domingo, 19 de febrero de 2012

Libro: Anónimo (Poema del Mio Cid) Parte 2/2 [Historia Medieval]

CANTAR TERCERO

LA AFRENTA DE CORPES


112
Suéltase el león del Cid. - Miedo de los infantes de Carrión. El Cid amansa al león. - Vergüenza de los  infantes

En Valencia estaba el Cid y con él los suyos son,
y con él sus ambos yernos, los infantes de Carrión.
Acostado en un escaño dormía el Campeador.
Sabed la mala sorpresa que a todos aconteció:
escapóse de su jaula, desatándose, un león.
Al saberlo, por la corte un grande miedo cundió.
Embrazan sus mantos las gentes del Campeador
y rodean el escaño donde duerme su señor.
Pero Fernando González, un infante de Carrión,
no encontró donde esconderse, ni sala ni torre halló;
metióse bajo el escaño, tanto era su pavor.
El otro, Diego González, por la puerta se salió
gritando con grandes voces: «No volveré a ver Carrión.»
Tras la viga de un lagar metióse con gran pavor,
de donde manto y brial todo sucio lo sacó.
En esto despertó el Cid, el que en buena hora nació,
viendo cercado su escaño de su servicio mejor:
«¿Qué es esto, decid, mesnadas? ¿Qué hacéis a mi alrededor?»
«Señor honrado, le dicen, gran susto nos dio el león.»
Mío Cid hincó su codo y presto se levantó,
el manto colgando al cuello, se dirigió hacia el león.
Cuando el león le hubo visto, intimidado quedó,
y frente al Cid la cabeza bajando, el hocico hincó.
Mío Cid Rodrigo Díaz por el cuello lo cogió,
y llevándolo adiestrado en la jaula lo metió.
Por maravilla lo tienen cuantos circunstantes son,
y se vuelven a palacio llenos de estupefacción.
Mío Cid por sus dos yernos preguntó y no los halló,
y a pesar de que los llama, ninguno le respondió.
Cuando, al fin, los encontraron, los hallaron sin color:
nunca vieron por la corte tanta burla y diversión,
hasta que impuso silencio a todos el Campeador.
Avergonzados estaban los infantes de Carrión,
y resentidos quedaron por aquello que ocurrió.

113
El rey Búcar, de Marruecos, ataca a Valencia

Ellos estando en tal trance, tuvieron un gran pesar:
fuerzas de Marruecos llegan para a Valencia cercar;
sobre los campos de Cuarte las tropas van a acampar,
cincuenta mil tiendas grandes ya plantadas allí están:
eran fuerzas del rey Búcar, si de él oísteis hablar  .

114
Los infantes temen la batalla. - El Cid los reprende

Ello al Cid y a sus varones alegra de corazón,
pues les traerá ganancias, y lo agradecen a Dios.
Mas sabed que ello les pesa a los condes de Carrión;
que el ver tanta tienda mora grande disgusto les dio.
Ambos hermanos aparte así hablaron los dos:
«Calculamos la ganancia, pero la pérdida, no;
ahora, en esta batalla, habremos de entrar los dos;
esto está determinado para no ver más Carrión;
viudas habrán de quedar las hijas del Campeador.»
Aunque en secreto lo hablaron, Muño Gustioz los oyó,
y fuese a darle la nueva a mío Cid Campeador:
«He aquí a vuestros yernos, que tan atrevidos son,
que por no entrar en batalla ahora piensan en Carrión.
Marchad, pues, a consolarlos y así os valga el Creador,
y en paz queden y en la lucha no hayan participación.
Nosotros los venceremos y nos valdrá el Creador.»
 Mío Cid Rodrigo Díaz sonriéndose salió:
«Dios os salve, yernos míos, los infantes de Carrión,
en brazos tenéis mis hijas, que son blancas como el sol.
Yo sólo pienso en batallas y vosotros en Carrión;
quedaos, pues, en Valencia a vuestro mejor sabor,
que del enemigo moro ya entiendo bastante yo,
y a vencerlo yo me atrevo con la merced del Creador.»

115
Mensaje de Búcar. - Espolonada de los cristianos. - Cobardía del infante Fernando. - (Crónica de Veinte Reyes). - Generosidad de Pero Bermúdez

Ojalá vea la hora en que yo pueda pagaros.»
Y el infante con don Pero juntos se volvieron ambos.
Así lo afirma don Pero, como lo cuenta Fernando.
Plugo esto a mío Cid como a todos sus vasallos:
«Aun si Dios así lo quiere y el Padre que está en lo alto,
mis dos yernos algún día buenos serán en el campo.»
Mientras esto va diciendo, las gentes ya van llegando,
y la hueste de los moros va los tambores sonando;
por maravilla lo tienen casi todos los cristianos,
que nunca lo habían visto los últimos que llegaron.
Más que todos maravíllanse don Diego y don Fernando,
que por su voluntad propia no se hubieran acercado.
Oíd, pues, lo que dijera mío Cid el bienhadado:
«Ven acá, Pero Bermúdez, tú, mi buen sobrino caro,
cuídame bien a don Diego y cuídame a don Fernando,
mis yernos ambos a dos, porque yo mucho los amo,
que los moros, si Dios quiere, no quedarán en el campo.»

116
Pero Bermúdez se desentiende de los infantes. –Minaya y don Jerónimo piden el primer puesto en la batalla

«Os digo yo, mío Cid, y os pido por caridad,
que este día a los infantes no me obliguéis a cuidar,
cuídese de ellos quienquiera, que a mí ¡poco se me da!
Yo con los míos quisiera en la vanguardia atacar,
y vos con los vuestros, firmes a retaguardia quedad;
y si hubiere algún peligro, bien me podréis ayudar.»
En esto llegó Minaya Álvar Fáñez, para hablar:
«Oíd lo que ahora os digo, Cid Campeador leal:
esta batalla que empieza es el Señor quien la hará,
y vos, tan digno, tenéis su bendición celestial.
Mandadnos, pues, mío Cid, como quisieseis mandar,
que el deber de cada uno cumplido habrá de quedar.
Hemos de ver cómo Dios de ventura os colmará.»
Mío Cid dijo: «No hay prisa, aún podemos esperar.»
El obispo don Jerónimo, que muy bien armado va,
se detuvo ante mío Cid, con deseos de luchar:
«Hoy os he dicho la misa de la Santa Trinidad;
y si salí de mi tierra y hasta aquí os vine a buscar,
es por cumplir el deseo de algunos moros matar;
que mi orden  y mis manos así yo quisiera honrar,
y en esta batalla quiero ser quien empiece a atacar.
Traigo yo pendón con corzas en mis armas por señal,
y, si pluguiera al Señor, yo las quisiera probar
y mi corazón así mucho habríase de holgar,
y vos, mío Cid, podríais de mí satisfecho estar.
Si este favor no me hacéis de aquí quisiera marchar.»
Entonces dijo mío Cid: «Lo que vos queréis, será.
Ya se divisan los moros, las armas podéis probar,
nosotros de aquí veremos cómo pelea el abad.»

117
El obispo rompe la batalla. - El Cid acomete. Invade el campamento de los moros

El obispo don Jerónimo tomó una buena arrancada
y fue a atacar a los moros al campamento en que estaban.
Por la suerte que le cupo, y porque Dios le amparaba,
a los dos primeros golpes que dio dos moros matara.
Como el astil ha quebrado, echóle mano a la espada.
Esforzábase el obispo, ¡Dios, y qué bien que luchaba!
Dos moros mató con lanza y otros cinco con la espada.
Como los moros son muchos, en derredor le cercaban,
y aunque le dan grandes golpes, no logran quebrar sus armas.
El que en buen hora nació sus dos ojos le clavaba,
embrazó el escudo y luego bajó el astil de la lanza,
aguijoneó a Babieca, el caballo que bien anda,
y fue a atacarlos con todo su corazón y su alma.
Entre las filas primeras el Campeador entraba,
abatió a siete por tierra y a otros cuatro los matara.
Plugo a Dios que la victoria fuese ese día ganada.
Mío Cid con sus vasallos al enemigo alcanzaba;
vierais quebrarse las cuerdas y arrancarse las estacas,
y los labrados tendales que las tiendas sustentaban.
Los del Cid, a los de Búcar de las tiendas los echaban.


118
Los cristianos persiguen al enemigo. - El Cid alcanza y mata a Búcar. Gana la espada Tizón

Los arrojan de sus tiendas y ya alcanzándolos van;
tantos brazos con loriga vierais como caen ya,
tantas cabezas con yelmo por todo el campo rodar,
caballos sin caballeros ir por aquí y por allá.
Siete millas bien cumplidas se prolongó el pelear.
Mío Cid Campeador a Búcar llegó a alcanzar:
«Volveos acá, rey Búcar, que venís de allende el mar,
a habéroslas con el Cid de luenga barba, llegad,
que hemos de besarnos ambos para pactar amistad.»
Repuso Búcar al Cid: «Tu amistad confunda Alá.
Espada tienes en mano y yo te veo aguijar:
lo que me hace suponer que en mí quiéresla probar.
Mas si este caballo mío no me llega a derribar,
conmigo no has de juntarte hasta dentro de la mar.»
Aquí le repuso el Cid: «Eso no será verdad.»
Buen caballo lleva Búcar, y muy grandes saltos da,
pero Babieca, el del Cid, alcanzándole va ya.
Mío Cid alcanzó a Búcar a tres brazas de la mar,
alzó en alto su Colada y tan gran golpe le da
que los carbunclos del yelmo todos se los fue a arrancar:
cortóle el yelmo y con él la cabeza por mitad,
hasta la misma cintura la espada logró llegar.
Así mató el Cid a Búcar, aquel rey de allende el mar,
por lo que ganó a Tizón  que mil marcos bien valdrá.
Venció así la gran batalla maravillosa y campal,
honrándose así mío Cid y a cuantos con él están.

