mandado.
135
Los de Carrión
ruegan en vano al rey que desista de la corte. – Reúnese la corte. –El Cid llega
el postrero. - El rey sale a su encuentro
Muy pesarosos
estaban los infantes de Carrión
porque el rey,
allá en Toledo, reunir corte mandó;
tienen miedo
que allí vaya mío Cid Campeador.
Toman consejo
de todos los parientes cuantos son
y ruegan al rey
que les perdone la obligación
de ir a las
cortes. El rey dijo: «No he de hacerlo yo
y habéis de
rendirle cuentas de una queja contra vos.
Quien no lo
quisiera hacer y falte a la citación,
que se vaya de
mi reino y que pierda mi favor.»
Ya vieron que
era preciso acudir los de Carrión,
y se aconsejan
de todos sus parientes que allí son.
El conde Garci
Ordóñez en este asunto medió,
enemigo de mío
Cid, a quien mal siempre buscó,
sus consejos
iba dando a los condes de Carrión.
Llegaba el
plazo y la gente a las cortes acudió;
con los
primeros en ir el rey Alfonso llegó,
con el conde
don Enrique, con el conde don Ramón
(éste como
padre que era del buen rey emperador),
también va el
conde don Fruela y va el conde don
Birbón.
Fueron allí
otros varones duchos en legislación;
de toda
Castilla llega lo mejor de lo mejor.
Fue allí el
conde don García, aquel Crespo de Grañón ,
y Álvar Díaz,
aquel que en Oca siempre mandó.
Y Asur
González, Gonzalo Ansúrez, juntos los dos,
y Pero Ansúrez,
sabed, que allí se juntaron con
don Diego y don
Fernando que estaban ambos a dos,
y con ellos el
gran bando que a la corte les siguió
para intentar
maltratar a mío Cid Campeador.
De todas partes
allí gentes congregadas son.
Mas aun no era
llegado en que en buen hora nació,
y la tardanza
del Cid, al rey mucho disgustó.
Al quinto día
de espera llegó el Cid Campeador.
A Álvar Fáñez
de Minaya, por delante le envió
para que besase
las manos al rey y señor
y supiese que
esa noche iba, como prometió.
Cuando el rey
se hubo enterado, le plugo de corazón,
con grande
acompañamiento el monarca cabalgó
para ir a
recibir al que en buen hora nació.
Bien compuesto
viene el Cid con su cortejo de honor,
buena compañía
lleva, como cumple a tal señor.
Cuando el buen
rey don Alfonso de lejos los divisó,
echó pie a
tierra mío Cid Rodrigo el Campeador porque,
humillándose,
quiere así honrar a su señor.
Cuando lo vio
el rey, así con alborozo exclamó:
« ¡Por San
Isidoro, Cid, no hagáis semejante acción!
Cabalgad, Cid,
pues si no no fuerais a mi sabor;
que nos hemos
de besar con alma y de corazón.
Aquello que a
vos os pesa, me duele a mí como a vos;
¡Dios quiera
que sea honrada por vos esta corte hoy! »
«Amén», dijo don Rodrigo de Vivar Campeador;
besóle a
Alfonso la mano y en la boca le besó:
«Gracias a Dios, que ya os veo ante mis ojos, señor!
Humíllome a
vos, oh rey, como al conde don Ramón
y al buen conde
don Enrique y a cuantos ahora aquí son;
¡Dios salve a
nuestros amigos y a vos más aún, señor!
Mi mujer doña
Jimena, que es una dama de pro,
me encarga os
bese las manos igual que mis hijas dos
y que esta
nuestra desgracia a vos os pese, señor.»
Y respondió el
rey: « ¡Así lo hago, y sálveme Dios! »
136
El Cid no entra
en Toledo. - Celebra vigilia en San Servando
Hacia Toledo, a
caballo, el rey de vuelta se va;
esa noche el
Cid no quiere el río Tajo pasar:
« ¡Merced, oh
rey de Castilla, a quien Dios quiera salvar!
A vuestro
gusto, señor, entrad en esa ciudad,
que yo y los
míos en esta noche hemos de reposar
en San
Servando , y en tanto mis mesnadas
llegarán.
La vigilia he de tener en este santo lugar;
mañana por la
mañana entraré ya en la ciudad,
y a las cortes
convocadas iré, antes de yantar.»
Dijo el rey:
«Cid, lo que dices me place de voluntad.»
El rey don
Alfonso VI a Toledo se va a entrar,
mío Cid Rodrigo
Díaz en San Servando se está.
Mandó preparar
candelas y llevarlas al altar,
pues de velar
tiene gusto en este santo lugar,
para rogar al
Creador hablándole en puridad.
En tanto, Minaya, igual que los buenos que allí están,
estaban ya
preparados cuando el día fue a apuntar.
137
Preparación del
Cid en San Servando para ir a la corte. - El Cid va a Toledo y entra en la
corte. - El rey le ofrece asiento en su escaño. – El Cid rehúsa. - El rey abre
la sesión. - Proclama la paz entre los litigantes. - El Cid expone su de manda.
- Reclama Colada y Tizón. –Los de Carrión entregan las espadas. - El Cid las da
a Pero Bermúdez y Martín Antolínez. - Segunda demanda del Cid. - El ajuar de
sus hijas. –Los infantes hallan dificultad para el pago
Maitines y
prima cantan hasta que apunta el albor,
terminada fue
la misa antes que saliese el sol,
y la ofrenda
hubieron hecho muy buena y de gran valor.
«Vos, Minaya Álvar Fáñez, que sois mi brazo mejor,
y el obispo don
jerónimo, vendréis conmigo los dos,
y también Pero
Bermúdez y, Muño Gustioz, con
el buen Martín
Antolínez, leal burgalés de pro,
Álvar Álvarez y
Alvar Salvadórez, en unión
de Martín
Muñoz, aquel que en tan buen punto nació,
y de aquel
sobrino mío llamado Félez Muñoz;
conmigo habrá
de ir Mal Anda, que es sabio en legislación,
y aquel Galindo
García, que viniera de Aragón;
con éstos han
de juntarse ciento de los que aquí son.