119
Los del Cid vuelven del alcance. - El Cid, satisfecho de sus yernos; éstos, avergonzados. - Ganancias de la victoria

Del campo se vuelven ya con todo lo que ganaron,
a su paso recogiendo lo que encuentran por el campo.
A las tiendas llegan todos, al señor acompañando,
mío Cid Rodrigo Díaz el Campeador nombrado,
que vuelve con sus espadas, las dos que él estima tanto.
Por la matanza venía el Campeador cansado,
la cara trae descubierta, con el almófar  quitado,
la cofia a medio caer sobre el pelo descansando.
De todas las partes van acudiendo sus vasallos;
algo ha visto mío Cid Rodrigo que le ha gustado,
alzó la vista y quedóse fijamente contemplando
cómo llegaban sus yernos, don Diego y don Fernando,
ambos son hijos de aquel conde llamado Gonzalo.
Alegróse el Cid y así sonriente, les va hablando:
«¿Sois vosotros, yernos míos? Por hijos os cuento a ambos.
Bien sé que estáis de luchar satisfechos y pagados;
a Carrión he de mandar mensajeros a contarlo,
y también cómo al rey Búcar la batalla hemos ganado.
Fío yo en nuestro Señor y fío en todos sus santos,
que de esta victoria todos hemos de salir pagados.»
Álvar Fáñez de Minaya en este punto ha llegado,
el escudo lleva al cuello todo lleno de espadazos,
las lanzadas recibidas no le hicieron ningún daño,
porque aquellos que lo hirieron no lograron alcanzarlo.
Por su codo abajo, va ya la sangre chorreando
de veinte moros o más que él había rematado:
« ¡Gracias a nuestro Señor, el Padre que está en lo alto,
y a vos, mío Cid de Vivar Campeador bienhadado!
Matasteis vos al rey Búcar y la batalla ganamos.
Para vos, pues, estos bienes, y para vuestros vasallos.
Ya vuestros yernos, señor, su valor han demostrado,
hartos de luchar con moros, de la batalla en el campo.»
Dijo mío Cid: «Me place el que así se hayan portado,
si ahora son buenos, mañana serán aún más esforzados.»
De verdad lo dijo el Cid, mas ellos lo creen escarnio.
 Todas aquellas ganancias a Valencia van llegando,
y alegre está mío Cid como todos sus vasallos,
que por ración cada uno alcanzó seiscientos marcos.
Los yernos de mío Cid la parte hubieron tomado
que les tocó del botín y la ponen a recaudo,
pensando que ya en sus días de nada serán menguados.
Cuando a Valencia volvieron, de gala se ataviaron,
comieron a su placer, lucieron pieles y mantos.
Muy contento está mío Cid como todos sus vasallos.

120
El Cid, satisfecho de su victoria y de sus yernos. Un gran día fue en la corte del leal Campeador por la victoria ganada a Búcar, a quien mató.

Alzó mío Cid la mano y la barba se cogió:
«Gracias a Cristo, decía, que es de este mundo Señor,
que lidiaran a mi lado mis yernos ambos a dos;
buenas nuevas mandaré de mis yernos a Carrión,
que cuenten, en honra suya, su conducta y su valor.»

121
Reparto del botín

Sobradas son las ganancias que todos han alcanzado,
lo uno era de ellos ya lo demás tiénenlo a salvo.
Mandó mío Cid don Rodrigo de Vivar el bienhadado,
que de todo aquel botín que en la batalla han ganado,
todos tomasen la parte que les toca en el reparto,
y el quinto de mío Cid no se dejase olvidado.
Todos así lo cumplieron como habíase acordado.
La quinta de mío Cid, eran seiscientos caballos
y acémilas de otras clases y camellos tan sobrados,
que de tantos como había no podían ni contarlos.

122
El Cid, en el colmo de su gloria, medita dominar a Marruecos. –Los infantes, ricos y  honrados en la corte del Cid

Todas aquestas ganancias hizo el Cid Campeador.
« ¡Gracias a Dios de los cielos, que es de este mundo Señor,
que si hasta aquí vine pobre, ahora ya rico soy,
poseo tierras, dinero, bienes de oro y honor,
y puedo contar por yernos a los condes de Carrión;
y venzo en cuantas batallas lucho, cual place al Señor,
y los moros y cristianos yo les infundo pavor.
Allá en tierras de Marruecos, donde las mezquitas son,
se teme que alguna noche pudiera asaltarlas yo,
ellos así se lo temen aunque no lo pienso, no:
no habré de ir a buscarlos, porque aquí en Valencia estoy,
pero me habrán de dar parias, con ayuda del Creador,
que me pagarán a mí o a quien designara yo.»
Grandes son los regocijos en Valencia la mayor
de todas las compañías de mío Cid Campeador
por esta grande victoria alcanzada con tesón;
grande es también la alegría de sus dos yernos, los dos:
ganaron cinco mil marcos de oro de gran valor;
por eso se creen ricos los infantes de Carrión.
Ellos y otros a la corte llegaron del Campeador
donde estaba don jerónimo, el obispo de valor,
y aquel bueno de Álvar Fáñez, caballero luchador,
y otros muchos caballeros que crió  el Campeador .
Cuando entraron en la corte los infantes de Carrión,
fue a recibirlos Minaya en nombre de su señor:
«Venid acá, mis cuñados  , y nos daréis más honor.»
Tan pronto como llegaron se alegró el Campeador:
«Aquí tenéis, yernos míos, mi mujer, dama de pro,
y aquí están también mis hijas, doña Elvira y doña Sol,
que desean abrazaros y amaros de corazón.
 
¡Gracias a Santa María madre de Nuestro Señor!
Que estos vuestros casamientos os sirven de gran honor,
y mandaré buenas nuevas a las tierras de Carrión.»

123
Vanidad de los infantes. - Burlas de que ellos son objeto

A estas palabras repuso el infante don Fernando:
«Gracias a Dios Creador y a vos, Campeador honrado,
tantos bienes poseemos que no podemos contarlos;
por vos ganamos en honra y por vos hemos luchado,
y vencimos a los moros y en la batalla matamos
al rey Búcar de Marruecos, que era un traidor probado.
Pensad en lo vuestro, Cid; lo nuestro está a buen recaudo.»
Los vasallos de mío Cid sonríen, esto escuchando:
ellos lucharon con furia al enemigo acosando,
mas no hallaron en la lucha a don Diego y don Fernando.
Por todas aquestas burlas que les iban levantando,
y por las risas continuas con que iban escarmentándolos,
los infantes de Carrión se van mal aconsejando.
Retíranse a hablar aparte, porque son dignos hermanos,
en aquello que cavilan parte alguna no tengamos.
 «Vayámonos a Carrión, que tiempo asaz aquí estamos,
las ganancias que tenemos habrán, tal vez, de sobrarnos,
y no podremos gastarlas mientras tanto que vivamos..»

124
Los infantes deciden afrentar a las hijas del Cid. - Piden al Cid sus mujeres para llevarlas a Carrión. - El Cid accede. - Ajuar que da a sus hijas. - Los infantes dispónense a marchar. - Las hijas despídense del padre

Pidamos nuestras mujeres al buen Cid Campeador;
digamos que las llevamos a las tierras de Carrión,
para enseñarles las tierras que sus heredades son.
Saquémoslas de Valencia del poder del Campeador,
y después, en el camino, haremos nuestro sabor
antes de que nos retraigan el asunto del león.
Nosotros somos de sangre de los condes, de Carrión.
Las riquezas que llevamos alcanzan grande valor;
vamos, pues, a escarnecer las hijas del Campeador.»
 «Con estos bienes seremos ricos por siempre los dos,
y nos podremos casar con hijas de emperador,
porque por naturaleza somos condes de Carrión.
Escarneceremos las hijas del Campeador
antes que ellos nos retraigan la aventura del león.»
Una vez esto acordado entre ambos, tornan los dos,
y haciendo callar a todos, así don Fernando habló:
« ¡Dios Nuestro Señor os valga, mío Cid Campeador!,
que plazca a doña Jimena y primero os plazca a vos,
y a Minaya de Álvar Fáñez y a cuantos en ésta son:
entregadnos vuestras hijas, que habemos en bendición,
porque queremos llevarlas a las tierras de Carrión
que, cual arras, ya les dimos, y ahora tomen posesión;
así verán vuestras hijas las tierras que nuestras son,
y que serán de los hijos que ellas nos den a los dos.»
No recelaba la afrenta mío Cid Campeador:
«Os daré, pues, a mis hijas, con alguna donación;
vosotros les disteis villas en las tierras de Carrión,
yo por ajuar quiero darles tres mil marcos de valor,
y mulas y palafrenes que muy corredores son,
y caballos de batalla para que montéis los dos,
y vestiduras de paño, y sedas de ciclatón  ;
os daré mis dos espadas, la Colada y la Tizón,
las que más quiero, y sabed que las gané por varón;
por hijos os considero cuando a mis hijas os doy;
con ellas sé que os lleváis las telas del corazón.
Que lo sepan en Galicia, en Castilla y en León
que con riquezas envío a mis yernos ambos dos.
A mis dos hijas servid, que vuestras mujeres son:
y si así bien lo cumplís, os daré un buen galardón.»
Así prometen cumplirlo los infantes de Carrión,
y así reciben las hijas de mío Cid Campeador,
comienzan a recibir lo que el Cid Campeador les diera en don.
Cuando ya hubieron tomado todo aquello que les dio,
mandaron cargar los fardos los infantes de Carrión.
Grande animación había en Valencia la mayor;
todos tomaban las armas para despedir mejor
a las hijas de mío Cid que parten para Carrión.
Ya empiezan a cabalgar para decirles adiós.
Entonces, ambas hermanas, doña Elvira y doña Sol,
se van a hincar de rodillas ante el Cid Campeador:
«Merced os pedimos, padre, así os valga el Creador,
vos nos habéis engendrado, nuestra madre nos parió;
delante de ambos estamos, nuestros señora y señor.
Ahora nos enviáis a las tierras de Carrión,
y debemos acatar aquello que mandáis vos.
Por merced ahora os pedimos, nuestro buen padre y señor,
que mandéis vuestras noticias a las tierras de Carrión.»
Abrazólas mío Cid y besólas a las dos.

125
Jimena despide a sus hijas. - El Cid cabalga para despedir a los viajeros. –Agüeros malos

Los abrazos que dio el padre, la madre doble los daba:
« ¡Id, hijas mías, les dice, y que el Creador os valga!
que de mí y de vuestro padre el amor os acompaña.
Id a Carrión para entrar en posesión de las arras pues,
como yo pienso, os tengo, hijas, por muy bien casadas.»
A su padre y a su madre ellas las manos besaban,
y ambos dan a sus dos hijas su bendición y su gracia.
Ya mío Cid y los suyos comienzan la cabalgada,
con magníficos vestidos, con caballos, y con armas.
Los infantes de Carrión dejan Valencia la clara,
de las damas se despiden y de quien las acompañan.
Por la huerta de Valencia salen jugando las armas;
alegre va mío Cid con los que le acompañaban.
Pero los agüeros dicen al que bien ciñe la espada,
que estos dobles casamientos no habían de ser sin tacha.
Mas no puede arrepentirse, que las dos ya están casadas.

126
El Cid envía con sus hijas a Félez Muñoz. - Último adiós. - El Cid torna a Valencia. - Los viajeros llegan a Molina. - Abengalbón los acompaña a Medina. - Los infantes piensan matar a Abengalbón

«¿Dónde estás, sobrino mío, dónde estás, Félez Muñoz?,
que eres primo de mis hijas de alma y de corazón.
Yo te mando acompañarlas hasta dentro de Carrión,
para ver las heredades que a mis hijas dadas son,
y con todas estas nuevas vendrás al Campeador.»
Félez Muñoz le responde: «Me place de corazón.»
Luego, Minaya Álvar Fáñez a mío Cid así habló:
«Volvámonos mío Cid, a Valencia la mayor;
que si a Dios bien le pluguiese, nuestro Padre Creador,
ya habremos de ir a verlas a las tierras de Carrión.»
 «A Dios os encomendamos, doña Elvira y doña Sol,
y tales cosas haced que nos den satisfacción.»
Y respondieron los yernos: «Así nos lo mande Dios.»
Muy grandes fueron los duelos por esta separación.
El padre con las dos hijas lloraba de corazón,
los caballeros igual hacían, con emoción.
«Oye, sobrino querido, tú, mi buen Félez Muñoz,
por Molina habéis de ir a descansar, mándoos yo,
y saludad a mi amigo el buen moro Abengalbón;
que reciba a mis dos yernos como él pudiere mejor;
dile que envío mis hijas a las tierras de Carrión
y de lo que necesiten que les sirva a su sabor:
y luego las acompañe a Medina, por favor.
Por cuanto hiciera con ellas le daré buen galardón.»
Como la uña de la carne así separados son.
Ya se volvió hacia Valencia el que en buen hora nació
y parten hacia Castilla los infantes de Carrión;
en llegando a Albarracín el cortejo descansó,
y aguijando a sus caballos los infantes de Carrión,
hélos en Molina ya con el moro Abengalbón.
El moro, cuando lo supo, se alegró de corazón;
y con alborozo grande a recibirlos salió,
y al gusto de todos ellos ¡Dios, y qué bien les sirvió!
A la mañana siguiente el buen moro cabalgó
con doscientos caballeros que a despedirles mandó;
van a atravesar los montes, los que llaman de Luzón,
torciendo por Arbujuelo para llegar al jalón,
donde dicen Ansarera, y allí acamparon mejor.
A las hijas del mío Cid sus dones el moro dio
y sendos caballos buenos a los condes de Carrión;
todo esto lo hizo el moro por el Cid Campeador.
Cuando vieron las riquezas que aquel moro les mostró,
empiezan los dos hermanos a maquinar su traición:
«Ya que vamos a dejar las hijas del Campeador,
si pudiéramos matar a este moro Abengalbón,
cuantas riquezas él tiene serían para los dos.
Tan a salvo las tendríamos como aquello de Carrión;
y no tendría derecho sobre ello el Campeador.»
Cuando la traición preparan los infantes de Carrión,
un moro que conocía la lengua los escuchó;
y sin guardar el secreto fue a decir a Abengalbón:
«Alcaide, guárdate de éstos, porque eres tú mi señor:
que tu muerte oí tramar a los condes de Carrión.»

127
Abengalbón se despide amenazando a los infantes

Aquel moro Abengalbón era un moro leal;
con los doscientos que tiene iba cabalgando ya;
mientras jugaban las armas, hacia los infantes va,
y esto que el moro les dice mucho les ha de pesar:
«Si estas cosas yo no hiciera por mío Cid de Vivar,
tal cosa habría de haceros que al mundo diese que hablar:
devolvería las hijas al Campeador leal,
y vosotros en Carrión ya no entraríais jamás.»

128
El moro se torna a Molina, presintiendo la desgracia de las hijas del Cid. - Los viajeros entran en el reino de Castilla. - Duermen en el Robledo de Corpes. - A la mañana quédanse solos los infantes con sus mujeres y se preparan a maltratarlas. - Ruegos inútiles de doña Sol. –Crueldad de los infantes

«Decidme, pues, ¿qué os he hecho, caballeros de Carrión?
Yo, sirviéndoos, y vosotros, tramando mi perdición.
Aquí me voy de vosotros, que sois gente de traición.
Me iré con vuestro permiso, doña Elvira y doña Sol;
poco me importa el renombre que tienen los de Carrión,
Dios lo quiera y él lo mande, que del mundo es el Señor,
que este casamiento sea grato al Cid Campeador.»
Esto les ha dicho, y luego el buen moro se volvió;
jugando las armas iba al cruzar por el jalón,
y lleno de buen sentido, a Molina se tornó.
Ya salían de Ansarera los infantes de Carrión,
caminan de día y de noche, sin reposar nunca, no;
a la izquierda queda Atienza que es fortísimo peñón;
la sierra de Miedes pasan, detrás de ellos se quedó,
y ya por los Montes Claros aguijan el espolón;
dejando a la izquierda Griza la que Alamos pobló,
allí donde están las cuevas en las que a Elfa encerró;
San Esteban de Gormaz a la diestra se quedó.
En el Robledo de Corpes  entraban los de Carrión:
las ramas tocan las nubes, los montes muy altos son
y muchas fieras feroces rondaban alrededor.
En aquel vergel se oía de la fuente el surtidor,
y allí ordenaron clavar las tiendas los de Carrión;
todos cuantos juntos van allí acamparon mejor.
Con sus mujeres en brazos les demostraron amor.
¡Pero qué mal lo cumplieron en cuanto apuntara el sol!
Mandan cargar las acémilas con su riqueza mayor,
como recoger la tienda que en la noche les cubrió,
y enviaron los criados delante, pues ellos dos
quieren quedarse detrás. Los infantes de Carrión
ordenan que nadie quede atrás, mujer ni varón,
sino sólo sus esposas doña Elvira y doña Sol:
porque solazarse quieren con ellas a su sabor.
Todos se han ido, tan sólo ellos cuatro solos son,
pues tanto mal meditaron los infantes de Carrión:
«Bien podéis creerlo, dicen, doña Elvira y doña Sol,
aquí seréis ultrajadas en estos montes las dos.
Hoy nos iremos nosotros y os dejaremos a vos;
y no tendréis parte alguna en las tierras de Carrión.
Estas noticias irán hasta el Cid Campeador,
y quedaremos vengados por aquello del león.»
Allí, a las dos van quitando el manto y el pellizón
hasta dejarlas a cuerpo, en camisa y ciclatón.
Espuelas tienen calzadas los traidores de Carrión,
y las cinchas en la mano, que duras y fuertes son.
Cuando esto vieron las damas, así exclamó doña Sol:
« ¡Don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios;
sendas espadas tenéis, fuertes y cortantes son,
de nombre las dos espadas tienen Colada y Tizón;
con ellas nuestras cabezas cortad a nosotras dos.
Los moros y los cristianos censurarán esta acción;
que esto que ahora nos hacéis, no lo merecemos, no.
Estas ruines acciones no hagáis en nosotras dos;
si fuésemos azotadas os envileciera a vos;
y en las vistas y en la corte os exigirán razón.»
Mucho rogaban las damas, mas de nada les sirvió.
Entonces las comenzaron a azotar los de Carrión,
con las cinchas corredizas, golpeando a su sabor,
con las espuelas agudas donde les da más dolor,
rompiéndoles las camisas y las carnes a las dos:
limpia salía la sangre sobre el roto ciclatón.
Y ellas la sienten hervir dentro de su corazón,
¡Qué gran ventura sería, si pluguiese al Creador,
que asomarse ahora pudiera mío Cid Campeador!
Tanto así las azotaron que desfallecidas son,
con las camisas manchadas por la sangre que manó.
Cansados estaban ya de azotarlas ellos dos,
esforzándose por ver quién golpeaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol,
y en el Robledo de Corpes quedan por muertas las dos.

129
Los infantes abandonan a sus mujeres.

Lleváronseles los mantos, también las pieles armiñas, 
dejándolas desmayadas, en briales y en camisas,
a las aves de los montes y a las bestias más malignas.
Por muertas se las dejaron sabed, pero no por vivas  .
¡Oh, qué gran ventura fuera si ahora asomase Ruy Díaz!

130
Los infantes se alaban de su cobardía

Los infantes de Carrión por muertas se las dejaron,
tal que la una a la otra no podían darse amparo.
Por los montes donde iban, íbanse ellos alabando:
«Ya de nuestros casamientos ahora quedamos vengados.
Ni aun por barraganas las hubimos de haber tomado,
cuando para esposas nuestras no eran de linaje dato.
La deshonra del león, con ésta habemos vengado.»

131
Félez Muñoz sospecha de los infantes. - Vuelve atrás en busca de las hijas del Cid. - Las reanima y las lleva en su caballo a San Esteban de Gormaz. - Llega al Cid la noticia de su deshonra. - Minaya va a San Esteban a recoger las dueñas. - Entrevista de Minaya con sus primas