Vestidos los
alcochales para aguantar guarnición,
y las lorigas
encima tan brillantes como el sol,
y sobre ellas
los armiños que forman el pellizón,
que no se vean
las armas, bien sujetas del cordón;
bajo el manto
las espadas de flexible tajador;
de esta manera
quisiera a la corte llegar yo
para pedir mis
derechos y defender mi razón.
Si pendencia me
buscasen los infantes de Carrión,
donde tales
ciento tengo, bien estaré sin temor.»
Así respóndenle
todos: «Eso queremos, señor.»
Tal como lo
hubo ordenado, todos preparados son.
No carecía de
nada el que en buen hora nació:
calzas del más
fino paño en sus piernas las metió,
sobre ellas
unos zapatos que muy bien labrados son.
Vistió camisa
de hilo tan blanca como es el sol
y de oro y de
plata todas sus presillas son
que ajustan
bien a los puños, como él así lo ordenó;
sobre ella un
brial lleva de precioso ciclatón
labrado con oro
y seda y tejidos con primor.
Sobre esto una
piel bermeja con franjas que de oro son,
como siempre
vestir suele mío Cid Campeador.
Una cofia sobre
el pelo hecha del hilo mejor
labrada con
oro, y hecha a su gusto y su sabor,
para que no se
le enrede el pelo al Campeador;
la barba
llevaba luenga atada con un cordón,
y esto lo hace
así, pues quiere tomar toda precaución .
Encima se
vistió un manto de tan subido valor
que a todos los
circunstantes admiración les causó.
Con estos cien
caballeros que prepararse mandó,
cabalgando a toda
prisa de San Servando salió;
dirigiéndose a
la corte mío Cid Campeador.
Cuando está
frente a la puerta, del caballo se apeó.
Solemnemente
entra el Cid con su compaña mejor:
va en medio y
los otros cien marchan a su alrededor.
Y cuando vieron
entrar al que en buen hora nació,
púsose en pie
el rey Alfonso en señal de admiración,
y lo mismo el
conde Enrique como el conde don Ramón
y luego todos
los que reunidos allí son;
y con gran
honra reciben al que en buen hora nació.
Mas no quiso
levantarse aquel Crespo de Grañón,
ni los otros
partidarios de los condes de Carrión.
El rey Alfonso
a mío Cid de las manos le tomó:
«Acá venid, y
sentaos conmigo, Campeador,
en este escaño,
que un día me regalasteis en don:
por más que a
algunos les pese, mejor sois aún que nos.»
Entonces, le
dio las gracias el que a Valencia ganó:
«Sentaos en
vuestro escaño, pues que sois rey y señor;
yo aquí me
colocaré entre los míos, mejor.»
Aquello que
dijo el Cid plugo al rey de corazón.
En su escaño
torneado entonces él se sentó,
y los ciento
que le escoltan se sientan alrededor.
Contemplando
están al Cid cuantos en la corte son,
la luenga barba
que lleva sujeta por un cordón
y cómo en sus
ademanes se muestra como un varón.
De vergüenza,
no le miran los infantes de Carrión.
Entonces, el rey
Alfonso en su pie se levantó:
«Oíd, mesnadas,
y os valga a todos el Creador.
Yo, desde que
soy rey hice tan sólo dos cortes, dos:
la una fue en
Burgos, la otra tuvo lugar en Carrión,
y esta tercera
en Toledo vengo a celebrarla hoy
por afecto a
mío Cid, el que en buen hora nació,
para que el
derecho ejerza contra aquellos de Carrión.
Gran injusticia le
hicieron, lo sabemos todos nos,
jueces sean de
este pleito don Enrique y don Ramón,
y estos otros
condes que de su partido no son.
Ya que sois
conocedores, poned la vuestra atención
para encontrar
el derecho de lo justo, mando yo.
De una y de
otra parte quedemos en paces hoy.
Juro por San
Isidoro que aquel que alborotador
fuese, dejará
mi reino y le quitaré el favor.
Con el que
tenga derecho habré de quedarme yo.
Ahora, empiece
su demanda mío Cid Campeador:
sabremos lo que
responden los infantes de Carrión.»
Mío Cid besó la
mano al rey y se levantó.
«Mucho os
agradezco, rey como a mi rey y señor,
todo cuanto en
esta corte hicisteis por mi favor.
Esto pido desde
ahora a los condes de Carrión:
porque dejaron
mis hijas yo no tengo deshonor,
porque vos que
las casasteis, rey, sabréis lo qué hacer hoy:
mas al sacar a
mis hijas de Valencia la mayor,
yo de verdad
les quería de alma y de corazón;
y en señal de
mi cariño les di Colada y Tizón
(éstas las gané
luchando al estilo de varón),
para que
ganaran honra y que os sirvieran a vos;
cuando dejaron
mis hijas abandonadas las dos,
nada quisieron
conmigo y así perdieron mi amor;
denme, pues mis
dos espadas, ya que mis yernos no son.»
Así asintieron
los jueces: «Todo esto es de razón.»
Dijo el conde
don García: «A esto respondemos nos.»
Entonces, salen
aparte los infantes de Carrión
y con todos sus
parientes y los que allí de ellos son,
para así tramar
lo que darán por contestación:
«Aún gran favor
nos hace mío Cid Campeador
cuando de
aquella deshonra de sus hijas, ahora no
nos demanda; ya
nosotros daremos al rey razón.
Démosle, pues,
las espadas que mío Cid demandó,
y cuando las
tenga, ya se podrá marchar mejor;
ya no tendrá
más derecho de nos el Campeador.»
Con este
acuerdo tomado vueltos a la corte son:
«¡Merced, oh
rey don Alfonso, ya que sois nuestro señor!