Alabándose se iban los infantes de Carrión.
Mientras, yo quiero contaros de aquel buen Félez Muñoz
que era sobrino querido de mío Cid Campeador:
le mandaron ir delante, pero no fue a su sabor.
Mientras el camino hacían le dio un vuelco el corazón,
y de cuantos con él iban de todos se separó,
y en la espesura de un monte Félez Muñoz se metió
para de allí ver llegar sus primas ambas a dos,
o averiguar lo que hicieran con ellas los de Carrión.
Vio, al fin, cómo se acercaban y oyó su conversación;
ellos no le descubrieron ni de él tuvieron noción;
si a descubrirle llegaran no escapara vivo, no.
Pasaban ya los infantes, aguijando su espolón.
Por el rastro que dejaron se volvió Félez Muñoz,
hasta encontrar a sus primas, desfallecidas las dos.
Llamándolas: « ¡Primas, primas! » En seguida se apeó,
ató el caballo en un tronco y hacia ellas se dirigió:
« ¡Ah, mis primas, primas mías, doña Elvira y doña Sol,
mala proeza os hicieron los infantes de Carrión!
¡Dios quiera que de esto tengan ellos su mal galardón! »
Las va volviendo con mucha solicitud a las dos;
tan traspuestas se encontraban que no tenían ni voz.
Partiéndosele las telas de dentro del corazón,
llamábalas: « ¡Primas, primas, doña Elvira y doña Sol!
¡Despertad, primas queridas, por amor del Creador,
mientras que de día sea, porque, si declina el sol,
pueden comeros las fieras que hay por este alrededor!
Poco a poco se recobran doña Elvira y doña Sol,
y así que abrieron los ojos vieron a Félez Muñoz.
« ¡Esforzaos, primas mías, por amor del Creador,
porque si me echan de menos, los infantes de Carrión,
me buscarán con gran prisa, sospechando donde estoy.
Si el Señor no nos socorre aquí morirémonos.»
Con tristeza y desaliento así hablaba doña Sol:
«Así os lo agradezca, primo, nuestro padre el Campeador;
dadnos agua deseguida y así os valga el Creador.»
Con un sombrero que tiene aquel buen Félez Muñoz,
y que era nuevo y reciente, que de Valencia sacó,
cogió cuanta agua pudiera y a sus primas la llevó;
como están muy laceradas, a ambas el agua sació.
Tanto les dice el buen Félez, que calmarlas consiguió.
Las va consolando y las infunde nuevo valor
hasta que con sus palabras recobrar pudo a las dos,
y, de prisa, en el caballo que llevaba las montó,
y con el manto que usaba a las dos primas cubrió;
tomó el caballo por las riendas y de allí partió.
Los tres solos caminaban del bosque en el espesor,
y al amanecer lograron salir al tiempo que el sol;
hasta las aguas del Duero ellos arribados son,
la torre de doña Urraca de posada les sirvió.
Y a San Esteban se fue aquel buen Félez Muñoz,
donde encontró a Diego Téllez, el que a Minaya sirvió;
cuando se lo oyó contar, de corazón le pesó;
tomó bestias y vestidos, dignos de damas de honor
y se fue a recibir a doña Elvira y doña Sol,
a sus dos primas queridas que en San Esteban dejó,
y allí todo cuanto pudo las sirvió de lo mejor.
Los de San Esteban que siempre mesurados son,
tan pronto aquesto supieron, les pesó de corazón;
y a las hijas de mío Cid dan tributo de enfurción  .
Allí se quedaron ellas hasta que curadas son.
Mientras, siguen alabándose los infantes de Carrión.
Por todas aquellas tierras las nuevas sabidas son;
y al buen rey Alfonso VI de corazón le pesó.
Van estas malas noticias a Valencia la mayor;
cuando todo se lo cuenta a mío Cid Campeador,
un gran rato quedó mudo, pensó mucho y meditó,
y alzando su mano diestra su larga barba cogió:
« ¡Gracias a Cristo Jesús, que del mundo es el Señor,
cuanto tal honra  me hicieron los infantes de Carrión,
por esta barba bellida que nadie jamás mesó,
no han de lograr deshonrarme los infantes de Carrión;
que a mis hijas, algún día bien las he de casar yo! »
Mucho pesó a mío Cid y a su corte le pesó,
y hubo de sentirlo Álvar Fáñez con el corazón.
Cabalgó Minaya y Pero Bermúdez cabalgó
también Martín Antolínez, aquel burgalés de pro,
con doscientos caballeros que mandó el Campeador,
diciéndoles que marcharan de día y noche y que no
retornaran sin sus hijas a Valencia la mayor.
No demoraron cumplir el mandato del señor,
y de prisa cabalgaron de día y noche, en veloz
carrera hasta que en Gormaz, que es un castillo mayor,
por aquella noche hallaron hospedaje acogedor.
Al cercano San Esteban pronto el aviso llegó
de que venía Minaya a recoger a las dos.
Los hombres de San Esteban, a modo de hombres de pro,
recibieron a Minaya y a cuantos con él ya son
y ofrecieron a Minaya el tributo de enfurción;
él no lo quiso tomar, mas mucho lo agradeció:
«Gracias, varones de San Esteban, prudentes sois,
por la honra que nos disteis en lo que nos sucedió,
mucho os lo ha de agradecer allá el Cid Campeador;
y en su nombre, en este día, aquí os lo agradezco yo.
¡Ojalá Dios de los cielos, por ello os dé galardón! »
Todos se lo agradecieron llenos de satisfacción,
y a descansar esa noche todo el mundo se marchó.
Y Minaya se fue a ver a sus primas, donde son,
y en él clavan sus miradas doña Elvira y doña Sol:
« ¡Os agradecemos esto cual si viésemos a Dios;
y vos a Él agradecedle que estemos vivas las dos!
En los días ya tranquilos, en Valencia la mayor,
las dos hemos de contaros allí todo este rencor.»

132
Minaya y sus primas parten de San Esteban. - El Cid sale a recibirlos

Álvar Fáñez y las damas no cesaban de llorar,
igual que Pero Bermúdez, que hablándoles así va:
«Doña Elvira y doña Sol, no tengáis cuidado ya,
porque estáis sanas y vivas y no tenéis ningún mal.
Si buena boda perdisteis, mejor las podréis hallar  .
¡Aún hemos de ver el día en que os podamos vengar! »
Allí esa noche reposan y más alegres están.
A la mañana siguiente comienzan a cabalgar.
Los de San Esteban salen y despidiéndoles van,
y hasta el Río del Amor su compañía les dan,
desde allí se despidieron y comienzan a tornar,
y Minaya, con las damas, hacia delante se van.
Cruzaron por Alcoceba, dejan a un lado Gormaz,
donde dicen Vadorrey, por allí van a pasar,
hasta el pueblo de Berlanga, donde van a descansar.
A la mañana siguiente emprenden el caminar,
hasta llegar a Medina donde se van a albergar,
y de Medina a Molina en otro día se van,
donde el moro Abengalbón mucho se alegró en verdad,
y a recibirlas saliera de muy buena voluntad,
y por afecto a mío Cid muy buena cena les da.
Desde aquí, hacia Valencia directamente se van.
Al que en buena hora nació el mensaje llegó ya;
monta aprisa en su caballo y a recibirlas se va,
de la alegría que tiene las armas quiere jugar.
Mío Cid Campeador a sus hijas va a abrazar,
besándolas a las dos, así les va a preguntar:
«¿Venís, hijas mías? ¡Dios os quiera librar de mal!
Yo acepté ese casamiento, por no atreverme a opinar.
¡Plegue a nuestro Creador que allá sobre el cielo está,
que os vea mejor casadas en el tiempo que vendrá!
¡De mis yernos de Carrión Dios concédame vengar! »
Las hijas al Cid, su padre, vanle la mano a besar.
Luego, jugando las armas, entraron en la ciudad,
doña Jimena, la madre, ¡Dios, cuánto pudo gozar!
El que en buena hora nació no lo quiso retardar,
y habló con todos los suyos y les dijo en puridad
que al rey Alfonso, en Castilla, un mensaje va a enviar.

133
El Cid envía a Muño Gustioz que pida al rey justicia. - Muño halla al rey en Sahagún, y le expone su mensaje. - El rey promete reparación

«¿Dónde estás, Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro?
¡En buen hora te crié en mi corte con honor!
Lleva el mensaje a Castilla a su rey, que es mi señor,
por mí bésale la mano con alma y de corazón
(como que soy su vasallo y él mi natural señor),
del deshonor que me han hecho los infantes de Carrión,
que se duela el justo rey con alma y de corazón.
Él es quien casó a mis hijas, que no se las diera yo;
ahora las abandonaron cubiertas de deshonor,
y si la deshonra ésta ha de caer sobre nos,
la poca o la mucha culpa sepa que es de mi señor.
Mis bienes se me han llevado, que tan abundantes son,
eso me puede pesar con el otro deshonor.
Citémosles a las vistas o a cortes, y tenga, yo
derecho para exigir a los condes de Carrión,
que el rencor que tengo es grande dentro de mi corazón.»
Muño Gustioz, muy de prisa, hacia Castilla marchó;
con él van dos caballeros que sírvenle a su sabor,
y, con ellos, escuderos y criados varios son.
Salen de Valencia y andan cuanto pueden, con tesón,
sin descansar ni de día ni de noche en un mesón.
Al rey don Alfonso VI allá en Sahagún lo encontró.
Él es el rey de Castilla y es también rey de León
y extiende de las Asturias, donde está San Salvador  ,
hasta Santiago su reino, que de todo esto es señor,
todos los condes gallegos le tienen como señor.
Y cuando Muño Gustioz del caballo se apeó,
encomendóse a los santos y le rogó al Creador,
y al palacio, donde está la corte, se dirigió;
con él los dos caballeros que le tienen por señor.
Así tan pronto que entraron en la corte, el rey los vio
y en seguida don Alfonso conoció a Muño Gustioz;
levantóse el rey entonces y muy bien lo recibió.
Delante del soberano sus dos rodillas hincó
Muño Gustioz que, sumiso, de Alfonso los pies besó:
« ¡Merced, rey de tantos reinos que os aclaman por señor
por mí, los pies y las manos os besa el Campeador;
él es un vasallo vuestro y de él vos sois el señor.
Casasteis vos a sus hijas con infantes de Carrión,
¡encumbrado casamiento, porque lo quisisteis vos!
Ya vos conocéis la honra que el casamiento aumentó,
y cómo nos deshonraron los infantes de Carrión;
maltrataron a las hijas de mío Cid Campeador;
azotadas y desnudas, para afrentarlas mejor,
y en el Robledo de Corpes las dejaron a las dos
a las aves de los montes, de las bestias al furor.
He a sus hijas ultrajadas en Valencia la mayor
y por eso os pide, rey, como vasallo a señor,
que a las vistas hagáis ir a los condes de Carrión:
tiénese él por deshonrado, mas vuestra afrenta es mayor,
y aunque mucho os pese, rey, ahora ya sois sabedor;
que tenga mío Cid derecho contra infantes de Carrión.»
El rey, durante un gran rato calló, y luego meditó:
«Te digo que, de verdad, me pesa de corazón
y verdad dices en esto, Muño Gustioz, que fui yo
el que casó aquellas hijas con infantes de Carrión;
mas hícelo para bien, para que fuese en su pro.
¡Ojalá que el casamiento no estuviese hecho hoy!
A mí, tanto como al Cid, me pesa de corazón.
Quiero ayudarle en derecho, y así me salve el Señor.
Lo que no pensaba hacer jamás, en esta cuestión,
enviaré a mis heraldos a que lancen el pregón
para convocar a cortes en Toledo, donde yo,
con los condes e infanzones y caballeros de pro,
mandaré que allí concurran los infantes de Carrión
para obligarse en derecho con el Cid Campeador,
y que no queden rencores pudiéndolo evitar yo.»

134
El rey convoca cortes en Toledo

«Decidle al Campeador, mío Cid el bienhadado,
que de aquí a siete semanas se prepare con vasallos
para venir a Toledo; esto le doy yo de plazo.
Por afecto a mío Cid aquestas cortes yo hago.
Saludádmelos a todos, no tengáis ningún cuidado,
y de esto que os ha ocurrido pronto habréis de ser vengados.»
Muño Gustioz despidióse, y a mío Cid se ha tornado.
Así como el rey lo dijo, así quiso realizarlo:
no lo detiene por nada don Alfonso el Castellano,
y envía sus reales cartas hasta León y Santiago,
también a los portugueses y a todos los galicianos,
y a los de Carrión y a todos los varones castellanos,
que cortes hará en Toledo como tenía mandado,
y que, tras siete semanas, allí se fuesen juntando;
el que no fuese a la corte, no se tenga por vasallo.
Por las tierras de su reino así lo van pregonando,
y nadie habrá de faltar a lo que el rey ha mandado.