No lo podemos
negar que dos espadas nos dio;
cuando nos las
pide ahora y les tiene tanto amor,
nosotros se las
daremos estando delante vos.»
Y sacaron la
Colada y Tizón, ambas a dos,
y poniéndolas
en manos del que era el rey y señor,
al
desenvainarlas, toda la corte se deslumbró,
sus pomos y
gavilanes eran del oro mejor;
al verlas, se
maravillan cuantos en la corte son.
Al Cid llamó el
rey, y al punto las espadas entregó;
y al
recibirlas, el Cid las manos al rey besó,
y se dirigió al
escaño de donde se levantó.
En las manos
las tenía, mirándolas con amor;
cambiárselas no
pudieron, que él las conoce mejor
que nadie; se
alegra el Cid y luego así sonrió
mientras,
alzando la mano, la barba se acarició:
«Por estas
honradas barbas que jamás nadie mesó,
habrán de
quedar vengadas doña Elvira y doña Sol.»
A su sobrino
don Pero por el nombre le llamó,
tendió su
brazo, y la espada Colada se la entregó:
«Tómala,
sobrino mío, que mejora de señor.»
Al buen Martín
Antolínez, aquel burgalés de pro,
tendió su
brazo, y la espada Colada se la entregó:
«Mi buen Martín
Antolínez, mi buen vasallo de pro,
tomad mi espada
Colada que gané de buen señor,
de Ramón
Berenguer de Barcelona la mayor.
Os la entrego
para que vos la conservéis mejor.
Sé que si el
caso se ofrece, o a vos viniese en sazón,
con ella habéis
de ganar grande prez y gran valor.»
Besóle Martín
la mano y la espada recibió.
Luego de esto,
levantóse mío Cid Campeador:
« ¡Gracias al Creador y a vos, que sois mi rey y señor.
Ya tengo mis
dos espadas juntas, Colada y Tizón.
Mas otro rencor
me queda con los condes de Carrión:
al sacar de
allá, Valencia, mis hijas ambas a dos,
contados en oro
y plata, tres mil marcos les di yo;
yo esto hacía,
mientras ellos buscaban mi deshonor:
denme, pues,
aquellos bienes, ya que mis yernos no son.»
¡Aquí vierais
lamentarse los infantes de Carrión!
El conde don
Ramón dice: «Decid a esto que sí o no.»
Entonces, así
responden los infantes de Carrión:
«Ya le dimos
las espadas a mío Cid Campeador,
para que ya no
nos haga ninguna reclamación.»
Así hubo de
responderles el juez, conde don Ramón:
«Si así le
pluguiese al rey, así lo decimos nos:
a esto que
demanda el Cid, ¿qué dais en satisfacción?»
Dijo el buen
rey don Alfonso: «Así, pues, lo otorgo yo.»
Entonces se
puso en pie mío Cid Campeador:
«Y todos
aquestos bienes que entonces os diera yo,
decidme si me
los dais o me dais de ellos razón.»
Entonces salen
aparte los infantes de Carrión;
pero solución
no encuentran, que los bienes muchos son
y ya los tienen
gastados los infantes de Carrión.
Vuelven aún a
consultarse, hablando así a su sabor:
«Mucho nos
aprieta el Cid el que Valencia ganó,
ya que de
nuestras riquezas le domina la ambición,
se lo habremos
de pagar con las tierras de Carrión.»
Dijeron así los
jueces, al confesarlo los dos:
«Si esto
pluguiese a mío Cid, no se lo vedamos, no;
éste es nuestro
parecer y así lo mandamos nos,
que aquí
entreguéis el dinero ante la corte, los dos.»
Al oír estas
palabras, el rey don Alfonso habló:
«Nosotros muy
bien sabemos quién tiene toda razón
el derecho que
demanda mío Cid Campeador.
Y de aquestos
tres mil marcos, doscientos conservo yo;
a mí me lo
entregaron los infantes de Carrión.
Y devolvérselos
quiero, ya que malparados son,
y que los
paguen al Cid el que en buen hora nació;
ya que ellos lo
han de pagar, no los quiero tener yo.»
Fernando
González dijo, oiréis lo que así habló:
«El dinero
amonedado ya no lo tenemos nos.»
A esto le
respondiera así el conde don Ramón:
«Toda la plata
y el oro os lo habéis gastado vos;
y así lo
manifestamos ante el rey, nuestro señor;
páguenle, pues,
en especie y tómela el Campeador.»
Vieron que
había que hacerlo los infantes de Carrión.
Vierais, pues,
reunir tanto caballo buen corredor,
y tanta mula
rolliza, y palafrén en sazón,
tantas y tantas
espadas con hermosa guarnición;
recibiólo mío
Cid como la corte tasó.
Sobre los
doscientos marcos que el rey Alfonso guardó,
pagáronle los
infantes al que en buen hora nació,
prestándoles de
lo ajeno, que lo suyo no alcanzó.
Mal salieron
del juicio con esta resolución.
138
Acabada su
demanda civil, el Cid propone el reto
La cantidad en
especie el Cid ha cobrado ya,
a sus hombres
se la entrega que de ella se cuidarán.
Mas cuando esto
hubo acabado, acuérdanse de algo más:
« ¡Merced, oh
rey y señor, por amor de caridad!
El rencor mayor
que tengo no se me puede olvidar.
Oídme toda la
corte, y condoled nuestro mal:
los infantes de
Carrión deshonra me hicieron tal,
que ha menos
que no los rete yo no los puedo dejar.»
139
Inculpa de
menosvaler a los infantes
«Decid, ¿qué
agravio tenéis de mí, condes de Carrión,
bien de broma o
bien de veras en qué os pude agraviar yo?
Aquí habré de
repararlo, ante la corte, si no
¿por qué a mí
me desgarrasteis las telas del corazón?
Para salir de
Valencia a mis hijas os di yo,
con gran honra
y con riquezas, abundantes de valor;
si dejasteis de
quererlas ya, perros de la traición,
¿ por qué
quisisteis sacarlas de Valencia y de su honor?