135
Los de Carrión ruegan en vano al rey que desista de la corte. – Reúnese la corte. –El Cid llega el postrero. - El rey sale a su encuentro

Muy pesarosos estaban los infantes de Carrión
porque el rey, allá en Toledo, reunir corte mandó;
tienen miedo que allí vaya mío Cid Campeador.
Toman consejo de todos los parientes cuantos son
y ruegan al rey que les perdone la obligación
de ir a las cortes. El rey dijo: «No he de hacerlo yo
y habéis de rendirle cuentas de una queja contra vos.
Quien no lo quisiera hacer y falte a la citación,
que se vaya de mi reino y que pierda mi favor.»
Ya vieron que era preciso acudir los de Carrión,
y se aconsejan de todos sus parientes que allí son.
El conde Garci Ordóñez en este asunto medió,
enemigo de mío Cid, a quien mal siempre buscó,
sus consejos iba dando a los condes de Carrión.
Llegaba el plazo y la gente a las cortes acudió;
con los primeros en ir el rey Alfonso llegó,
con el conde don Enrique, con el conde don Ramón
(éste como padre que era del buen rey emperador),
también va el conde don Fruela  y va el conde don Birbón.
Fueron allí otros varones duchos en legislación;
de toda Castilla llega lo mejor de lo mejor.
Fue allí el conde don García, aquel Crespo de Grañón  ,
y Álvar Díaz, aquel que en Oca siempre mandó.
Y Asur González, Gonzalo Ansúrez, juntos los dos,
y Pero Ansúrez, sabed, que allí se juntaron con
don Diego y don Fernando que estaban ambos a dos,
y con ellos el gran bando que a la corte les siguió
para intentar maltratar a mío Cid Campeador.
De todas partes allí gentes congregadas son.
Mas aun no era llegado en que en buen hora nació,
y la tardanza del Cid, al rey mucho disgustó.
Al quinto día de espera llegó el Cid Campeador.
A Álvar Fáñez de Minaya, por delante le envió
para que besase las manos al rey y señor
y supiese que esa noche iba, como prometió.
Cuando el rey se hubo enterado, le plugo de corazón,
con grande acompañamiento el monarca cabalgó
para ir a recibir al que en buen hora nació.
Bien compuesto viene el Cid con su cortejo de honor,
buena compañía lleva, como cumple a tal señor.
Cuando el buen rey don Alfonso de lejos los divisó,
echó pie a tierra mío Cid Rodrigo el Campeador porque,
humillándose, quiere así honrar a su señor.
Cuando lo vio el rey, así con alborozo exclamó:
« ¡Por San Isidoro, Cid, no hagáis semejante acción!
Cabalgad, Cid, pues si no no fuerais a mi sabor;
que nos hemos de besar con alma y de corazón.
Aquello que a vos os pesa, me duele a mí como a vos;
¡Dios quiera que sea honrada por vos esta corte hoy! »
 «Amén», dijo don Rodrigo de Vivar Campeador;
besóle a Alfonso la mano y en la boca le besó:
«Gracias a Dios, que ya os veo ante mis ojos, señor!
Humíllome a vos, oh rey, como al conde don Ramón
y al buen conde don Enrique y a cuantos ahora aquí son;
¡Dios salve a nuestros amigos y a vos más aún, señor!
Mi mujer doña Jimena, que es una dama de pro,
me encarga os bese las manos igual que mis hijas dos
y que esta nuestra desgracia a vos os pese, señor.»
Y respondió el rey: « ¡Así lo hago, y sálveme Dios! »

136
El Cid no entra en Toledo. - Celebra vigilia en San Servando

Hacia Toledo, a caballo, el rey de vuelta se va;
esa noche el Cid no quiere el río Tajo pasar:
« ¡Merced, oh rey de Castilla, a quien Dios quiera salvar!
A vuestro gusto, señor, entrad en esa ciudad,
que yo y los míos en esta noche hemos de reposar
en San Servando  , y en tanto mis mesnadas llegarán.
La vigilia  he de tener en este santo lugar;
mañana por la mañana entraré ya en la ciudad,
y a las cortes convocadas iré, antes de yantar.»
Dijo el rey: «Cid, lo que dices me place de voluntad.»
El rey don Alfonso VI a Toledo se va a entrar,
mío Cid Rodrigo Díaz en San Servando se está.
Mandó preparar candelas y llevarlas al altar,
pues de velar tiene gusto en este santo lugar,
para rogar al Creador hablándole en puridad.
En tanto, Minaya, igual que los buenos que allí están,
estaban ya preparados cuando el día fue a apuntar.
 

137
Preparación del Cid en San Servando para ir a la corte. - El Cid va a Toledo y entra en la corte. - El rey le ofrece asiento en su escaño. – El Cid rehúsa. - El rey abre la sesión. - Proclama la paz entre los litigantes. - El Cid expone su de manda. - Reclama Colada y Tizón. –Los de Carrión entregan las espadas. - El Cid las da a Pero Bermúdez y Martín Antolínez. - Segunda demanda del Cid. - El ajuar de sus hijas. –Los infantes hallan dificultad para el pago

Maitines y prima cantan hasta que apunta el albor,
terminada fue la misa antes que saliese el sol,
y la ofrenda hubieron hecho muy buena y de gran valor.
«Vos, Minaya Álvar Fáñez, que sois mi brazo mejor,
y el obispo don jerónimo, vendréis conmigo los dos,
y también Pero Bermúdez y, Muño Gustioz, con
el buen Martín Antolínez, leal burgalés de pro,
Álvar Álvarez y Alvar Salvadórez, en unión
de Martín Muñoz, aquel que en tan buen punto nació,
y de aquel sobrino mío llamado Félez Muñoz;
conmigo habrá de ir Mal Anda, que es sabio en legislación,
y aquel Galindo García, que viniera de Aragón;
con éstos han de juntarse ciento de los que aquí son.
Vestidos los alcochales  para aguantar guarnición,
y las lorigas encima tan brillantes como el sol,
y sobre ellas los armiños que forman el pellizón,
que no se vean las armas, bien sujetas del cordón;
bajo el manto las espadas de flexible tajador;
de esta manera quisiera a la corte llegar yo
para pedir mis derechos y defender mi razón.
Si pendencia me buscasen los infantes de Carrión,
donde tales ciento tengo, bien estaré sin temor.»
Así respóndenle todos: «Eso queremos, señor.»
Tal como lo hubo ordenado, todos preparados son.
No carecía de nada el que en buen hora nació:
calzas del más fino paño en sus piernas las metió,
sobre ellas unos zapatos que muy bien labrados son.
Vistió camisa de hilo tan blanca como es el sol
y de oro y de plata todas sus presillas son
que ajustan bien a los puños, como él así lo ordenó;
sobre ella un brial lleva de precioso ciclatón
labrado con oro y seda y tejidos con primor.
Sobre esto una piel bermeja con franjas que de oro son,
como siempre vestir suele mío Cid Campeador.
Una cofia sobre el pelo hecha del hilo mejor
labrada con oro, y hecha a su gusto y su sabor,
para que no se le enrede el pelo al Campeador;
la barba llevaba luenga atada con un cordón,
y esto lo hace así, pues quiere tomar toda precaución  .
Encima se vistió un manto de tan subido valor
que a todos los circunstantes admiración les causó.
Con estos cien caballeros que prepararse mandó,
cabalgando a toda prisa de San Servando salió;
dirigiéndose a la corte mío Cid Campeador.
Cuando está frente a la puerta, del caballo se apeó.
Solemnemente entra el Cid con su compaña mejor:
va en medio y los otros cien marchan a su alrededor.
Y cuando vieron entrar al que en buen hora nació,
púsose en pie el rey Alfonso en señal de admiración,
y lo mismo el conde Enrique como el conde don Ramón
y luego todos los que reunidos allí son;
y con gran honra reciben al que en buen hora nació.
Mas no quiso levantarse aquel Crespo de Grañón,
ni los otros partidarios de los condes de Carrión.
El rey Alfonso a mío Cid de las manos le tomó:
«Acá venid, y sentaos conmigo, Campeador,
en este escaño, que un día me regalasteis en don:
por más que a algunos les pese, mejor sois aún que nos.»
Entonces, le dio las gracias el que a Valencia ganó:
«Sentaos en vuestro escaño, pues que sois rey y señor;
yo aquí me colocaré entre los míos, mejor.»
Aquello que dijo el Cid plugo al rey de corazón.
En su escaño torneado entonces él se sentó,
y los ciento que le escoltan se sientan alrededor.
Contemplando están al Cid cuantos en la corte son,
la luenga barba que lleva sujeta por un cordón
y cómo en sus ademanes se muestra como un varón.
De vergüenza, no le miran los infantes de Carrión.
Entonces, el rey Alfonso en su pie se levantó:
«Oíd, mesnadas, y os valga a todos el Creador.
Yo, desde que soy rey hice tan sólo dos cortes, dos:
la una fue en Burgos, la otra tuvo lugar en Carrión,
y esta tercera en Toledo vengo a celebrarla hoy
por afecto a mío Cid, el que en buen hora nació,
para que el derecho ejerza contra aquellos de Carrión.
Gran injusticia le hicieron, lo sabemos todos nos,
jueces sean de este pleito don Enrique y don Ramón,
y estos otros condes que de su partido no son.
Ya que sois conocedores, poned la vuestra atención
para encontrar el derecho de lo justo, mando yo.
De una y de otra parte quedemos en paces hoy.
Juro por San Isidoro que aquel que alborotador
fuese, dejará mi reino y le quitaré el favor.
Con el que tenga derecho habré de quedarme yo.
Ahora, empiece su demanda mío Cid Campeador:
sabremos lo que responden los infantes de Carrión.»
Mío Cid besó la mano al rey y se levantó.
«Mucho os agradezco, rey como a mi rey y señor,
todo cuanto en esta corte hicisteis por mi favor.
Esto pido desde ahora a los condes de Carrión:
porque dejaron mis hijas yo no tengo deshonor,
porque vos que las casasteis, rey, sabréis lo qué hacer hoy:
mas al sacar a mis hijas de Valencia la mayor,
yo de verdad les quería de alma y de corazón;
y en señal de mi cariño les di Colada y Tizón
(éstas las gané luchando al estilo de varón),
para que ganaran honra y que os sirvieran a vos;
cuando dejaron mis hijas abandonadas las dos,
nada quisieron conmigo y así perdieron mi amor;
denme, pues mis dos espadas, ya que mis yernos no son.»
Así asintieron los jueces: «Todo esto es de razón.»
Dijo el conde don García: «A esto respondemos nos.»
Entonces, salen aparte los infantes de Carrión
y con todos sus parientes y los que allí de ellos son,
para así tramar lo que darán por contestación:
«Aún gran favor nos hace mío Cid Campeador
cuando de aquella deshonra de sus hijas, ahora no
nos demanda; ya nosotros daremos al rey razón.
Démosle, pues, las espadas que mío Cid demandó,
y cuando las tenga, ya se podrá marchar mejor;
ya no tendrá más derecho de nos el Campeador.»
Con este acuerdo tomado vueltos a la corte son:
«¡Merced, oh rey don Alfonso, ya que sois nuestro señor!
No lo podemos negar que dos espadas nos dio;
cuando nos las pide ahora y les tiene tanto amor,
nosotros se las daremos estando delante vos.»
Y sacaron la Colada y Tizón, ambas a dos,
y poniéndolas en manos del que era el rey y señor,
al desenvainarlas, toda la corte se deslumbró,
sus pomos y gavilanes eran del oro mejor;
al verlas, se maravillan cuantos en la corte son.
Al Cid llamó el rey, y al punto las espadas entregó;
y al recibirlas, el Cid las manos al rey besó,
y se dirigió al escaño de donde se levantó.
En las manos las tenía, mirándolas con amor;
cambiárselas no pudieron, que él las conoce mejor
que nadie; se alegra el Cid y luego así sonrió
mientras, alzando la mano, la barba se acarició:
«Por estas honradas barbas que jamás nadie mesó,
habrán de quedar vengadas doña Elvira y doña Sol.»
A su sobrino don Pero por el nombre le llamó,
tendió su brazo, y la espada Colada se la entregó:
«Tómala, sobrino mío, que mejora de señor.»
Al buen Martín Antolínez, aquel burgalés de pro,
tendió su brazo, y la espada Colada se la entregó:
«Mi buen Martín Antolínez, mi buen vasallo de pro,
tomad mi espada Colada que gané de buen señor,
de Ramón Berenguer de Barcelona la mayor.
Os la entrego para que vos la conservéis mejor.
Sé que si el caso se ofrece, o a vos viniese en sazón,
con ella habéis de ganar grande prez y gran valor.»
Besóle Martín la mano y la espada recibió.
Luego de esto, levantóse mío Cid Campeador:
« ¡Gracias al Creador y a vos, que sois mi rey y señor.
Ya tengo mis dos espadas juntas, Colada y Tizón.
Mas otro rencor me queda con los condes de Carrión:
al sacar de allá, Valencia, mis hijas ambas a dos,
contados en oro y plata, tres mil marcos les di yo;
yo esto hacía, mientras ellos buscaban mi deshonor:
denme, pues, aquellos bienes, ya que mis yernos no son.»
¡Aquí vierais lamentarse los infantes de Carrión!
El conde don Ramón dice: «Decid a esto que sí o no.»
Entonces, así responden los infantes de Carrión:
«Ya le dimos las espadas a mío Cid Campeador,
para que ya no nos haga ninguna reclamación.»
Así hubo de responderles el juez, conde don Ramón:
«Si así le pluguiese al rey, así lo decimos nos:
a esto que demanda el Cid, ¿qué dais en satisfacción?»
Dijo el buen rey don Alfonso: «Así, pues, lo otorgo yo.»
Entonces se puso en pie mío Cid Campeador:
«Y todos aquestos bienes que entonces os diera yo,
decidme si me los dais o me dais de ellos razón.»
Entonces salen aparte los infantes de Carrión;
pero solución no encuentran, que los bienes muchos son
y ya los tienen gastados los infantes de Carrión.
Vuelven aún a consultarse, hablando así a su sabor:
«Mucho nos aprieta el Cid el que Valencia ganó,
ya que de nuestras riquezas le domina la ambición,
se lo habremos de pagar con las tierras de Carrión.»
Dijeron así los jueces, al confesarlo los dos:
«Si esto pluguiese a mío Cid, no se lo vedamos, no;
éste es nuestro parecer y así lo mandamos nos,
que aquí entreguéis el dinero ante la corte, los dos.»
Al oír estas palabras, el rey don Alfonso habló:
«Nosotros muy bien sabemos quién tiene toda razón
el derecho que demanda mío Cid Campeador.
Y de aquestos tres mil marcos, doscientos conservo yo;
a mí me lo entregaron los infantes de Carrión.
Y devolvérselos quiero, ya que malparados son,
y que los paguen al Cid el que en buen hora nació;
ya que ellos lo han de pagar, no los quiero tener yo.»
Fernando González dijo, oiréis lo que así habló:
«El dinero amonedado ya no lo tenemos nos.»
A esto le respondiera así el conde don Ramón:
«Toda la plata y el oro os lo habéis gastado vos;
y así lo manifestamos ante el rey, nuestro señor;
páguenle, pues, en especie y tómela el Campeador.»
Vieron que había que hacerlo los infantes de Carrión.
Vierais, pues, reunir tanto caballo buen corredor,
y tanta mula rolliza, y palafrén en sazón,
tantas y tantas espadas con hermosa guarnición;
recibiólo mío Cid como la corte tasó.
Sobre los doscientos marcos que el rey Alfonso guardó,
pagáronle los infantes al que en buen hora nació,
prestándoles de lo ajeno, que lo suyo no alcanzó.
Mal salieron del juicio con esta resolución.

138
Acabada su demanda civil, el Cid propone el reto

La cantidad en especie el Cid ha cobrado ya,
a sus hombres se la entrega que de ella se cuidarán.
Mas cuando esto hubo acabado, acuérdanse de algo más:
« ¡Merced, oh rey y señor, por amor de caridad!
El rencor mayor que tengo no se me puede olvidar.
Oídme toda la corte, y condoled nuestro mal:
los infantes de Carrión deshonra me hicieron tal,
que ha menos que no los rete yo no los puedo dejar.»

139
Inculpa de menosvaler a los infantes

«Decid, ¿qué agravio tenéis de mí, condes de Carrión,
bien de broma o bien de veras en qué os pude agraviar yo?
Aquí habré de repararlo, ante la corte, si no
¿por qué a mí me desgarrasteis las telas del corazón?
Para salir de Valencia a mis hijas os di yo,
con gran honra y con riquezas, abundantes de valor;
si dejasteis de quererlas ya, perros de la traición,
¿ por qué quisisteis sacarlas de Valencia y de su honor?
¿Por qué teníais que herirlas con cinchas y con espolón?
Y en el Robledo de Corpes las dejasteis a las dos
a las aves de los montes y a las bestias de furor.
Por cuanto allí les hicisteis, infames seáis los dos.
Júzguelo así aquesta corte si no dais satisfacción.»

140
Altercado entre Garci Ordóñez y el Cid

El conde Garci Ordóñez en pie ya se levantaba:
« ¡Merced, oh rey, el mejor de cuantos hay en España!
El Cid vino preparado a esta corte pregonada,
así dejóse crecer y trae luenga barba
que a los unos pone miedo y a los otros los espanta.
Los infantes de Carrión son de tan alta prosapia
que aun no debieron querer sus hijas por barraganas,
¿quién es el que se las diera por mujeres desposadas?
Con su derecho, señor, pudieron abandonarlas.
Cuanto él dice ahora, rey, no lo apreciamos en nada.»
Entonces el Campeador, cogiéndose de la barba:
« ¡Gracias a Dios, el Señor que el cielo y la tierra manda!
Larga es mi barba porque con regalo fue criada.
¿Qué tenéis que decir, conde, para afrentar a mi barba?
Porque desde que nació con regalo fue criada,
y de ella no me cogiera jamás una mano airada,
ni nunca me la mesó hijo de mora o cristiana,
como yo os la mesé a vos, conde, en el sitio de Cabra,
cuando tomé aquel castillo y a vos conde, por la barba,
no hubo allí rapaz que no sacase su pulgarada;
aquella que yo arranqué, aún no la veo igualada,
porque la traigo yo aquí en esta bolsa guardada.»

141
Fernando rechaza la tacha de menosvaler

El infante don Fernando entonces se levantó,
y dando muy grandes voces, ahora oiréis lo que habló:
«Dejaos ya, mío Cid, de tratar esta cuestión;
de vuestros bienes perdidos, del todo pagado sois.
No agravéis esta disputa entre vosotros y nos.
Nacimos de la alta estirpe de los condes de Carrión
debimos casar con hijas de un rey o un emperador,
que no nos pertenecían las hijas de un infanzón.
Al dejarlas, ejercimos nuestro derecho los dos,
más nos preciamos, sabed, que no despreciámonos.»

142
El Cid incita a Pero Bermúdez al reto

Mío Cid Rodrigo Díaz al buen Bermúdez miraba:
« ¡Habla, dijo, Pero Mudo, varón que siempre te callas!
A mis hijas las ofenden y son tus primas hermanas,
a mí ahora me lo dicen y a ti te lo echan en cara.
Y si yo a ello respondo, tú no habrás de entrar en armas.»

143
Pero Bermúdez reta a Fernando

Entonces, Pero Bermúdez así comenzara a hablar:
trabándosele la lengua, no la podía soltar,
mas cuando empieza, sabed, ya no la puede parar:
« ¡Os diré, Campeador; por costumbre tenéis ya
el llamarme Pedro Mudo en las cortes a que vais!
Bien sabéis, Campeador, que yo ya no puedo más;
en cuanto a mi obligación, por mí no habrá de quedar.
Mientes, Fernando González, en cuanto tú dicho has.
Por la ayuda de mío Cid, valiste tú mucho más.
Tus mañas y habilidades yo te las voy a contar.
Recuerda cuando luchamos cerca de Valencia, allá;
pediste atacar primero, al Campeador leal,
viste un moro y en seguida tú le quisiste atacar;
pero te pusiste en fuga antes del moro llegar.
Si yo no hubiese acudido, te burlara el moro mal;
pasé delante de ti, con él me hube de juntar;
y de los primeros golpes, húbele de derrotar;
te di su caballo, y el secreto hube de guardar:
hasta hoy, este secreto a nadie quise contar.
Delante del Cid y de todos te escuché alabar
de que matas te tú al moro por tu valor personal,
y todos te lo creyeron mas no saben la verdad,
¡Eres apuesto doncel, mas cobarde si los hay!
¡Lengua sin manos tú eres! ¿Cómo te atreves a hablar?»

144
Prosigue el reto de Pero Bermúdez

«Di, pues, Fernando González; contesta a mi acusación:
¿No te acuerdas, en Valencia, de aquel lance del león,
cuando dormía mío Cid, y el león se desató?
¡Eh, tú, Fernando, responde! ¿Qué hiciste con tu pavor?
¡Te metiste bajo del escaño del Campeador!
¡Tú te escondiste, y por eso, aún vales menos hoy!
Cercábamos el escaño, cuidando a nuestro señor,
hasta que despertó el Cid el que Valencia ganó;
levantóse él del escaño y al león se dirigió;
la fiera hincó la cabeza y a mío Cid esperó,
dejóse coger del cuello y en la jaula se metió.
Cuando se volvió después el buen Cid Campeador,
a todos sus cortesanos los halló a su alrededor;
preguntó por sus dos yernos, y a ninguno los halló,
¡Te reto yo a desafío por malvado y por traidor!
Esto yo lo sostendré ante el rey nuestro señor
por las hijas de mío Cid doña Elvira y doña Sol;
porque las habéis dejado, mucho menos valéis vos,
ellas son mujeres y vosotros hombres sois,
y aun así, de todos modos, mucho más valen que vos.
Cuando la lid se celebre, si pluguiese al Creador,
tú te habrás de confesar  a manera de traidor;
y de cuanto aquí te he dicho por veraz quedaré yo.»
Y de ambos litigantes, la disputa aquí acabó.

145
Diego desecha la inculpación de menosvaler

Habló don Diego González, oiréis lo que así dijo:
«Por naturaleza somos de aquellos condes más limpios,
¡ojalá estos casamientos no se hubiesen contraído
para no emparentar con el mío Cid don Rodrigo!
De haber dejado sus hijas, aún no nos arrepentimos;
mientras vivan en el mundo ya pueden lanzar suspiros:
lo que les hicimos, siempre les ha de ser retraído.
Esto yo lo sostendré aun contra el más aguerrido:
que porque nos las dejamos muy honrados nos sentimos.»