¿Por qué
teníais que herirlas con cinchas y con espolón?
Y en el Robledo
de Corpes las dejasteis a las dos
a las aves de
los montes y a las bestias de furor.
Por cuanto allí
les hicisteis, infames seáis los dos.
Júzguelo así
aquesta corte si no dais satisfacción.»
140
Altercado entre
Garci Ordóñez y el Cid
El conde Garci
Ordóñez en pie ya se levantaba:
« ¡Merced, oh
rey, el mejor de cuantos hay en España!
El Cid vino
preparado a esta corte pregonada,
así dejóse
crecer y trae luenga barba
que a los unos
pone miedo y a los otros los espanta.
Los infantes de
Carrión son de tan alta prosapia
que aun no
debieron querer sus hijas por barraganas,
¿quién es el
que se las diera por mujeres desposadas?
Con su derecho,
señor, pudieron abandonarlas.
Cuanto él dice
ahora, rey, no lo apreciamos en nada.»
Entonces el
Campeador, cogiéndose de la barba:
« ¡Gracias a Dios, el Señor que el cielo y la tierra
manda!
Larga es mi
barba porque con regalo fue criada.
¿Qué tenéis que
decir, conde, para afrentar a mi barba?
Porque desde
que nació con regalo fue criada,
y de ella no me
cogiera jamás una mano airada,
ni nunca me la
mesó hijo de mora o cristiana,
como yo os la
mesé a vos, conde, en el sitio de Cabra,
cuando tomé
aquel castillo y a vos conde, por la barba,
no hubo allí
rapaz que no sacase su pulgarada;
aquella que yo
arranqué, aún no la veo igualada,
porque la
traigo yo aquí en esta bolsa guardada.»
141
Fernando
rechaza la tacha de menosvaler
El infante don
Fernando entonces se levantó,
y dando muy
grandes voces, ahora oiréis lo que habló:
«Dejaos ya, mío
Cid, de tratar esta cuestión;
de vuestros
bienes perdidos, del todo pagado sois.
No agravéis
esta disputa entre vosotros y nos.
Nacimos de la
alta estirpe de los condes de Carrión
debimos casar
con hijas de un rey o un emperador,
que no nos
pertenecían las hijas de un infanzón.
Al dejarlas,
ejercimos nuestro derecho los dos,
más nos
preciamos, sabed, que no despreciámonos.»
142
El Cid incita a
Pero Bermúdez al reto
Mío Cid Rodrigo
Díaz al buen Bermúdez miraba:
« ¡Habla, dijo,
Pero Mudo, varón que siempre te callas!
A mis hijas las
ofenden y son tus primas hermanas,
a mí ahora me
lo dicen y a ti te lo echan en cara.
Y si yo a ello
respondo, tú no habrás de entrar en armas.»
143
Pero Bermúdez
reta a Fernando
Entonces, Pero
Bermúdez así comenzara a hablar:
trabándosele la
lengua, no la podía soltar,
mas cuando
empieza, sabed, ya no la puede parar:
« ¡Os diré,
Campeador; por costumbre tenéis ya
el llamarme
Pedro Mudo en las cortes a que vais!
Bien sabéis, Campeador,
que yo ya no puedo más;
en cuanto a mi
obligación, por mí no habrá de quedar.
Mientes,
Fernando González, en cuanto tú dicho has.
Por la ayuda de
mío Cid, valiste tú mucho más.
Tus mañas y
habilidades yo te las voy a contar.
Recuerda cuando
luchamos cerca de Valencia, allá;
pediste atacar
primero, al Campeador leal,
viste un moro y
en seguida tú le quisiste atacar;
pero te pusiste
en fuga antes del moro llegar.
Si yo no
hubiese acudido, te burlara el moro mal;
pasé delante de
ti, con él me hube de juntar;
y de los
primeros golpes, húbele de derrotar;
te di su
caballo, y el secreto hube de guardar:
hasta hoy, este
secreto a nadie quise contar.
Delante del Cid
y de todos te escuché alabar
de que matas te
tú al moro por tu valor personal,
y todos te lo
creyeron mas no saben la verdad,
¡Eres apuesto
doncel, mas cobarde si los hay!
¡Lengua sin
manos tú eres! ¿Cómo te atreves a hablar?»
144
Prosigue el
reto de Pero Bermúdez
«Di, pues,
Fernando González; contesta a mi acusación:
¿No te
acuerdas, en Valencia, de aquel lance del león,
cuando dormía
mío Cid, y el león se desató?
¡Eh, tú,
Fernando, responde! ¿Qué hiciste con tu pavor?
¡Te metiste
bajo del escaño del Campeador!
¡Tú te
escondiste, y por eso, aún vales menos hoy!
Cercábamos el
escaño, cuidando a nuestro señor,
hasta que
despertó el Cid el que Valencia ganó;
levantóse él
del escaño y al león se dirigió;
la fiera hincó
la cabeza y a mío Cid esperó,
dejóse coger
del cuello y en la jaula se metió.
Cuando se
volvió después el buen Cid Campeador,
a todos sus
cortesanos los halló a su alrededor;
preguntó por
sus dos yernos, y a ninguno los halló,
¡Te reto yo a
desafío por malvado y por traidor!
Esto yo lo
sostendré ante el rey nuestro señor
por las hijas
de mío Cid doña Elvira y doña Sol;
porque las
habéis dejado, mucho menos valéis vos,
ellas son
mujeres y vosotros hombres sois,
y aun así, de
todos modos, mucho más valen que vos.
Cuando la lid
se celebre, si pluguiese al Creador,
tú te habrás de
confesar a manera de traidor;
y de cuanto
aquí te he dicho por veraz quedaré yo.»
Y de ambos
litigantes, la disputa aquí acabó.