146
Martín Antolínez reta a Diego González

El buen Martín Antolínez en pie se fue a levantar;
«¡Cállate, alevoso, calla, ruin boca sin verdad!
Lo del león, en Valencia, no se te debe olvidar;
te escapaste por la puerta, y te marchaste al corral
y allí te fuiste a esconder tras la viga del lagar;
y ponerte no pudiste más el manto ni el brial.
Yo habré de lidiar contigo, de otro modo, no será
las hijas de mío Cid las fuisteis a abandonar,
y de todas las maneras más que vosotros valdrán.
Cuando se acabe la lid por tu boca lo dirás,
que eres traidor y mientes en cuanto aquí dicho has.»


147
Asur González entra en la corte

De estos ambos que contienden la disputa ha terminado.
Asur González entraba entonces en el palacio,
llevando el manto de armiño y su brial arrastrando;
colorado llega porque había mucho almorzado.
En aquello que dijera tuvo muy poco cuidado.

148
Asur insulta al Cid

« ¡Oh, señores, ¿quién vio nunca en la corte cosa tal?
¿Quién dijera que nobleza nos diera el Cid de Vivar?
¡Váyase ya al río Ubierna sus molinos a picar
y a cobrar maquilas  vaya, como suele acostumbrar!
¿Quién le diera a sus hijas con los de Carrión casar?»

149
Muño Gustioz reta a Asur González. - Mensajeros de Navarra y de  Aragón piden al Cid sus hijas para los hijos de los reyes. - Don Alfonso otorga el nuevo casamiento. - Minaya reta a los de Carrión. – Gómez Peláez acepta el reto, pero el rey no fija plazo sino a los que antes retaron.

 El rey amparará a los tres lidiadores del Cid. - El Cid ofrece dones de despedida a todos. - (Crónica de Veinte
Reyes.). - El rey sale de Toledo con el Cid. - Manda a éste correr su caballo

Entonces, Muño Gustioz en pie se puso y habló:
« ¡Calla, le dijo, alevoso, calla, malvado y traidor!
Antes te vas a almorzar que acudes a la oración;
aquellos a los que besas los espantas con tu olor.
 No dices verdad alguna ni al amigo ni al señor;
eres falso para todos y más falso para Dios.
En tu amistad yo no quiero tener participación.
Te he de obligar a decir que eres tal cual digo yo.»
Dijo el rey Alfonso, entonces: «Termine ya esta cuestión.
Aquellos que se han retado, lidiarán, quiéralo Dios.»
Así como fue acabada esta enconada cuestión,
dos caballeros entraron en la corte, ambos a dos:
a uno llamaban Ojarra, a otro Iñigo Jimenón,
uno era del infante de Navarra rogador
y el otro lo era también del infante de Aragón;
saludan al rey, y luego besan sus manos los dos,
y después, piden sus hijas a mío Cid Campeador,
para que sean las reinas de Navarra y de Aragón  ,
y que se las diesen piden con honra y en bendición.
Después de esto, se callaron, la corte les escuchó.
Entonces, alzóse en pie mío Cid Campeador:
« ¡Merced, rey Alfonso, ya que sois mi rey y señor!
Eso agradecerlo debo a Dios nuestro Creador,
que me pidan a mis hijas, de Navarra y de Aragón.
Vos, antes, las desposasteis, vos fuisteis, que no fui yo;
he aquí a mis hijas, pues, que ahora en vuestras manos son:
sin que vos deis licencia, nada tengo que hacer yo.»
Se levantó el rey y a todos que se callaran mandó:
«Os digo, Cid Ruy Díaz, mi cabal Campeador,
que si a vos os satisface, así lo otorgaré yo
y que aquestos casamientos concierte la corte hoy,
que ellos habrán de aumentaros en propiedades y honor.»
Levantóse el Cid entonces y al rey las manos besó:
«Cuanto a vos os place, rey, otórgolo yo, señor.»
Entonces, así el rey dijo: « ¡Dios os dé buen galardón!
A vos, pues, Ojarra, y a vos, Iñigo Jimenón,
los casamientos propuestos autorizo yo
de las hijas de mío Cid, doña Élvira y doña Sol,
con los infantes aquellos de Navarra y de Aragón;
yo os las tengo que entregar con honra y en bendición.»
En pie levantóse Ojarra, como Iñigo Jimenón,
y le besaron las manos al rey Alfonso los dos,
y fueron luego a besarlas a mío Cid Campeador;
hiciéronse las promesas, y de cuanto se trató
los juramentos se hicieron de así cumplirlo, o mejor.
Esto, a muchos de la corte les plugo de corazón;
pero disgustó a los que eran de los condes de Carrión.
Álvar Fáñez de Minaya se levantó, y así habló:
«Merced os pido yo ahora, como a mi rey y señor,
y que aquesto no le pese a mío Cid Campeador:
bien libres os he dejado en toda esta corte de hoy,
mas decir quisiera ahora algo que he pensado yo.»
Dijo el rey: «Podéis hablar, os oigo de corazón;
decid, Minaya Álvar Fáñez, hablad a vuestro sabor.»
 «Yo os ruego que me escuchéis todos cuantos aquí sois,
que un grande rencor yo tengo a los condes de Carrión.
Yo, entonces, les di mis primas porque el rey me lo mandó,
y ellos así las tomaron con honor y en bendición;
cuantiosos bienes les diera mío Cid Campeador,
y ellos las abandonaron y muy a pesar de nos.
¡Yo les reto desde ahora por traidores a los dos!
De casta de BeniGómez  entrambos venidos sois,
de donde salieron condes de grande prez y valor;
no bien sabemos las mañas que ellos suelen gastar hoy.
Esto debo agradecer a nuestro Padre Creador,
que ahora piden a mis primas doña Elvira y doña Sol
para casar con infantes de Navarra y de Aragón;
antes ellas fueron vuestras mujeres para los dos
ahora besaréis sus manos y les rendiréis honor;
y las habréis de servir por mucho que os pese a vos.
¡Gracias a Dios de los cielos y al rey Alfonso les doy,
porque así crece la honra de mío Cid Campeador!
Y en todas vuestras acciones tales sois cual digo yo;
y si hay aquí quien responda o alguien que diga que no,
soy Álvar Fáñez Minaya y para todo el mejor.»
Entonces, Gómez Peláez en su pie se levantó:
«¿Qué vale, Minaya, dice, toda esa larga razón?
Muchos hay en esta corte para contender con vos,
y quien otra cosa diga sería en su deshonor.
Si Dios quisiese que de ésta saliera yo vencedor,
después habréis de decir qué dijisteis o qué no.»
Dijo el rey Alfonso: «Aquí se acabe esta discusión:
no diga ninguno ya más sobre esto su opinión.
Mañana sea la lid tan pronto amanezca el sol,
tres a tres de aquellos que se desafiaron hoy.»
Luego, se alzaron a hablar los infantes de Carrión:
«Dadnos plazo, que mañana no puede ser para nos,
pues las armas y caballos dímosle al Campeador
y antes habremos de ir a las tierras de Carrión.»
Entonces, el rey Alfonso le dijo al Campeador:
«Sea esta lid celebrada en donde mandaréis vos.»
A esto, le respondió el Cid: «No puedo hacerlo, señor
prefiero ir a Valencia que a las tierras de Carrión.»
Entonces, respondió el rey: «Conformes, Campeador.
Dadme vuestros caballeros con toda su guarnición
y que se vengan conmigo, yo seré su protector;
y yo os garantizo, como al vasallo hace el señor,
que no tendrán violencias, de conde ni de infanzón.
Aquí les señalo el plazo que desde ahora les doy,
y pasadas tres semanas, en las vegas de Carrión
que se celebre la lid, estando presente yo;
quien no acudiese en el plazo, que pierda de su razón,
que se declare vencido y que huya por traidor.»
Recibieron la sentencia los infantes de Carrión.
Mío Cid Rodrigo Díaz al rey las manos besó:
«Estos caballeros míos en vuestras manos ya son,
a vos os los encomiendo, como a mi rey y señor.
Ellos están preparados para cumplir su misión,
¡devolvédmelos con honra a Valencia la mayor! »
Entonces repuso el rey: «Así lo permita Dios.»
Allí se quitó el capillo mío Cid Campeador,
y la cofia toda de hilo, que era blanca como el sol,
y soltándose la barba la desató del cordón  .
No se hartaban de mirarle cuantos en la corte son.
Se dirigió al conde Enrique y luego al conde Ramon;
los abrazó estrechamente, rogando de corazón
que tomasen de sus bienes cuanto quisieren los dos.
A éstos, como a los otros que de su partido son,
a todos les va rogando que tomen a su sabor;
algunos hay que sí cogen, algunos los hay que no.
Aquellos doscientos marcos  al rey se los perdonó
y de todo cuanto tiene al rey Alfonso ofreció:
« ¡Merced os pido, oh rey, por amor del Creador!
Ya que todos los negocios tan bien arreglados son,
beso vuestras reales manos con vuestra gracia, señor,
y marchar quiero a Valencia, que con afán gané yo» .

150
El rey admira a Babieca, pero no lo acepta en don. - Últimos encargos del Cid a sus tres lidiadores. - Tórnase el Cid a Valencia. - El rey en   Carrión. - Llega el plazo de la lid. - Los de Carrión pretenden excluir de la lid a Colada y Tizón. - Los del Cid piden al rey amparo y salen al campo de la lid. - El rey designa fieles del campo y amonesta a los de Carrión. - Los fieles preparan la lid. - Primera acometida. - Pero Bermúdez vence a Fernando