145
Diego desecha
la inculpación de menosvaler
Habló don Diego
González, oiréis lo que así dijo:
«Por naturaleza
somos de aquellos condes más limpios,
¡ojalá estos
casamientos no se hubiesen contraído
para no
emparentar con el mío Cid don Rodrigo!
De haber dejado
sus hijas, aún no nos arrepentimos;
mientras vivan
en el mundo ya pueden lanzar suspiros:
lo que les
hicimos, siempre les ha de ser retraído.
Esto yo lo
sostendré aun contra el más aguerrido:
que porque nos
las dejamos muy honrados nos sentimos.»
146
Martín
Antolínez reta a Diego González
El buen Martín
Antolínez en pie se fue a levantar;
«¡Cállate,
alevoso, calla, ruin boca sin verdad!
Lo del león, en
Valencia, no se te debe olvidar;
te escapaste
por la puerta, y te marchaste al corral
y allí te
fuiste a esconder tras la viga del lagar;
y ponerte no
pudiste más el manto ni el brial.
Yo habré de
lidiar contigo, de otro modo, no será
las hijas de
mío Cid las fuisteis a abandonar,
y de todas las
maneras más que vosotros valdrán.
Cuando se acabe
la lid por tu boca lo dirás,
que eres
traidor y mientes en cuanto aquí dicho has.»
147
Asur González
entra en la corte
De estos ambos
que contienden la disputa ha terminado.
Asur González
entraba entonces en el palacio,
llevando el
manto de armiño y su brial arrastrando;
colorado llega
porque había mucho almorzado.
En aquello que
dijera tuvo muy poco cuidado.
148
Asur insulta al
Cid
« ¡Oh, señores,
¿quién vio nunca en la corte cosa tal?
¿Quién dijera
que nobleza nos diera el Cid de Vivar?
¡Váyase ya al
río Ubierna sus molinos a picar
y a cobrar
maquilas vaya, como suele acostumbrar!
¿Quién le diera
a sus hijas con los de Carrión casar?»
149
Muño Gustioz
reta a Asur González. - Mensajeros de Navarra y de Aragón piden al Cid sus hijas para los hijos
de los reyes. - Don Alfonso otorga el nuevo casamiento. - Minaya reta a los de Carrión. – Gómez Peláez acepta el
reto, pero el rey no fija plazo sino a los que antes retaron.
El rey amparará a los tres lidiadores del Cid.
- El Cid ofrece dones de despedida a todos. - (Crónica de Veinte
Reyes.). - El
rey sale de Toledo con el Cid. - Manda a éste correr su caballo
Entonces, Muño
Gustioz en pie se puso y habló:
« ¡Calla, le
dijo, alevoso, calla, malvado y traidor!
Antes te vas a
almorzar que acudes a la oración;
aquellos a los
que besas los espantas con tu olor.
No dices verdad alguna ni al amigo ni al
señor;
eres falso para
todos y más falso para Dios.
En tu amistad
yo no quiero tener participación.
Te he de
obligar a decir que eres tal cual digo yo.»
Dijo el rey
Alfonso, entonces: «Termine ya esta cuestión.
Aquellos que se
han retado, lidiarán, quiéralo Dios.»
Así como fue
acabada esta enconada cuestión,
dos caballeros
entraron en la corte, ambos a dos:
a uno llamaban
Ojarra, a otro Iñigo Jimenón,
uno era del
infante de Navarra rogador
y el otro lo
era también del infante de Aragón;
saludan al rey,
y luego besan sus manos los dos,
y después,
piden sus hijas a mío Cid Campeador,
para que sean las
reinas de Navarra y de Aragón ,
y que se las
diesen piden con honra y en bendición.
Después de
esto, se callaron, la corte les escuchó.
Entonces,
alzóse en pie mío Cid Campeador:
« ¡Merced, rey
Alfonso, ya que sois mi rey y señor!
Eso agradecerlo
debo a Dios nuestro Creador,
que me pidan a
mis hijas, de Navarra y de Aragón.
Vos, antes, las
desposasteis, vos fuisteis, que no fui yo;
he aquí a mis
hijas, pues, que ahora en vuestras manos son:
sin que vos
deis licencia, nada tengo que hacer yo.»
Se levantó el
rey y a todos que se callaran mandó:
«Os digo, Cid
Ruy Díaz, mi cabal Campeador,
que si a vos os
satisface, así lo otorgaré yo
y que aquestos
casamientos concierte la corte hoy,
que ellos
habrán de aumentaros en propiedades y honor.»
Levantóse el
Cid entonces y al rey las manos besó:
«Cuanto a vos
os place, rey, otórgolo yo, señor.»
Entonces, así
el rey dijo: « ¡Dios os dé buen galardón!
A vos, pues,
Ojarra, y a vos, Iñigo Jimenón,
los casamientos
propuestos autorizo yo
de las hijas de
mío Cid, doña Élvira y doña Sol,
con los
infantes aquellos de Navarra y de Aragón;
yo os las tengo
que entregar con honra y en bendición.»
En pie
levantóse Ojarra, como Iñigo Jimenón,
y le besaron
las manos al rey Alfonso los dos,
y fueron luego
a besarlas a mío Cid Campeador;
hiciéronse las
promesas, y de cuanto se trató
los juramentos
se hicieron de así cumplirlo, o mejor.
Esto, a muchos
de la corte les plugo de corazón;
pero disgustó a
los que eran de los condes de Carrión.
Álvar Fáñez de
Minaya se levantó, y así habló:
«Merced os pido
yo ahora, como a mi rey y señor,
y que aquesto
no le pese a mío Cid Campeador:
bien libres os
he dejado en toda esta corte de hoy,
mas decir
quisiera ahora algo que he pensado yo.»
Dijo el rey:
«Podéis hablar, os oigo de corazón;
decid, Minaya Álvar Fáñez, hablad a vuestro sabor.»
«Yo os ruego que me escuchéis todos cuantos
aquí sois,
que un grande
rencor yo tengo a los condes de Carrión.
Yo, entonces,
les di mis primas porque el rey me lo mandó,
y ellos así las
tomaron con honor y en bendición;
cuantiosos
bienes les diera mío Cid Campeador,
y ellos las
abandonaron y muy a pesar de nos.
¡Yo les reto
desde ahora por traidores a los dos!
De casta de
BeniGómez entrambos venidos sois,
de donde
salieron condes de grande prez y valor;
no bien sabemos
las mañas que ellos suelen gastar hoy.
Esto debo
agradecer a nuestro Padre Creador,
que ahora piden
a mis primas doña Elvira y doña Sol
para casar con
infantes de Navarra y de Aragón;
antes ellas
fueron vuestras mujeres para los dos
ahora besaréis
sus manos y les rendiréis honor;
y las habréis
de servir por mucho que os pese a vos.
¡Gracias a Dios de los cielos y al rey Alfonso les
doy,
porque así
crece la honra de mío Cid Campeador!
Y en todas
vuestras acciones tales sois cual digo yo;
y si hay aquí quien
responda o alguien que diga que no,
soy Álvar Fáñez
Minaya y para todo el mejor.»
Entonces, Gómez
Peláez en su pie se levantó:
«¿Qué vale, Minaya, dice, toda esa larga razón?
Muchos hay en
esta corte para contender con vos,
y quien otra
cosa diga sería en su deshonor.
Si Dios
quisiese que de ésta saliera yo vencedor,
después habréis
de decir qué dijisteis o qué no.»
Dijo el rey
Alfonso: «Aquí se acabe esta discusión:
no diga ninguno
ya más sobre esto su opinión.
Mañana sea la
lid tan pronto amanezca el sol,
tres a tres de
aquellos que se desafiaron hoy.»
Luego, se
alzaron a hablar los infantes de Carrión:
«Dadnos plazo,
que mañana no puede ser para nos,
pues las armas
y caballos dímosle al Campeador
y antes
habremos de ir a las tierras de Carrión.»
Entonces, el
rey Alfonso le dijo al Campeador:
«Sea esta lid
celebrada en donde mandaréis vos.»
A esto, le
respondió el Cid: «No puedo hacerlo, señor
prefiero ir a
Valencia que a las tierras de Carrión.»
Entonces,
respondió el rey: «Conformes, Campeador.
Dadme vuestros
caballeros con toda su guarnición
y que se vengan
conmigo, yo seré su protector;
y yo os
garantizo, como al vasallo hace el señor,
que no tendrán
violencias, de conde ni de infanzón.
Aquí les señalo
el plazo que desde ahora les doy,
y pasadas tres
semanas, en las vegas de Carrión
que se celebre
la lid, estando presente yo;
quien no
acudiese en el plazo, que pierda de su razón,
que se declare
vencido y que huya por traidor.»
Recibieron la
sentencia los infantes de Carrión.
Mío Cid Rodrigo
Díaz al rey las manos besó:
«Estos
caballeros míos en vuestras manos ya son,
a vos os los
encomiendo, como a mi rey y señor.
Ellos están
preparados para cumplir su misión,
¡devolvédmelos
con honra a Valencia la mayor! »
Entonces repuso
el rey: «Así lo permita Dios.»
Allí se quitó
el capillo mío Cid Campeador,
y la cofia toda
de hilo, que era blanca como el sol,
y soltándose la
barba la desató del cordón .
No se hartaban
de mirarle cuantos en la corte son.
Se dirigió al
conde Enrique y luego al conde Ramon;
los abrazó
estrechamente, rogando de corazón
que tomasen de
sus bienes cuanto quisieren los dos.
A éstos, como a
los otros que de su partido son,
a todos les va
rogando que tomen a su sabor;
algunos hay que
sí cogen, algunos los hay que no.
Aquellos
doscientos marcos al rey se los perdonó
y de todo
cuanto tiene al rey Alfonso ofreció:
« ¡Merced os
pido, oh rey, por amor del Creador!
Ya que todos
los negocios tan bien arreglados son,
beso vuestras
reales manos con vuestra gracia, señor,
y marchar
quiero a Valencia, que con afán gané yo» .
150
El rey admira a
Babieca, pero no lo acepta en don. - Últimos encargos del Cid a sus tres
lidiadores. - Tórnase el Cid a Valencia. - El rey en Carrión. - Llega el plazo de la lid. - Los
de Carrión pretenden excluir de la lid a Colada y Tizón. - Los del Cid piden al
rey amparo y salen al campo de la lid. - El rey designa fieles del campo y
amonesta a los de Carrión. - Los fieles preparan la lid. - Primera acometida. -
Pero Bermúdez vence a Fernando
El rey alzando
la mano, la cara se santiguó:
«Yo juro ahora
por San Isidoro de León,
que por todas
nuestras tierras no existe tan buen varón.»
Mío Cid con su
caballo ante el mismo rey llegó
para besarle la
mano, como monarca y señor:
«Me mandaste
hacer carrera, con Babieca el corredor,
caballo así no
lo tienen moros ni cristianos hoy;
yo os lo
entrego, rey Alfonso servíos tomarlo vos.»
Entonces, dijo
así el rey: «Eso yo no quiero, no,
que al tomarlo
yo, el caballo perdiera tan buen señor.
Este caballo,
como es, tan sólo es digno de vos,
para vencer a
los moros y ser su perseguidor;
quien
quitárselo quisiere no le valga el Creador,
por vos y por
el caballo muy honrados somos nos.»
Entonces se
despidieron, y a la corte el rey volvió.
Mío Cid a los
que habían de lidiar aconsejó:
« ¡Martín
Antolínez y Pero Bermúdez, los dos,
como igual Muño
Gustioz, mi buen vasallo de pro,
estad firmes en
el campo como cumple al buen varón;
y que lleguen
buenas nuevas allá a Valencia, de vos.»
Dijo Martín
Antolínez: «¿Por qué lo decís, señor?