El rey alzando la mano, la cara se santiguó:
«Yo juro ahora por San Isidoro de León,
que por todas nuestras tierras no existe tan buen varón.»
Mío Cid con su caballo ante el mismo rey llegó
para besarle la mano, como monarca y señor:
«Me mandaste hacer carrera, con Babieca el corredor,
caballo así no lo tienen moros ni cristianos hoy;
yo os lo entrego, rey Alfonso servíos tomarlo vos.»
Entonces, dijo así el rey: «Eso yo no quiero, no,
que al tomarlo yo, el caballo perdiera tan buen señor.
Este caballo, como es, tan sólo es digno de vos,
para vencer a los moros y ser su perseguidor;
quien quitárselo quisiere no le valga el Creador,
por vos y por el caballo muy honrados somos nos.»
Entonces se despidieron, y a la corte el rey volvió.
Mío Cid a los que habían de lidiar aconsejó:
« ¡Martín Antolínez y Pero Bermúdez, los dos,
como igual Muño Gustioz, mi buen vasallo de pro,
estad firmes en el campo como cumple al buen varón;
y que lleguen buenas nuevas allá a Valencia, de vos.»
Dijo Martín Antolínez: «¿Por qué lo decís, señor?
Ello queda a nuestro cargo y es nuestra obligación;
podréis oír hablar de muertos, pero de vencidos no.»
Contento se fue por esto el que en buen hora nació;
Mío Cid marchó a Valencia y el rey a Carrión marchó.
Las tres semanas de plazo ya las tres cumplidas son.
Helos que llegan al plazo los del Cid Campeador;
cumplir quieren el deber que les mandó su señor;
ellos están al amparo de Alfonso el rey de León;
dos días aún esperaron a los condes de Carrión.
Vienen pertrechados de caballos y guarnición;
y todos los sus parientes de acuerdo con ellos son
que si apartarlos pudiesen a los del Campeador,
los matasen en el campo deshonrando a su señor.
El propósito fue malo, y a cabo no se llevó
porque gran miedo tuvieron a Alfonso el de León.
De noche velan las armas y ruegan al Creador.
Pasada que fue la noche y se quebraba el albor,
se van congregando muchos de aquellos hombres de pro
para presenciar la lid a su gusto y su sabor;
y sobre todos, allí está Alfonso el de León
para que hubiese justicia y no hubiese fraude, no.
Ya se vestían las armas los del buen Campeador,
y los tres iban de acuerdo ya que sirven a un señor.
En otro lugar se armaban los infantes de Carrión,
mientras los va amonestando García Ordóñez, mejor.
Estuvieron discutiendo y al rey pidieron que no
se emplease la Colada ni Tizón, aquellas dos
espadas, que no las usen los del Cid Campeador,
arrepentidos estaban de darlas los de Carrión.
Así pidieron al rey, mas no se lo concedió:
«No se exceptuó ninguna, al tratar de la cuestión.
Si buenas las tenéis, pueden aprovecharos a vos;
otro tanto habrán de hacer los del Cid Campeador.
Andad y salid al campo así, infantes de Carrión,
que es necesario lidiar a modo de buen varón,
que por nada han de quedar los del Cid Campeador.
Si del campo salís bien, alcanzaréis gran honor;
mas si quedaseis vencidos no habéis de culpar a nos
porque todos saben ya que lo habéis buscado vos.»
Ya se van arrepintiendo los infantes de Carrión,
de aquello que habían hecho muy arrepentidos son;
no hubieran querido hacerlo por cuanto hay en Carrión.
Ya están armados los tres de mío Cid Campeador,
y a visitarlos los fue don Alfonso el de León.
Entonces, así le dicen los del Cid Campeador:
«Os besamos vuestras manos, como a buen rey y a señor
y que seáis juez de ellos y nuestro en la lid de hoy;
en la justicia, valednos; pero en la injusticia, no.
Aquí tienen su partido los infantes de Carrión,
y no sabemos qué cosas pueden tramar contra nos.
Bajo la protección vuestra nos puso nuestro señor;
¡mantenednos en justicia, por amor del Creador! »
Entonces, dijo así el rey: «Con alma y de corazón.»
Trajéronles los caballos, los de andadura veloz;
santiguaron a las sillas, cabalgaron con ardor;
los escudos sobre el cuello que bien broquelados son;
y en las manos van las astas  con buen hierro tajador,
las tres lanzas llevan todas al extremo su pendón;
y muchos buenos varones van de ellos alrededor.
Ya se salían al campo entre mojón y mojón  .
Los tres estaban de acuerdo los del Cid Campeador
para que cada uno de ellos fuera a herir a su agresor.
He aquí, de la otra parte, los infantes de Carrión,
que van muy acompañados, que muchos parientes son.
El rey les señaló jueces, que a quien tenga, den razón,
que no disputen con ellos sobre sí o sobre no.
Cuando en el campo estuvieron, así el rey Alfonso habló:
«Oíd lo que ahora os digo, oíd, condes de Carrión:
esta lid debió de hacerse en Toledo, pero no
quisisteis vosotros. Estos jinetes del Campeador
los traje bajo mi guarda a la tierras de Carrión.
Teneos en vuestro derecho y ningún fraude hagáis vos,
porque aquel que fraude hiciere, se lo habré de vedar yo,
y en todos los reinos míos no vivirá a su sabor.»
Ya mucho les va pesando a los condes de Carrión.
Los jueces y el rey señalan el campo con un mojón,
salieron después del campo, quedando a su alrededor.
Bien se lo dijeron a los seis que juntados son.
Bien quedaría vencido quien saliese del mojón.
Todas las gentes, entonces se esparcen alrededor
a la distancia de seis astas antes del mojón.
Sorteábanles el campo y les partían el sol,
ya se apartaban los jueces y ellos cara a cara son.
Arremeten los del Cid a los condes de Carrión,
y los de Carrión, después, a los del Campeador;
cada uno de ellos piensa en el frontero agresor;
y embrazan ya sus escudos delante del corazón,
bajan las lanzas envueltas cada cual con el pendón,
y las caras inclinando por encima del arzón,
batiendo van los caballos a golpes de su espolón,
temblar quería la tierra de aquella lucha al fragor.
Cada uno de ellos piensa solamente en su agresor;
todos, tres a tres, se juntan mezclados en confusión,
ya los contaban por muertos los que están alrededor.
Pero Bermúdez, aquel que antes su reto lanzó,
con don Fernando González cara a cara se juntó,
golpeándose en los escudos sin reposo ni pavor.
Por fin, Fernando González el escudo atravesó
de Pero, mas dio en vacío y en carne no le tocó,
y por dos sitios distintos el astil se le quebró.
Firme está Pero Bermúdez por eso no se torció;
y si un golpe recibiera, él otro más fuerte dio:
partió el forro del escudo, y fuera de sí lo echó,
y atravesándolo todo, así nada le sirvió.
Le hundió la lanza en el pecho muy cerca del corazón;
mas tres dobles de loriga a Fernando le salvó,
dos de ellos se desmallaron y el tercero resistió:
el bélmez con la camisa y a más con la guarnición,
dentro de la carne más de una mano le metió;
y de la boca hacia fuera mucha sangre le salió.
Partiéndosele las cinchas, que ninguna le valió,
por la cola del caballo el jinete resbaló.
Por muerto le da la gente al mirar al de Carrión,
pero, dejando la lanza, mano a la espada metió,
cuando Fernando González a Tizón reconoció,
antes de esperar el golpe, dijo así: « ¡Vencido soy! »
Así asintieron los jueces, y Bermúdez lo dejó.

151
Martín Antolínez vence a Diego
Martín y Diego González se acometen con las lanzas,
y tales los golpes fueron que quebradas quedan ambas.
Martín Antolínez, luego, echó mano de la espada
que hace relumbrar el campo, tan limpia es y tan clara;
y dio un golpe a su adversario que de lado lo tomara;
la parte alta del yelmo del golpe se la arrancara,
las correas que lo aguantan todas quedaron cortadas
y arrancándole el almófar, hasta la cofia llegara,
y la cofia y el almófar, se lo arranca, con la espada,
los pelos le va cortando y hasta la carne llegara;
todo cayó por el campo, mas él derecho quedaba.
Cuando este golpe le da con la Colada preciada,
Diego González ya ve que no escapará con alma;
tira la rienda al caballo para volverse de cara,
la espada lleva en la mano pero no se atreve a usarla.
Entonces el buen Martín le recibió con la espada,
un golpe le dio de plano, que de filo no le alcanza.
Entonces, Diego, el infante, con grandes voces clamaba:
« ¡Valedme, Señor glorioso, libradme ya de esta espada! »
El caballo refrenó para huir de Colada,
sacólo del mojón, mientras Martín en el campo estaba.
Entonces dijo así el rey: «Venid vos a mi compaña;
por cuanto habéis hecho ya, ganado habéis la batalla.»
Y otorgándole los jueces que era verdad su palabra.

152
Muño Gustioz vence a Asur González. - El padre de los infantes
declara vencida la lid. - Los del Cid vuelven cautelosamente a
Valencia. - Alegría del Cid. - Segundos matrimonios de sus hijas. - El
juglar acaba su poema
Los dos han sido vencidos  . Ahora os quiero contar yo
cómo Gustioz con Asur González cuál se arregló.
Hiriéronse en los escudos con grandes golpes los dos.
Era Asur González muy forzudo y de gran valor,
y a Muño Gustioz, con fuerza, en el escudo le hirió;
tras el escudo embrazado la guarnición falseó;
pasó en vacío la lanza, la carne no le rozó.
Al recibir este golpe, Muño Gustioz, otro dio;
y por medio de la bloca el escudo quebrantó,
no lo pudo resistir, falseó la guarnición,
y se la clavó en un lado, mas no en el del corazón;
metiéndole carne adentro la lanza con el pendón,
y por detrás de la espalda una braza la sacó,
y dando un tirón con ella en la silla lo movió,
y al ir a sacar la lanza, en la tierra lo derribó;
bermejo salía el astil como la lanza y pendón.
Todos estaban seguros que por muerto se quedó.
La lanza volvió a tomar y contra él arremetió;
mas dijo Gonzalo Ansúrez: « ¡No lo hiráis ya más, por Dios!
¡Vencido está ya en el campo; este combate acabó!
Dijeron los jueces: «Esto lo hemos oído los dos.»
Mandó despejar el campo don Alfonso el de León,
las armas que allí quedaron para sí el rey las tomó.
Declarados vencedores, se van los del Campeador;
vencieron en esta lid gracias a Dios Creador.
Grandes eran los pesares por las tierras de Carrión.
El rey, a los de mío Cid de noche los envió
para que de algún asalto no tuvieran el temor.
A manera de prudentes van en carrera veloz
y helos en Valencia ya con el Cid Campeador.
Por maltrechos se dejaron a los condes de Carrión:
han cumplido ya el deber que les mandó su señor;
mucho se alegró al saberlo mío Cid Campeador.
Envilecidos quedaron los infantes de Carrión.
Quien a una dama escarnece y la abandona traidor,
esto suele acontecerle, o tal vez cosa peor.
Dejemos ya los asuntos de los condes de Carrión,
que con lo que han recibido ya bien castigados son;
hablemos nosotros de este que en buena hora nació.
Grandes son los alborozos en Valencia la mayor,
porque victoriosos fueron los del Cid Campeador.
Cogióse entonces la barba Ruy Díaz su señor:
« ¡Gracias al Rey de los cielos, mis hijas vengadas son!
¡Ahora sí que tendrán libres  sus herencias de Carrión!
Pese a quien pese, ya puedo casarlas a gran honor.»
Ya comenzaron los tratos con Navarra y Aragón,
y celebraron su junta con Alfonso el de León.
Hicieron sus casamientos doña Elvira y doña Sol;
si los de antes buenos fueron, éstos aún lo son mejor;
con mayor honra las casa que otro tiempo las casó.
Ved cómo aumenta la honra del que en buena hora nació,
al ser señoras sus hijas de Navarra y de Aragón.
Ahora los reyes de España todos sus parientes son,
que a todos alcanza honra por el que en buena nació  .
Dejó este siglo mío Cid, que fue en Valencia señor,
día de Pentecostés; ¡de Cristo alcance el perdón!
¡Así hagamos nosotros, el justo y el pecador!
Estas fueron las hazañas de mío Cid Campeador;
en llegando a este lugar se termina esta canción  .



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