Ello queda a
nuestro cargo y es nuestra obligación;
podréis oír
hablar de muertos, pero de vencidos no.»
Contento se fue
por esto el que en buen hora nació;
Mío Cid marchó
a Valencia y el rey a Carrión marchó.
Las tres
semanas de plazo ya las tres cumplidas son.
Helos que
llegan al plazo los del Cid Campeador;
cumplir quieren
el deber que les mandó su señor;
ellos están al
amparo de Alfonso el rey de León;
dos días aún
esperaron a los condes de Carrión.
Vienen
pertrechados de caballos y guarnición;
y todos los sus
parientes de acuerdo con ellos son
que si
apartarlos pudiesen a los del Campeador,
los matasen en
el campo deshonrando a su señor.
El propósito
fue malo, y a cabo no se llevó
porque gran
miedo tuvieron a Alfonso el de León.
De noche velan
las armas y ruegan al Creador.
Pasada que fue
la noche y se quebraba el albor,
se van
congregando muchos de aquellos hombres de pro
para presenciar
la lid a su gusto y su sabor;
y sobre todos,
allí está Alfonso el de León
para que
hubiese justicia y no hubiese fraude, no.
Ya se vestían
las armas los del buen Campeador,
y los tres iban
de acuerdo ya que sirven a un señor.
En otro lugar
se armaban los infantes de Carrión,
mientras los va
amonestando García Ordóñez, mejor.
Estuvieron
discutiendo y al rey pidieron que no
se emplease la
Colada ni Tizón, aquellas dos
espadas, que no
las usen los del Cid Campeador,
arrepentidos
estaban de darlas los de Carrión.
Así pidieron al
rey, mas no se lo concedió:
«No se exceptuó
ninguna, al tratar de la cuestión.
Si buenas las
tenéis, pueden aprovecharos a vos;
otro tanto
habrán de hacer los del Cid Campeador.
Andad y salid
al campo así, infantes de Carrión,
que es
necesario lidiar a modo de buen varón,
que por nada
han de quedar los del Cid Campeador.
Si del campo
salís bien, alcanzaréis gran honor;
mas si
quedaseis vencidos no habéis de culpar a nos
porque todos
saben ya que lo habéis buscado vos.»
Ya se van
arrepintiendo los infantes de Carrión,
de aquello que
habían hecho muy arrepentidos son;
no hubieran
querido hacerlo por cuanto hay en Carrión.
Ya están
armados los tres de mío Cid Campeador,
y a visitarlos
los fue don Alfonso el de León.
Entonces, así
le dicen los del Cid Campeador:
«Os besamos
vuestras manos, como a buen rey y a señor
y que seáis
juez de ellos y nuestro en la lid de hoy;
en la justicia,
valednos; pero en la injusticia, no.
Aquí tienen su
partido los infantes de Carrión,
y no sabemos
qué cosas pueden tramar contra nos.
Bajo la
protección vuestra nos puso nuestro señor;
¡mantenednos en
justicia, por amor del Creador! »
Entonces, dijo
así el rey: «Con alma y de corazón.»
Trajéronles los
caballos, los de andadura veloz;
santiguaron a
las sillas, cabalgaron con ardor;
los escudos
sobre el cuello que bien broquelados son;
y en las manos
van las astas con buen hierro tajador,
las tres lanzas
llevan todas al extremo su pendón;
y muchos buenos
varones van de ellos alrededor.
Ya se salían al
campo entre mojón y mojón .
Los tres
estaban de acuerdo los del Cid Campeador
para que cada
uno de ellos fuera a herir a su agresor.
He aquí, de la
otra parte, los infantes de Carrión,
que van muy
acompañados, que muchos parientes son.
El rey les
señaló jueces, que a quien tenga, den razón,
que no disputen
con ellos sobre sí o sobre no.
Cuando en el
campo estuvieron, así el rey Alfonso habló:
«Oíd lo que
ahora os digo, oíd, condes de Carrión:
esta lid debió
de hacerse en Toledo, pero no
quisisteis
vosotros. Estos jinetes del Campeador
los traje bajo
mi guarda a la tierras de Carrión.
Teneos en
vuestro derecho y ningún fraude hagáis vos,
porque aquel
que fraude hiciere, se lo habré de vedar yo,
y en todos los
reinos míos no vivirá a su sabor.»
Ya mucho les va
pesando a los condes de Carrión.
Los jueces y el
rey señalan el campo con un mojón,
salieron
después del campo, quedando a su alrededor.
Bien se lo
dijeron a los seis que juntados son.
Bien quedaría
vencido quien saliese del mojón.
Todas las
gentes, entonces se esparcen alrededor
a la distancia
de seis astas antes del mojón.
Sorteábanles el
campo y les partían el sol,
ya se apartaban
los jueces y ellos cara a cara son.
Arremeten los
del Cid a los condes de Carrión,
y los de
Carrión, después, a los del Campeador;
cada uno de
ellos piensa en el frontero agresor;
y embrazan ya
sus escudos delante del corazón,
bajan las
lanzas envueltas cada cual con el pendón,
y las caras
inclinando por encima del arzón,
batiendo van
los caballos a golpes de su espolón,
temblar quería
la tierra de aquella lucha al fragor.
Cada uno de
ellos piensa solamente en su agresor;
todos, tres a
tres, se juntan mezclados en confusión,
ya los contaban
por muertos los que están alrededor.
Pero Bermúdez,
aquel que antes su reto lanzó,
con don
Fernando González cara a cara se juntó,
golpeándose en
los escudos sin reposo ni pavor.
Por fin,
Fernando González el escudo atravesó
de Pero, mas
dio en vacío y en carne no le tocó,
y por dos
sitios distintos el astil se le quebró.
Firme está Pero
Bermúdez por eso no se torció;
y si un golpe
recibiera, él otro más fuerte dio:
partió el forro
del escudo, y fuera de sí lo echó,
y atravesándolo
todo, así nada le sirvió.
Le hundió la
lanza en el pecho muy cerca del corazón;
mas tres dobles
de loriga a Fernando le salvó,
dos de ellos se
desmallaron y el tercero resistió:
el bélmez con
la camisa y a más con la guarnición,
dentro de la
carne más de una mano le metió;
y de la boca
hacia fuera mucha sangre le salió.
Partiéndosele
las cinchas, que ninguna le valió,
por la cola del
caballo el jinete resbaló.
Por muerto le
da la gente al mirar al de Carrión,
pero, dejando
la lanza, mano a la espada metió,
cuando Fernando
González a Tizón reconoció,
antes de
esperar el golpe, dijo así: « ¡Vencido soy! »
Así asintieron
los jueces, y Bermúdez lo dejó.
151
Martín
Antolínez vence a Diego
Martín y Diego
González se acometen con las lanzas,
y tales los
golpes fueron que quebradas quedan ambas.
Martín
Antolínez, luego, echó mano de la espada
que hace
relumbrar el campo, tan limpia es y tan clara;
y dio un golpe
a su adversario que de lado lo tomara;
la parte alta
del yelmo del golpe se la arrancara,
las correas que
lo aguantan todas quedaron cortadas
y arrancándole
el almófar, hasta la cofia llegara,
y la cofia y el
almófar, se lo arranca, con la espada,
los pelos le va
cortando y hasta la carne llegara;
todo cayó por
el campo, mas él derecho quedaba.
Cuando este
golpe le da con la Colada preciada,
Diego González
ya ve que no escapará con alma;
tira la rienda
al caballo para volverse de cara,
la espada lleva
en la mano pero no se atreve a usarla.
Entonces el
buen Martín le recibió con la espada,
un golpe le dio
de plano, que de filo no le alcanza.
Entonces,
Diego, el infante, con grandes voces clamaba:
« ¡Valedme,
Señor glorioso, libradme ya de esta espada! »
El caballo
refrenó para huir de Colada,
sacólo del
mojón, mientras Martín en el campo estaba.
Entonces dijo
así el rey: «Venid vos a mi compaña;
por cuanto
habéis hecho ya, ganado habéis la batalla.»
Y otorgándole
los jueces que era verdad su palabra.
152
Muño Gustioz
vence a Asur González. - El padre de los infantes
declara vencida
la lid. - Los del Cid vuelven cautelosamente a
Valencia. -
Alegría del Cid. - Segundos matrimonios de sus hijas. - El
juglar acaba su
poema
Los dos han
sido vencidos . Ahora os quiero contar
yo
cómo Gustioz
con Asur González cuál se arregló.
Hiriéronse en
los escudos con grandes golpes los dos.
Era Asur
González muy forzudo y de gran valor,
y a Muño
Gustioz, con fuerza, en el escudo le hirió;
tras el escudo
embrazado la guarnición falseó;
pasó en vacío
la lanza, la carne no le rozó.
Al recibir este
golpe, Muño Gustioz, otro dio;
y por medio de
la bloca el escudo quebrantó,
no lo pudo
resistir, falseó la guarnición,
y se la clavó
en un lado, mas no en el del corazón;
metiéndole
carne adentro la lanza con el pendón,
y por detrás de
la espalda una braza la sacó,
y dando un
tirón con ella en la silla lo movió,
y al ir a sacar
la lanza, en la tierra lo derribó;
bermejo salía
el astil como la lanza y pendón.
Todos estaban
seguros que por muerto se quedó.
La lanza volvió
a tomar y contra él arremetió;
mas dijo
Gonzalo Ansúrez: « ¡No lo hiráis ya más, por Dios!
¡Vencido está
ya en el campo; este combate acabó!
Dijeron los
jueces: «Esto lo hemos oído los dos.»
Mandó despejar
el campo don Alfonso el de León,
las armas que
allí quedaron para sí el rey las tomó.
Declarados
vencedores, se van los del Campeador;
vencieron en
esta lid gracias a Dios Creador.
Grandes eran los
pesares por las tierras de Carrión.
El rey, a los
de mío Cid de noche los envió
para que de
algún asalto no tuvieran el temor.
A manera de
prudentes van en carrera veloz
y helos en Valencia
ya con el Cid Campeador.
Por maltrechos
se dejaron a los condes de Carrión:
han cumplido ya
el deber que les mandó su señor;
mucho se alegró
al saberlo mío Cid Campeador.
Envilecidos
quedaron los infantes de Carrión.
Quien a una
dama escarnece y la abandona traidor,
esto suele
acontecerle, o tal vez cosa peor.
Dejemos ya los
asuntos de los condes de Carrión,
que con lo que
han recibido ya bien castigados son;
hablemos
nosotros de este que en buena hora nació.
Grandes son los
alborozos en Valencia la mayor,
porque
victoriosos fueron los del Cid Campeador.
Cogióse
entonces la barba Ruy Díaz su señor:
« ¡Gracias al Rey de los cielos, mis hijas vengadas
son!
¡Ahora sí que
tendrán libres sus herencias de Carrión!
Pese a quien
pese, ya puedo casarlas a gran honor.»
Ya comenzaron
los tratos con Navarra y Aragón,
y celebraron su
junta con Alfonso el de León.
Hicieron sus
casamientos doña Elvira y doña Sol;
si los de antes
buenos fueron, éstos aún lo son mejor;
con mayor honra
las casa que otro tiempo las casó.
Ved cómo
aumenta la honra del que en buena hora nació,
al ser señoras
sus hijas de Navarra y de Aragón.
Ahora los reyes
de España todos sus parientes son,
que a todos
alcanza honra por el que en buena nació
.
Dejó este siglo
mío Cid, que fue en Valencia señor,
día de
Pentecostés; ¡de Cristo alcance el perdón!
¡Así hagamos
nosotros, el justo y el pecador!
Estas fueron
las hazañas de mío Cid Campeador;
en llegando a
este lugar se termina esta canción .
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